Ariadne
Fue en ese momento cuando la condesa de Márquez, liderando a las damas, se acercó a Lucrezia, quien ya se había apartado del grupo y volvía a estar sentada en el sofá.
—El vestido de la señorita Isabella es precioso. ¿Qué modista lo confeccionó?
—Lo hizo nuestra costurera de confianza —respondió Lucrezia, satisfecha por la atención de una dama tan distinguida.
Mi hermana, siempre deseosa de ser el centro de atención, giró levemente, exhibiendo su vestido ante las miradas de los presentes. La prenda estaba hecha a medida con seda de la mejor calidad, y debajo se veía un delicado encaje de la más alta calidad, más blanco que el algodón.
—Nuestra costurera hace un trabajo excelente —comentó la duquesa de Márquez—, pero creo que mi hija preferiría algo más refinado, quizás de una modista con renombre.
Mi madrastra, deseosa de entablar una conversación con alguien de tan alto rango, no tardó en responder con excesiva amabilidad.
—Deje eso en manos de nuestra costurera —respondió Lucrezia con una sonrisa demasiado vulgar—. Con el nombre de su buena familia, no podrá negarse a trabajar para usted.
La condesa le devolvió la sonrisa, pero con una expresión extraña.
—Parece ser buena, pero algo lenta —comentó mordazmente—. Si no fuera así, ¿cómo explicaría que sus hijas vistan de manera tan diferente?
La sonrisa de Lucrezia se desvaneció al instante, sin palabras ante la crítica de la condesa.
—¿O hay alguna otra razón? —insistió la condesa.
A partir de ese momento, las damas que antes nos alababan comenzaron a murmurar sobre nosotras, enfocándose principalmente en Lucrezia. Observaban nuestras vestimentas, y la diferencia era evidente. Mientras Isabella lucía impecable, mi atuendo apenas era aceptable.
Si Lucrezia hubiese tenido mayor prestigio, esas mujeres no se habrían atrevido a señalar tal detalle. Sin embargo, su falta de estatus, agravada por la indiferencia de la reina, la condenó. Entonces, la marquesa de Civo, quien solía rivalizar con la condesa por el favor de la reina, no dudó en hablar.
—Una buena esposa cuida de todos los hijos bajo su protección.
El salón quedó en completo silencio, esperando que siguiera con sus comentarios venenosos.
—Pero las amantes son crueles; no sienten compasión por los hijos ajenos, que aunque sean ilegítimos, necesitan de su padre y de una familia para prosperar.
Las mujeres en la sala no tardaron en apoyarla, diciendo cosas como "Es sentido común" o "Los niños son inocentes", mostrando lástima por mi situación.
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...