No podía creer que él estaba realmente allí.
Ana se giró y encaró la voz de sus pesadillas.
Era increíble que siguiera siendo exactamente cómo meses atras. Inconscientemente había comenzado a pensar, que lo estaba idealizando y que esos dos meses en los que estuvo con él, siendo cortejada, mimada y deseada, no fueron más que producto de su imaginación.
Ana se debatía entre si todo era un modo de evitar que le doliera tanto, si solamente se estaba inventando que Antoine fuera realmente así de Irresistible y la otra opción era que; él era verdaderamente Irresistible.
Allí, teniéndolo de frente, luego de seis meses sin verlo, se dio cuenta que la segunda era la correcta.
Sus ojos grises la miraron resentidos. Eso era lo único que podía destacar entre sus largas pestañas y cejas tupidas, su nariz un poco más fina de lo que normalmente la llevaban los franceses.
Annette lo había considerado el hombre más guapo que se le había acercado. Jamás había conocido algún otro como Antoine. Llevaba traje, vestía siempre impecable: con el pelo recortado muy bajito, su cabello era entre un marrón y Rubio Dorado, No sabía definirlo con facilidad; era oscuro cuando estaba mojado y con vetas doradas cuando se secaba. Había tenido El privilegio de observarlo cuando una vez se la llevó de vacaciones a Venecia, Italia. Aunque no la tocó, compartieron unos besos que se habían quedado grabados en su memoria por siempre, y aún seis meses después, le provocaba un cosquilleo en el bajo vientre.
— Annette, ¿no saludas a tu esposo?. No me digas que has perdido la educación en estos 6 meses que has estado alejada de mí.
—Hola, Antoine— le dijo escuetamente. No tenía deseos de hablarle, pero la necesidad tenía cara de hereje y en esas circunstancias, iba a ser más que necesario saludarlo.
Joder, que se me moría por más que un simple hola.
Quería gritarle y golpearlo.
Deseaba tener el coraje de mirarlo a los ojos y cantarle sus cuatro verdades.
—¿Así sin más?, estos seis meses te han vuelto más tosca de lo que eras.— Dijo él, mientras se acercaba, con intenciones de besarla en los labios. Ella lo vio en sus ojos, acercándose como si fuese un Depredador, lo esquivó bruscamente pero aún así sintió el roce de sus labios en la mejilla, cosa que le produjo una sensación familiar y muchos recuerdos.
Se maldijo por su culposa debilidad.
Estaba segura que ese mismo efecto lo causaba Antoine en todas las féminas.
Ella solo era una más de la lista.
Una que había sido tan tonta de creer en sus falfas palabras.
—Eres mi esposa Ana y lo seguirás siendo, hasta que yo diga lo contrario. Ahora vámonos.
—Yo no voy contigo a ninguna parte. ¿te has vuelto loco? dejé ser tu esposa desde el día en que me fui.—gruñó, mientras agarraba duro su maleta de mano.
—En eso te equivocas —dijo el bruscamente — eres mi esposa, el papel lo dice, que te hayas ido no quita que ambos firmamos, que nos casamos delante de un sacerdote, que gasté dinero en darte la boda que merecías y habías soñado desde niña, invitando a toda tu familia, incluso personas que yo ni siquiera conocía y otros que ni me agradaban
—Como Pierre — completó ella lo que él no había mencionado tal cual.
Desde que Antoine llegó a su vida, había notado de inmediato la riña silenciosa entre su amigo de toda la vida y él.
—No creo que sea momento ni el lugar, Antoine. No me gusta hablar de mi vida personal en medio de tanta concurrencia.
—Por ende, ¡Vámonos! — la tomó del brazo y la arrastró hasta la limosina que la esperaba con las puertas abiertas y un chofer con lente oscuros y cabello canoso.
—¡Jesús! ¿Pero que haces? ¡Has perdido la cabeza! No puedes venir y arrastrarme así, llevarme del brazo como si yo fuese una niña pequeña. Soy una...
—Entra el carro, Ana — la voz de Antoine siempre había sido así, imperiosa. Como si le ordenara, en vez de pedirle.
Pero tenía la ligera impresión de que en ese momento él no le estaba solicitando que entrara a la limosina.
Estaba muy equivocado si pensaba que podía simplemente llegar sin más y comenzar a ordenarle cosas.
Ella ni siquiera le había dicho que iba a ir a burdeos. Su intención era amanecer en un hotel y llamarlo al otro día para coordinar que se vieran, y así, firmar los documentos del divorcio que llevaba en su maleta.
Él había estado esquivando esos papeles por bastante tiempo, se los había enviado con asistencia de un abogado, un intermediario, para no tener que verle la cara a Antoine otra vez, pero las cosas no habían resultado como ella pensaba, y ahora estaba nuevamente allí, en la ciudad en la que creyó ser feliz por primera vez en toda su vida, en la que creyó que formaría una familia, un hogar junto al hombre que había creído que la amaba, pero se había equivocado, Antonio solamente quería adueñarse de la empresa de su padre, una empresa que con tanto sacrificio él había creado.
Después de la muerte de su madre, su padre jamás volvió a ser el mismo, volcándose por completo en su empresa, era cierto que había tomado muy malas decisiones, Pero eso no significaba que un millonario tuviera la desfachatez de adueñarse del bien más grande que tenía su familia. Ella era hija única, si no hubiese sido Maya y por Pierre, su vida hubiese sido un caos.
Ahora se daba cuenta de eso y les agradecería eternamente a sus amigos, el haber estado allí cuando ella más los había necesitado.
—Ana— él le dijo el diminutivo que antes solía volverla loca, derretirla de amor. Su voz sensual y medio ronca, combinada con esos ojos grises y su mirada profunda, habían sido un afrodisíaco para la inocente joven mujer —estoy esperando, tengo cosas que hacer. No me gusta perder mi tiempo y lo sabes.
—No te dije que vinieras a buscarme. ¡Ni siquiera sé cómo demonios supiste que yo estaba aquí! — gritó molesta.
—Tú y tu falta de respeto al hablar. ¿cómo crees que vas a llegar a mi ciudad y que no me voy a enterar de inmediato?, yo que soy dueño del aeropuerto principal de Francia. Yo qué sé todas las cosas que se mueven en mi ciudad, ¿como pensaste pequeña Ana que podías llegar y yo no darme cuenta? ¿Crees que no iba enterarme de que habías reservado un vuelo? sigues siendo mi esposa y el hecho de que no estés conmigo no quita que yo no vea cada paso que das.
— En muchos países, eso puede ser considerado acoso. Incluso creo que podría ser considerado agresión y maltrato psicólogo. — farfulló haciéndose la inteligente y conocedora.
Aunque no había salido de Francia, no hasta que conoció a Antoine y este le dio la oportunidad de ver y disfrutar de Italia, Belgica y Noruega. Se tomó quince dias con el antes de casarse, acompañándolo a distintos puntos de esos países, pues el tenía negocios importantes y ella no quería separarse de su lado. Juntos habían llegado a la conclusión, de que ella podía disfrutar de cada ciudad que Antoine tuviera que ir, mientras él, trabajaba.
—Pues ve a la policía si crees que te estoy agrediendo. Ve y cuéntale que tu marido vino a recogerte al aeropuerto después de seis meses sin verte. —el sonrió y sus colmillos, que siempre le habían parecido coquetos, salieron un poco de su boca —¡Cuéntale a ver! Es más, móntate en limusina que yo mismo te llevo al departamento policial, a ver con qué cara te verán ellos. No me importa que pases una vergüenza, total, ya me hiciste pasar una a mi el día de nuestra boda. —el subió las cejas con indiferencia y subió los hombros de manera despreocupada — ahora Métete al maldito carro y deja de una vez y por todas de hacerme perder mi tiempo.
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AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)
RomanceAnnette Maréchal a sus veinticuatro años, ha entendido por fin la diferencia entre: ser amada y ser utilizada. Al conocer a Antoine Bourdeu, creyó que su vida iba a estar finalmente completa. Contrajo matrimonio con él, a los dos meses después de co...