Capítulo 46.- Un cambio de suerte

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Ariadne



     —Detente.

     La voz de Lucrezia resonó a mis espaldas, suave pero firme, deteniéndome en seco a medio camino hacia la puerta. Era extraño. En otras ocasiones, su tono era seco y cortante, pero esta vez había un matiz peculiar de amabilidad en su voz.

     —Ariadne, es un honor recibir joyas tan finas de Su Majestad, el rey —dijo, avanzando un paso hacia mí, su rostro mostrando una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Pero dime, ¿acaso eso fue todo?

     Aunque su tono era el de una madre preocupada, sus palabras destilaban veneno. Sabía exactamente lo que estaba insinuando, aunque fingía interés en mi bienestar.

     —Las cosas buenas deben compartirse, querida. Si no puedes compartir tus joyas con tu propia familia, ¿de qué sirven?

     Sus palabras eran una trampa disfrazada de generosidad. Mientras Isabella codiciaba las joyas, Lucrezia tenía otro objetivo más práctico y calculador.

      —Por supuesto, entiendo si no puedes desprenderte de tales tesoros —prosiguió—, pero ¿no recibiste alguna compensación económica, algo que beneficie a toda la familia?

       Su verdadera intención quedaba clara. El brillo de las joyas era secundario; lo que en verdad deseaba era el dinero.

      —¿Por qué no me das el dinero para que yo lo guarde? —dijo, dando otro paso hacia mí con una sonrisa aún más amplia—. Lo protegeré bien y haré que sea útil para todos. Es más, esta misma noche organizaré un festín en tu honor.

      Arabella, siempre impulsiva, empezó a dar vueltas alrededor de su madre con entusiasmo.

        —¡Un festín! ¡Qué emocionante! —gritó, ajena a la tensión del momento, mientras su madre la ignoraba por completo.

        Lucrezia solo tenía ojos para mí, presionándome con su presencia. Sabía que, si no actuaba rápido, me quitaría el dinero sin dudarlo. Como si leyera mis pensamientos, estiró la mano para arrebatarme la pequeña bolsa que aún sostenía.

      Intenté llevarla al pecho, pero fue inútil. Lucrezia ya había alcanzado el saco, con una fuerza y rapidez inesperadas. Sin embargo, cuando sintió el peso, su rostro cambió, confusa.

      Abrió la bolsa de inmediato, esperando encontrar monedas brillantes, pero lo que sacó fue un simple pergamino.

      —¿Qué es esto? —preguntó con el ceño fruncido, desenrollando el papel con manos temblorosas.

      El pergamino, adornado con detalles en plata, era un recibo formal:

He recibido 50 ducados de oro a nombre de la señorita Ariadne de Mare.

-Oficina de Recaudación del Refugio Rambouillet.

        La cara de Lucrezia se transformó en una mezcla de ira y frustración. Me miraba con tal intensidad que parecía querer eliminarme con su mirada.

      —Los 50 ducados fueron donados al refugio Rambouillet en mi nombre —expliqué con calma, aunque sentía que la tensión en la sala crecía—. La reina misma hizo la donación en mi lugar y me entregó este recibo.

     —¿Qué has dicho? —su voz salió entrecortada, claramente asombrada por lo que acababa de escuchar.

     —Es una prueba de la reina, un símbolo de generosidad y abnegación —añadí, sin intención de provocar, pero consciente de lo que mis palabras implicaban.

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora