—¿Estás seguro de que puedo quedarme aquí así? le preguntó.
Sintiéndose estúpida pero a la vez salvaje, libre, sólo el albornoz cubría su cuerpo, debajo estaba desnuda como había llegado a este mundo.
—Para mí estás preciosa—y ella lo creyó, le creyó por completo.
Antoine veía hermosa, quizás ella no fuera la típica belleza de revistas, las mujeres con la que seguramente Antoine debía de salir, ella era más común, quizás no tan corriente, pero se consideraba a sí misma una mujer normal con belleza típica francesa, nariz un poco fina y alargada, labios más gruesos, pelo rubio liso, sus ojos de un verde esmeralda eran grandes y de pequeña se había avergonzado por tenerlos de este tamaño, rodeados de pestañas largas que impedían que pudiera colocarse maquillaje que no la hiciera lucir como una prostituta barata, con un poco de labial rímel su rostro se veía cargado.
—Estás bien así. Deja de darle vueltas a las cosas. Si comenzaras a ver la vida de una manera diferente, todo será mejor para ti.
—¿tú, Antoine? ¿me estás diciendo que vea la vida de una forma diferente? —le preguntó mientras reía y se dejaba caer junto a él en la silla plegable. —el hombre que se sabe pasar 14 horas trabajando diariamente, que poco duerme, que viaja a menos que sea por negocios y que su familia controla todo lo que hace.
Él cruzó las piernas y se quedó inmóvil, con un brazo debajo del cuello de Annette. Mirando las olas lentas y delicadas del mar. Tenían una vista preciosa frente a ellos, y aunque la zona según Antoine le había contado, podía tildarse de turística, él había comprado un espacio y tenía un séquito de seguridad que no permitían que se acercaran personas a molestar Antoine no a menos de 30 metros de distancia.
Parecía una película de mafia, pensó cuando él le contó aquella historia.
Antoine Bourdeau, el hombre que desea tanta privacidad que no permite que los turistas se acerquen a sus terrenos.
Su viaje de varias horas escapando de la ciudad y el centro de Burdeos, los había llevado entre besos y caricias desesperadas a Arcachon.
Arcachon era la ciudad emblemática de la bahía de Arcachon, uno de los lugares con más encanto de Burdeos.
—Me gusta estar aquí. Nadie molesta. No hay camarografos molestos..
—Ni periodistas atrevidas —le dijo ella recordando la que casi golpea.
El océano entraba a través de una serie de canales que forman la península, desde el Cabo Ferret hasta la Duna Pilat. A 60 kilómetros de la capital, Nueva Aquitania, se encuentran las espectaculares villas junto al mar, las dunas de arena de la playa y, por supuesto, algunos de los restaurantes más famosos de la región. Lugares que ella había visto a ciegas prácticamente cuando venían en la carretera con dirección a la casa de playa de Antoine.
La zona no solo es famosa por su costa, sino también por el centro de cultivo de ostras (cultivo de ostras) más prestigioso de Francia.
Ella que venía de Eguisheim, un pueblito con poca densidad poblacional, se sorprendía bastante al observar la belleza que escondía Burdeos.
Cuando conoció a Antoine meses atrás, y el la llevó por primera vez allá, supo que estaba relacionándose con un hombre de clase, uno con suficiente dinero como para comprar lo que deseara.
Annette no había tenido esa escasea apoteósica de niña, sino una precariedad momentánea.
Aquello le dio la oportunidad de crecer valorando todo a su alrededor.
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AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)
RomanceAnnette Maréchal a sus veinticuatro años, ha entendido por fin la diferencia entre: ser amada y ser utilizada. Al conocer a Antoine Bourdeu, creyó que su vida iba a estar finalmente completa. Contrajo matrimonio con él, a los dos meses después de co...