Antoine entró como un torbellino en su oficina esa mañana, tenía el temperamento de un huracán a punto de destruir una ciudad completa a su paso.
—Buenos días, señor Bourdeau. —le dijo Su secretaria al verlo acercarse.
Margo Petree era una mujer entrada en los cincuenta con El temperamento de una gata en celo pero que lo había ayudado en cada momento que había necesitado, tenía con él Desde que comenzó a encargarse de la empresa familiar, ella había sido la secretaria de su padre y ahora era su asistente.
Llevaba el típico traje gris malva que siempre usaba, con una camisa blanca con vuelo que hacía que su cuello regordete se viera aun más de lo que era.
Le parecía la mujer más odiosa y amigable al mismo tiempo que jamás había conocido.
Consideraba a Margo su amiga, mano derecha y confidente.
Aunque realmente nunca la había tratado como su amiga confiable y más entrañable.
—Buenos días, Margo. —le dijo sin sonreír. —no permitas que nadie entre a mi oficina. Estoy ocupado todo el día. — Iba a irse pero se detuvo — por favor llama mi hermano. Joseph es el único que voy a recibir.
—Su hermano llamó temprano dijo que está fuera de la ciudad y que de momento no puede verlo. — tecleó en algo en el computador y miró la pantalla por varios segundos. Antoine la esperó impaciente. Sabía que iba a decir algo más. —dijo que lo ha estado llamando desde ayer y que por eso dejaba el mensaje para que lo recibiera en la oficina.
—Maldito desgraciado. —murmuró Antoine pasándose la mano por el cabello dorado oscuro. —bien. Llama a mi madre y dile que venga aquí ahora mismo.
—Su madre ha dejado otro mensaje para usted.. —respondió Su secretaria de manera incómoda, Mirando a todas partes Excepto a él.
Dice que está ocupada hoy.
—¿Cómo qué ocupada? ¿¡Qué diablos le pasa a mi familia hoy!? ¿por qué nadie quiere...? ¡Ag! ¡ Olvidalo!
Margot pestañeó pero no dijo nada simplemente se limitó a asentir ante las maldiciones de Antoine y seguir con la cabeza frente al computador, consciente de que necesitaba más tiempo y espacio del que normalmente requería.
Antoine abrió la puerta de su oficina y entró cerrándola de un portazo y sentándose detrás del escritorio.
Revisó su celular para ver si Ana le había escrito pero no había sido así, era probable que estuviera una entretenida con su amiga, ella le había texteado temprano diciéndole que había llegado bien a New York y que lo llamaría en cuanto resolviera las cosas con ella.
Y con Pierre.
No quería dudar. No podía dudar de ella, necesitaba confiar por entero en su esposa, porque ella había demostrado una y otra vez que tenía más corazón que el y que cualquier persona que conociera. Lo sabía porque era aún él sabiendo que ella tenía todo el derecho de odiar a su hermano menor, ella no lo hacía, quizá por respeto a él, por el amor que le tenía y profesaba, porque Annette realmente lo amaba como él siempre había deseado que lo quisiera.
Pero joder, que miedo tenía.
Deseaba poder tener una caja con una bola de cristal, una que le dijera que su mujer regresaría con el, que no lo abandonaría como la última vez.
Que Annette volvería a su vida.
La noche anterior cuando ella le había confesado después de hacer el amor, que había sospechado de Joseph, que creía que el había puesto alguna clase de droga en su trago, que aunque la periodista era quien lo había trasladado en el vehículo, Joseph era el que había orquestado todo.
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AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)
RomanceAnnette Maréchal a sus veinticuatro años, ha entendido por fin la diferencia entre: ser amada y ser utilizada. Al conocer a Antoine Bourdeu, creyó que su vida iba a estar finalmente completa. Contrajo matrimonio con él, a los dos meses después de co...