Capitulo 24. Foto

47 5 0
                                    


Annette

Llegaron a Burdeos en una burbuja de amor y confianza. Annettte se sentía enormemente feliz. No entendía como se había negado durante tantos meses la oportunidad de ser feliz con Antoine, tan solo por no darle la oportunidad de expresarse, de decirle lo que en verdad había sucedido.

Pero ahora lo tenía, tenía su amor, su afecto, su confianza. Eso no tenía precio para ella.

Se bajó del carro de Antoine y lo miró con ojos enamorados largo rato mientras él vaciaba el maletero, el cual estaba repleto de recuerdos que Annette se había visto obligada a traer de la casa de la playa.

—¿Segura que quieres todo esto? — le preguntó Antoine haciéndola sonreir.

—¡Pues claro que si!– respondió alegre. – Es parte de nuestra luna de miel.

—¿Luna de miel? ¿te crees que nuestra semana en la playa fue nuestra luna de miel?

—¿No fue así?

—¡Pues claro que no! Vamos a tener una luna de miel por todo lo alto como lo habíamos planeado antes de ..— él se detuvo y agachó la mirada.

—Antes de yo cometer la estupidez de irme sin darnos la oportunidad de hablar y aclarar todo —Ana se acercó a Antoine y lo abrazó, rodeándole el cuello con sus brazos. — No tengas miedo de hablarme, Tony. Está vez vamos a escucharnos, hablaremos, nada puede alejarnos. No quiero irme otra vez, nos hora, no nunca más.

—No lo harás. – aseveró él con tanta vehemencia que la conmovió. – eres mi esposa. Desde el día en que firmamos delante del sacerdote, hasta el día en que ambos pasemos a la otra vida.

—Eso es mucho tiempo, Tony. resistirás tanto tiempo a mí lado?

—Solo hay una manera de averiguarlo. – Antoine la besó lento y despacio, no se cansaba de sentir sus labios junto a los de ella, eso era la gran vida, lo que tanto había anhelado durante su niñez y adolescencia.

Tener una vida junto al amor de su vida.

Así como su madre había vivido junto a su padre hasta el día de su muerte.

Entraron al edificio y Ana se sintió feliz de saberse en casa. Sí, aquella era su casa, su lugar, su hogar, y no precisamente por la edificación, sino porque era el lugar de Antoine, allí era donde estaba él, y donde su esposo estuviera, ese sería su hogar.

Domingo en la noche y su corazón danzaba en un bucle eterno de amor.

Subieron en el elevador, Antoine llevando las bolsas reciclables de Ana en una mano y con la mano de Ana entrelazada con la de él.

La sensación era tan rica y divina que Ana sintió el deseo tonto de llorar de felicidad.

Antoine abrió la puerta al llegar a su piso y dejó el espacio para que Ana entrase primero.

—Bienvenida a casa, mi amor. — le dijo una vez hubo entrado. — espero tenerte aquí mucho tiempo.

—Yo espero que no — le dijo ella quitándose el abrigo, mientras evitaba mirar a Antoine a los ojos.

—¿Que dijiste, Ana?

—Ya sabes lo que dije.

—No. No sé qué sucede. ¿Por que carajos...?

Ella comenzó a reirse a carcajadas mientras dejó caer el abrigo en el enganche que Antoine tenía detrás de la entrada para abrigos y sacos.

—Es tan fácil asustarte. – le dijo poniéndose las manos en las caderas y mirándolo divertida.

AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora