Capítulo 6.- Una abrumadora propuesta

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Isabella


    Me sorprendía enormemente encontrarme en una tina de baño unas horas antes de mis segundas nupcias. Pero lo más asombroso no era eso, sino la identidad de mi nuevo esposo.

     — ¿Han oído algo de mi hermana esta mañana? —pregunté a Elisa, mi ayuda de cámara.

     —No se le ha visto desde ayer por la tarde, señorita. —Dijo mientras tallaba suavemente mi espalda. — Dice Aurora que no ha salido de su habitación desde que tuvo la última visita de su excelencia. Ni siquiera abrió para el desayuno.

     —Y no es para menos, Elisa. —dije, tratando de mantener mi fachada.— Estar con un hombre por años sin saber que sus sentimientos no son recíprocos debe ser horrible.

     —¿Y usted, señorita? Tantos años viendo cómo su excelencia se paseaba por el palacio con esa mujer…

     —No olvides que también es mi hermana, Elisa. —le reprendí. Si quería que mi farsa fuera creíble, debía ser más convincente.

    —Lo siento, señorita.

     —Solo cuida tus palabras— espeté. — ¿Podrías añadir más rosas y leche de cabra a la tina? Quiero que mi piel esté radiante.

     —Por supuesto. —Asintió, saliendo de la habitación para cumplir mi pedido.

     Era asombroso ver cómo el destino daba vueltas. Hace quince años rechacé al encantador César de Como por ser un noble sin tierras y bastardo, destinado a una vida sin gloria. Pero ahora sería el rey de Etruscan, el único heredero al trono, con el título más alto posible.

     Es decir, ¿Cómo decirle que no ahora?

     No podía negar que César era un sol. Amable, atento, guapo y caballeroso. Además, esto aseguraría mi posición en la corte. Ya nunca más sería la señorita Isabella de Mare, la simple hija de un cardenal. Recuperaría mi título legítimo y sería la reina Isabella I de Carlo, reina consorte del gran rey César I.

     Esto me llenaba de emoción.

     Agradecía a mis padres por los nobles dones que me habían heredado, pero sin duda, a quien más agradecía era a mi media hermana, Ariadne. Ella había ensuciado sus manos para que César y yo pudiéramos reinar juntos.

     Si no fuera por el sacrificio de Ariadne, César probablemente nunca habría llegado a la posición que ocupaba ahora. Aunque no todo el mérito era suyo. Estaba segura de que mi rechazo a César fue una motivación para que él se superara, para demostrar que era digno de mí. Había arrebatado todo lo que alguna vez fue de Alfonso para demostrar su valía ante mí.

     Mientras reposaba en la leche con rosas de la tina, recordé el día en que llegó la propuesta de César, hace exactamente 15 años

     —Padre, no quiero casarme con ese hombre. —me quejé dulcemente, entrando al despacho de mi padre en nuestra casa. —La gente dice que es cruel, como una bestia. Y se rumorea en la ciudad que ha compartido su cama con la mayoría de las mujeres casaderas.

     Terminé mi súplica arrodillándome a los pies de mi anciano padre, dejando caer mi cabeza en su regazo. No quería casarme con el bastardo del rey. Yo aspiraba a algo más grande, a un hombre noble o alguien de gran riqueza.

     No.

     Merecía algo mejor.

     Merecía casarme con el príncipe heredero, Alfonso de Carlo.

     Lo mínimo que merecía era el título de reina. Su alteza real Isabella I de Carlo, Reina de Etruscan.

     Mi padre acarició mi cabeza angelical mientras decía:

En Esta Reencarnación Yo Seré La Emperatriz,  Hermana MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora