Él lo sabía sabía que iba a casarse con Piere.
—¿Lo sabes tú lo sabes? ¿tú... sabes que voy a casarme con él? —le preguntó con voz entrecortada.
—Ana, no hay un solo detalle sobre ti que yo no sepa— murmuró él con los dientes apretados quitándole los ojos de encima y mirando hacia la calle —lo que me molesta, es que sea precisamente con él, y que vengas aquí a decirme a mí que te firme el divorcio. ¡es prácticamente una infidelidad!— hablo tan duro que ella se recogió tanto que su cuerpo degaldo se pegó a la puerta. Antoine estaba enojado. —¿te has acostado con él? ¿ya le entregaste lo que me pertenece?
—¡Yo no te pertenezco! ¡No soy tuya!
—¡Te casaste conmigo, Maldita sea! ¡soy tu esposo!
—¡Solamente en el papel! —su voz se escuchó chillona y débil, así como sentía ella esas palabras. Aunque sólo fuera en el papel, ella se había sentido su esposa desde el primer momento en que lo vio.
Se había enamorado de él en cuestiones de segundos.
Antonio se acercó a ella y colocó la mano en su cuello el calor le llenó el cuerpo y se estremeció.
—¿Qué... qué estás haciendo? —él no respondió. Se dedicó a acercarse lentamente y a hacer que su corazón se acelerara.— Antoine...— susurró, sus ojos verdes miraron al hombre que una vez había amado con todo su corazón, y que ahora solamente despreciaba.
Al menos eso deseaba ella, pero se daba cuenta que los sentimientos estaban allí.
Antoine pegó sus labios al cuello de Annette, el carro comenzó a moverse, pero ella no le prestó atención, estaba demasiado atenta a los labios de él sobre su cuello.
—Antoine... —volvió a susurrar su nombre, no tenía fuerzas para más, sus manos apretaron la tela de su blusa, no podía subirlas y alejarlo, o quizá, era su cuerpo el que no deseaba moverlas y alejarlo. —por favor.
No tenía fuerzas para rebatirlo ni para moverse no podía quitárselo de encima porque lo deseaba allí deseaba que él la amara en cuerpo y alma como ella lo había amado a él como ella aún lo amaba
Habían dos clases de amor en la vida: uno era ese que le hacía sentir el fuego por dentro, ese que le hacía creer que todo era posible, que no le dejaba tiempo para nada más, solamente una burbuja de deseo carnal y puro, uno con el que poodía compartir cada detalle de su vida sin cansarse de hablar, uno con el que podía correr bajo la lluvia sin incomodar se. Ese amor llegaba de improvisto, cuando menos se esperaba. Entonces existía el otro, ese que la comprendía, que la valoraba por quién era, un amor que no se rendía, que no se alejaba sin importar cuantas trabas encontrara en el camino, un amor fuerte que nadie podia derrocar ni perforar, construido sobre una base de confianza y afecto.
Qún no sabía, aún después de todo lo que había sucedido, qué clase de amor era Antoine en su vida.
Pero estaba segura que era uno que ya había perdido su camino y que no pertenecía a ella, quizás jamás lo hizo.
—Por favor, no lo hagas. Detente. Te lo ruego. —comenzaba a enojarse con ella misma, no era justo quedarse tan quita y dejar que el se acercara de ese modo.
Ella no podía ser tan débil con respecto a él.
No después de enterarse que Antoine sólo la utilizó para quedarse con la compañía de su padre.
—¿Qué no hago mi, hermosa esposa? ¿qué es lo que quieres que no haga? —él comenzó a dejar besos sobre su cuello, subiendo por su oreja y mordiendo suavemente su piel. Un escalofrío se lanzó desde los pies hasta su cabeza, estremeciendo su cuerpo y haciendo que temblara suavemente. —¿por qué no quieres que lo haga? ¿temes darte cuenta que en verdad no quieres estar con ese hombre? él solo se aprovechó de tu inocencia, se aprovechó de que estabas sola y triste. No sé que hizo o que dijo...
—No, Antoine, tú te aprovechaste de la mía y aún así estoy aquí. Quiero terminar esto. Déjame terminar esto y alejarme de ti. Necesito alejarme de ti.
Él no se alejó de su cuerpo, no la miró con rabia al escuchar esas palabras, se quedó allí y por un segundo a Annette se le cortó la respiración.
A lo mejor ya había entendido que debía dejarla marchar.
Dentro de su maleta llevaba el sobre con los documentos. Si pudiera abrir la puerta, podría...
Pero se detuvo al escuchar la voz gruesa y profunda de Antoine.
—Quédate conmigo una semana. Danos lo que nos pertenece, danos eso que nos negaste en nuestra noche de bodas. Tan sólo una semana y te firmaré el divorcio.
Él comenzó a besar su mandíbula, sus labios lo sentía por todo su cuerpo aunque sabía que sólo estaban en su rostro, ella entreabrió los de ella, deseosa de que allí llegara el calor de Antoine.
Estaba dispuesta a dejarlo pasar la barrera tan delgada que había trabajado por tantos meses.
El tiempo pareció esfumarse y sólo quedaron ellos dos en ese asiento del carro.
Solo existían ellos y no sabía cómo volver a colocar la barrera que con tanto dolor había creado entre ellos.
—Dime, mi preciosa arañita.. ¿vas a concedernos esta semana?
¡Dios mío! No podía pensar siquiera cuando él estaba tan cerca. Tenía una presión en el pecho que hacía que la respiración se dificultara, todo él hacía que se dificultara su vida.
Arañita.
Él le había colocado ese apodo desde que la vio subirse en un árbol de manzanas en su primera cita en el campo.
Ella no había tenido vergüenzas con él. Desde el primer momento, sintió que lo conocía de toda la vida.
Annette había vivido una vida diferente a la que las demás mujeres había tenido. Una con la que ella se sentía feliz y contenta. Lejos de todo el bullicio de la ciudad, lejos de las luces de los carros y del sonido ensordecedor de las bocinas lejos de la humareda humana de París.
Lejos de gente como la familia de Antoine.
Lejos de gente como él mismo.
Le gustaba la tranquilidad, pasear por el parque, disfrutar de entrar los pies en el lago cerca de su casa, caminar a media noche mirando las estrellas sin miedo a que alguien se acercara para asaltarla.
Le gustaba la tranquilidad de su pueblo natal.
Allí quería regresar.
Lejos de Antoine y su riqueza. Una que sólo había traído desgracia a su vida.
—¿Qué dices, Arañita? — el carro se detuvo y ella miró por el retrovisor a Francoise, él estaba co centrado en la calle, en conducir, siempre e había sido así, no importaba lo que ellos hicieran detrás, él siempre iba a mantener los ojos hacia adelante.
Lo que Antoine le proponía era descabellado, era absurdo. Ella no había ido con intención de pasar ni siquiera una semana en Burdeos.
Lo único que deseaba era regresar a su casa y esconderse detrás de las sábanas, con su perrito Paco, mientras lloraba desconsoladamente.
Iba a llorar cuando su divorcio fuera oficial.
Porque amaba a Antoine con su vida.
No.
No podía darle una semana.
—Si.. — en cambio fue la respuesta que salió de su boca
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AMANTE DEL FRANCES (EN EDICION ORTOTIPOGRAFICA)
RomanceAnnette Maréchal a sus veinticuatro años, ha entendido por fin la diferencia entre: ser amada y ser utilizada. Al conocer a Antoine Bourdeu, creyó que su vida iba a estar finalmente completa. Contrajo matrimonio con él, a los dos meses después de co...