Capitulo 36. Inigualable

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Dos horas después Antoine se sorprendió por el trato que su hermano y su esposa se daban. ¿Cómo era posible que hubiera cambiado tanto todo En tan poco tiempo? Tan sólo una semana de verse visto por última vez y ahora parecían como si fueran amigos. No de esos amigos entrañables, pero si conocidos que podía mantenerse en la misma habitación y mantener una conversación educada mientras tomaban una copa de vino y charlaban sobre la vida.

—Creo que es tiempo de irme. —dijo Joseph levantándose de sofá y sonriéndole a Annette, ella se levantó también y lo miró un poco triste.

¿Qué le pasaba a su esposa? ¿por qué lo miraba de esa manera?

No tenía por qué tenerle pena su hermano, aunque quizá si supiera lo que Joseph había pasado, la razón por la cual se había comportado de esa manera tan nefasta, conociendo a Annette, era muy probable que ella sintiera aún más pena y lástima por su hermano menor.

¿Qué sabía? Se preguntó.

No. No podía creer que Joseph le hubiese dado tantos detalles en su ausencia.

—Mañana hablamos— dijo Antoine.

—No sé cuánto tiempo vas a quedarte Pero espero que podamos vernos pronto y conversar un poco.

—Yo también y aún no sé cuánto tiempo me quedaré pero te dejaré saber con Antonio cuándo puedes venir a la casa y así hago una comida para ustedes. Que tengas buenas noches.

—¿te gusta cocinar? —su hermano parecía no quererse ir.

¿Acaso no había escuchado el buenas noches de su mujer?

¿Era producto de su imaginación?

¡Buenas noches significa finalizacion de todo!

Antoine pasó la vista de uno al otro, sin comprender lo que tenía delante de sus ojos. ¿Que estaba pasado allí? ¿estaba durmiendo? ¡había soñado con esto desde que había conocido en el momento estos dos comenzaran a llevarse bien!

Dos meses de noviazgo, aunque el precisamente no lo había llamado así, había preferido llamarla su pareja. Odiaba las etiquetas, siempre había sido así, pero cuando comenzó a compenetrarse con la hermosa e inocente Annette, supo que no le importaria en lo más mínimo la etiqueta esposa.

Joder, esa era la que más le iba a gustar.

Con los brazos cruzados y el ceño fruncido, Antonio terminó de despedir a su hermano, sin escuchar lo demás, no le interesaba, no supo en qué momento Annette lo invitó a comer para el sábado siguiente, ni tampoco en qué momento Joseph aceptó.

Pero escuchó su respuesta antes de Joseph irse.

Contestándole a su mujer y asegurándole que volverían a verse pronto, pues le había encantado la cena y la compañía.

Después de cerrar la puerta se quedó un momento con el pomo de ésta agarrado.

Algo estaba mal.

Aquello no era normal.

Nunca había sido normal. Jamás había sido tan fácil.

¡Por Dios! ¡Había estado a punto de matar a su hermano cuando llegó noches atrás a su apartamento!

De no haber sido por que Annette lo detuvo, el hubiese seguido con la paliza.

—¿Estás bien? —le preguntó su esposa con voz melodiosa. —has estado callado toda la noche.

—Estoy bien, gracias. —respondió escueto y quizá más brusco de lo que pretendía.

—No me parece que estás bien. Precisamente por eso he venido aquí, por qué no has estado respondiendo a mis preguntas. Estás extraño.. —Antoine comenzó a escuchar los pasos de ella que se acercaban hacia él y una de sus pequeñas y delicadas manos subió por su espalda. —¿qué está pasando, amor mío? ¿qué es lo que no me dices?

—No te preocupes por mi. Mejor cuéntame de ti. ¿Cómo has estado estos días?

Antoine se giró y enfrentó sus enormes ojos verdes esmeraldas y esa mirada llena de preocupación.

—No me intentes cambiar el tema, Antoine. No soy una niña.

—No quiero pelear contigo ahora que estas conmigo aquí en Francia.

—¡Pues ayúdame a ayudarte!

Antoine se pasó la mano por el rostro y se acercó suavemente a ella hasta que sus respiraciones se mezclaron.

Annette cerró los ojos y aspiró hondo.

—Quiero ayudarte. Enserio quiero estar para ti. Quiero que confíes en mi.

—¿que tanto hablaste con Joseph?

—¡Por los dioses, Antoine! ¿Estás... Estás celoso de Joseph?

Antoine sintió que quería soltar una carcajada pero se contuvo.

Comenzó a acariciar el cabello rubio de Annette, el cual traía suelto sobre sus hombros y caían como una cascada en su espalda.

—Te he extrañado demasiado, incluso cuando haces esos berrinches.

—Me preocupa que no me cuentes nada.

—Cuando esté listo te lo contaré.

—Bien.

Annette dio un paso atrás y contempló a su esposo, Antoine por su parte, la miraba ahora con menos preocupación y dudas, y con más deseo impregnado de necesidad.

Annette se comenzó a desnudar sin decir media palabra, quitando toda la tela que cubría su delgado cuerpo, dejando claro lo que quería en aquel momento.

Antoine no tuvo que escuchar su petición, era muy precisa y honesta.

Lo quería a él.

Lo necesitaba.

Talves no tanto como él a ella, porque demonios.

¡Antoine amaba a esa mujer!

La quería tanto, casi al mismo grado que la deseaba como mujer.

Se acercó a ella con la mirada encendida, cuando Annette se hubo despojado de la última pieza que fue su tanga de encaje.

—Eres lo mejor que me ha pasado, Annette. Mi arañita hermosa, mi cielo, mi luna y mis estrellas.

—Tal parece que soy toda una constelación. —le dijo ella sonriendo y recibiendo su boca con un beso cargado de deseo y promesas.

—No eres una constelación, Annette —dijo Antoine alejándose Lo suficientemente para hablar —eres mi jodido universo. 

AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora