Ariadne
Desestimé sus palabras y continué caminando tras Isabella. Ambas nos dirigimos hacia la escalera principal, la más alta de la casa, que conectaba perfectamente los tres pisos.De reojo noté que Arabella, que se había quedado atrás, comenzó a correr, sin prestar atención a la altura de la escalera. Esa niña temeraria tenía un objetivo claro: tirarme por las escaleras. Pero, como mencioné antes, ella era solo una niña y no tuvo en cuenta nuestras diferencias de peso y estatura.
Con astucia, justo cuando Arabella estaba a punto de alcanzarme, me moví ligeramente hacia un lado, esquivando su embestida. Desafortunadamente para ella, Isabella fue la que quedó en su camino.
—¡Ay, ay! —gritó Arabella, acercándose a Isabella.
—¿Ay? —respondió Isabella, girándose.
Desde mi posición, vi el choque inevitable. Arabella colisionó directamente con su hermana, y Isabella no pudo evitar caer. Sus gritos llenaron la sala mientras rodaba por la escalera.
—¡Maldición! —gritó Arabella, apenas logrando aferrarse a la baranda.
Isabella, incapaz de sostenerse, rodó hasta el rellano intermedio, cayendo en el pequeño espacio entre las escaleras. La pobre dama, delicada, no podía levantarse por sí sola, claramente el golpe había sido doloroso.
—¡Ay! —chilló Isabella desde el suelo.
La escalera principal, alta y estrecha, era inusualmente peligrosa, distinta a otras casas señoriales o al palacio. Aunque Isabella no tenía heridas visibles, sus gritos eran fuertes, lo suficiente como para que mi padre saliera de su estudio.
—¿Qué ha pasado?—preguntó con fatiga, probablemente corriendo al escuchar el estruendo de la caída.
Ante sus ojos, la escena era confusa: Arabella asustada, aferrada a la baranda, yo impasible en lo alto de la escalera, e Isabella tirada en el rellano más cercano. Al oír su voz, algunos sirvientes se acercaron.
—¡¿CÓMO SUCEDIÓ ESTO?! —bramó al ver a su hija mayor con el tobillo lastimado, incapaz de ponerse en pie.—¡¿QUIÉN HIZO ESTO?!
Isabella, en silencio, bajó la cabeza. Mi padre ordenó a las criadas que la ayudaran. Con su apoyo, la ayudaron a bajar, a pesar de su pierna lastimada. Arabella, mi padre y yo la seguimos hasta la planta baja, donde ya le habían preparado una silla y traído hielo y paños húmedos.
—¿Quién de ustedes dos hizo esto? —preguntó mi padre con voz grave.
Arabella palideció, intentando balbucear una excusa. Cualquier otra niña habría llorado, pero ella era valiente.
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En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz, Hermana Mía
RomanceEl reino Etruscan se tiñe de sangre cuando César, el hijo ilegítimo del rey, conspira con su prometida Ariadne para usurpar el trono de su medio hermano, Alfonso. A pesar de la devoción de Ariadne por el nuevo rey, su fe se hace añicos cuando él la...