Capítulo 17.-El castigo de Ariadne y Maletta

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Isabella


     Compartir el servicio doméstico con Ariadne, mi media hermana, me resultaba humillante. Esa joven campesina, que apenas había llegado a nuestra casa, ya me había causado problemas con Arabella e incluso había generado fricción entre mis padres. Aguantaba su presencia únicamente por su utilidad; sin ella, mi compromiso con César se precipitaría en cualquier momento.

     Ariadne parecía disfrutar creando conflictos y tensiones entre las personas, así que no me sorprendí cuando Maletta entró en mi habitación llorando. Mi joven sirvienta tenía las mejillas enrojecidas, aunque no solo por las lágrimas. Entre sollozos, logró decir:

      —Ariadne me golpeó.

     Se desplomó a mis pies, gritando e implorando mi ayuda. Aunque me importaba poco su bienestar, esa mujer me servía bien. Además, si la ayudaba, el personal hablaría de mi generosidad hacia las personas de clase inferior. Debía cuidar mi reputación. Tal vez si el problema hubiera sido con Arabella, habría ido personalmente a resolverlo, pidiendo que la dejara en paz, y mi hermanita habría obedecido sin protestar. Pero con Ariadne, necesitaría ser más firme.

     —No te preocupes, querida Maletta —dije, acariciando el cabello desordenado de la sirvienta—. Yo te ayudaré, deja todo en mis manos.

     La mujer besó mis pies en repetidas ocasiones, agradeciendo mi benevolencia, sin saber que su vida me era indiferente. Solo deseaba ser conocida por mi bondad; ella no era más que una herramienta. Una vez que Maletta soltó mis pies, me dirigí a los aposentos de mi madre, la respetable señora Lucrezia de Rossi.

     Sus habitaciones estaban a pocos pasos de la escalera central, en el segundo piso, siendo la tercera más grande de toda la residencia, solo superada por las de mi padre y mi hermano. Al llegar a la puerta, la vi de pie, con un elegante vestido color vino. Era tan hermosa que todo le quedaba bien. El vestido le ceñía perfectamente, realzando sus atributos.

     —¿Puedo pasar, madre? —pregunté desde la entrada de su habitación, con mi doncella a mi lado.

     —Claro que sí, hija mía —respondió mi madre—. ¿Qué ocurre?

     —Maletta quiere decirte algo, madre —dije, apartándome para dejar a la sirvienta frente a ella. Con dulzura, me volví hacia Maletta y añadí—: Está bien, dile lo que ha pasado.

     —La señorita Ariadne... —comenzó tímidamente.

     —¿Ocurre algo? —preguntó impaciente mi madre.

     —Díselo, Maletta —insistí.

     —Ariadne me ha golpeado, señora —dijo, levantando la cabeza. Aunque habían pasado unas horas, sus mejillas aún conservaban el rubor.

     Mi madre tomó el rostro de Maletta, examinándolo en busca de más señales del maltrato infligido por mi hermana bastarda. Movió la cabeza de un lado a otro, pero no encontró más marcas. Sabía que mi madre estaba molesta con Ariadne por el despido del tío Giovanni, y tenía motivos suficientes para castigarla. Tal vez la condenarían a pan viejo y oraciones, o incluso la encerrarían en una de las habitaciones de castigo en el sótano. Cualquiera que fuera el castigo, mi madre se aseguraría de que fuera ejemplar.

     Tras unos segundos, al no hallar más signos de maltrato, mi madre soltó a Maletta y dijo:

     —Síganme las dos.

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora