Ariadne
Tras tres días sin probar bocado, para el ceder mi ración de comida a Sancha, mi apariencia lucía bastante desmejorada. Al punto que Tomasso, el encargado, me pidió que volviera a la fila, quizás temiendo que mi "generoso" corazón me impulsara a socorrer a otro enfermo y acabar perdiendo la salud. Pero me negué. Al día siguiente estaría en casa, disfrutando de un plato de lentejas caliente, acompañado de pan de trigo recién horneado y una copa del mejor vino. Sin embargo, estas personas necesitaban cada porción de alimento, cada migaja contaba para su supervivencia, así que decidí no comer.
A pesar de mi noble sacrificio, no podía evitar pensar "Tengo hambre".
Para mi desgracia, mi labor en la cocina continuó, y aquella tarde me tocó atender nuevamente la fila de comida. Me sorprendí a mí misma tragando saliva mientras servía el guisado. Normalmente, esa habría sido una sopa que jamás pensaría en comer, pero ahora, incluso la grasa que flotaba en la superficie me parecía tentadora. Pasé todo ese rato sirviendo y regalando sonrisas a quienes pasaban, creyendo que un plato de sopa y una sonrisa podrían reconfortar sus almas lastimadas.
Después de una jornada agotadora, la cocinera me mandó a descansar, notando que mis pasos ya eran inseguros y mi mente se mareaba con facilidad.
—Sal a que te dé un poco el aire, niña -dijo la cocinera—. Esta noche puedes volver a ayudar; por ahora, descansa. Has trabajado bien.
Escuchar esas palabras me reconfortó, alguien finalmente reconocía mi esfuerzo por hacer una buena acción. Fue un bálsamo para mi corazón.
Fuera del refugio había un gran árbol que me recordaba mucho al de la residencia en San Carlo. Decidí que aquel sería mi lugar de descanso. Me apoyé bajo su sombra, tratando de olvidar mi hambre, al menos por ese momento. Disfruté de la cálida puesta de sol, del cielo color melocotón y del tono ocre que envolvía a los árboles del campo. Fue entonces cuando una manzana capturó mi atención. Me tomó un segundo notar la mano que sostenía el fruto.
Me sorprendí gratamente al ver a un joven de rostro noble, realmente atractivo, con cabellos dorados como el sol de mediodía, ojos tan azules como el mar, y una piel clara como el algodón de los campos. Vestía un traje azul satinado, evidentemente costoso. Me distraje un momento, olvidando la manzana en su mano.
—¿Te vendría bien una manzana?—preguntó amablemente.
Aquel joven era el Príncipe Alfonso. Se veía mucho más joven de lo que lo recordaba. A pesar de tenerlo enfrente, no me parecía real. Alfonso había sido un fantasma para mí durante varios años, su presencia me recordaba las artimañas que César empleó para planear su asesinato. Aún lo recordaba inerte, en el suelo, sin vida. Ignoré esos pensamientos y extendí la mano, aceptando la manzana que me ofrecía. Al tomar el fruto, toqué accidentalmente su mano. No era un espejismo, Alfonso estaba vivo; como si mi mayor pecado aún no hubiera sido cometido.
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...