Capítulo final

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- Mamá - Trixie se dirigía a la habitación de su madre -, ¿cómo me veo?

Trixie estaba nerviosa por el hecho de conocer a los padres de su novio. Se había puesto un vestido rojo con flores blancas en él; el pelo lo llevaba recogido con una pinza haciendo que le quedase una coleta preciosa; se había maquillado un poco poniéndose base, rímel y algo de color en su carnosos labios.

La menor entró en la habitación de su madre y Bárbara se acercó a su hija.
Al verla tan bonita, a la mujer le entró el sentimiento. Los ojos se le pusieron llorosos.

- Estás preciosa, Trinnie - la pelinegra no quería llorar, pero ver así a su madre la hundía -, tan preciosa como cuando te hacía coletas para ir al colegio.

Bárbara debía confesarle una cosa a su hija que llevaba tiempo torturándola.

- Perdóname por todo lo que te he hecho pasar, cariño. Debería haberme cuidado más y haberte tomado más en consideración porque he pasado la mayor parte de tu infancia y adolescencia arriesgándome a que te apartasen de mí. Supongo que debería haberlo echo, seguramente habrías estado con una mejor familia y no con una borracha como yo. Lo siento, por todos estos años Trinnie, te he hecho pasar por un infierno horrible, tan horrible que sé que nunca volverán esos años. Perdóname, cariño, siempre te he querido y siempre te querré. Siempre voy a estar orgullosa de ti, Trinnie, hagas lo que hagas, siempre lo estaré.

Las lágrimas salían de los ojos de Bárbara causando que Trixie también llorase, pero debía mantener la calma.

- Te perdono, mamá.

Bárbara cerró los ojos y abrazó a su hija. Aquel perdón fue lo que más necesitaba oír esa mujer que, a pesar de haber tomado la mala decisión de refugiarse en el alcohol, durante años perdió la estabilidad de su vida dejando de lado a su pequeña Trinnie. Bárbara necesitaba escuchar aquel perdón.

Ambas salieron de su cuarto y fueron a la puerta de la entrada. Antes de abrirla, Bárbara quiso saber una cosa.

- ¿Él tomó precaución cuando os fuisteis a su casa o a dónde fuera para hacerlo?

- Sí, mamá.

- Era lo único que quería saber.

La menor abrió la puerta y Stingy estaba afuera. El chico la miró atontado de verla tan bonita. En definitiva, Trixie era su ángel.

- ¿Nos vamos? - la chica afirmó con la cabeza - Acompañaré a su hija cuando terminemos de la cena, doña Bárbara.

- Más te vale, encanto - respondió la mujer sonriendo -, cuídamela.

- Eso está hecho.

La pareja se fue a casa del novio y Bárbara se quedó sola, con el corazón en su mano, sintiendo alivio de que su hija, a pesar de las penurias que había tenido que tragar desde una edad muy temprana, la había perdonado.

A veces, el perdón cura más corazones que vivir una vida llena de rencores y tristezas. El perdón alivia las almas.

Nunca pruebes el alcohol - TringyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora