Epilogo

101 6 1
                                    


Cecile fue encontrada en su habitación recostada en la cama con el celular en la mano, un frasco de pastillas tirado en el piso, donde obviamente faltaban algunas. Era lógico pensar que había consumido estas a lo largo del mes. Sin embargo, también era lógico creer que las que faltaban pudieron bien haber sido tomadas con toda la intención de quitarse la vida.

Cosa que logró.

Lamentablemente logró.

Ana miraba la escena sin dar crédito a lo que sus ojos veían.

—Tony...— susurro agarrando a su esposo de la mano, el cual estaba inmóvil en la puerta de la habitación mirando el cuerpo inerte de su madre, la mujer que le dio a luz, la mujer que estuvo los 34 años de su vida a su lado, cuidando, protegiéndolo, dándole el amor que ella creía capaz de ofrecer. — Tony, por favor..— dijo ella llamándolo y tirando un poco de su brazo. –—...di que estás bien. Di algo. lo que sea.

—No puedo...— murmuró él apretando su mano y entrelazándola con la de él.— no puedo...— repitió.

La llamada llegó media hora antes, mientras ellos terminaban de desayunar huevos revueltos con tocino y jugo de fresas frescas. Una mañana normal, un día como cualquier otro.

Pero para nada como ninguno que ella hubiera vivido jamás.

Según el médico forense que levantó el cuerpo, tal como los doctores explican, analizando hematomas, posible golpes o incisiones, cortadas o traumas físicos, no se vio ningún signo de violencia a simple vista ni de forcejeo en la puerta para acceder al apartamento en el ultimo piso, en el cual vivía la madre de Antoine.

Supuestamente el médico que llamó a Antoine, dijo que esta tenía ya más de 8 horas de fallecida.

¿Por qué llaman a alguien tan temprano en la mañana para dar tan terrible noticia sin suavizar el golpe nefasto?

¿Cómo es que los doctores no tienen tacto?

¿Por qué la revisaron sin el consentimiento de sus hijos?

Eran demasiadas preguntas para las pocas neuronas estables que le quedaban a Annette.

A esas horas de la mañana y se sentía con el cerebro a punto de estallar.

¿Suicidio?

Era una palabra que Ana siempre le había salido corriendo como si su vida dependiera de ello.

Suicidio, Se repitió.

¿Cómo era posible que alguien decidiera quitarse la vida? ¿atentar contra su propia existencia?

Ana no era tan religiosa que se pudiera decir, pero había sido criada ligada a las sagradas escrituras de la Biblia. Basando su vida en lo correcto, en lo que podía ser pecado, en lo que sería condenado por las llamas implacables del infierno.

Suicidio, volvió a pensar.

¿Por que alguien que lo tenía todo podía atentar contra su propia vida?

¿Por que alguien que poseía salud, familia, riquezas, una estabilidad económica envidiable, pudiendo viajar por el mundo, dándose todos los gustos que cualquier persona sobre la faz de la tierra pudiera desear ...Por que alguien con todas estas cualidades y oportunidades decidiría tomarse un frasco de pastillas y dejar que la muerte llegara a su habitación?

Ana sintió como las lágrimas bajaron por su mejilla, no daba crédito a esto, no podía ser cierto.

Su suegra no podía ser la que estaba en esa cama, recostada como si sólo estuviera tomando una siesta. Ahogó un grito y colocó la mano izquierda en su boca para ahogar el llanto con más ímpetu.

AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora