un juguete metido en el cu-

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El sol aún no había despuntado en el cielo cuando el primer domingo de carreras del año se instaló en el circuito de la ciudad. Max, el nuevo piloto estrella de Mercedes, estaba en la pista preparándose para la gran prueba.

La noche anterior había sido un ritual conocido: Toto, su implacable jefe de equipo y también su dominante en el terreno personal, lo había preparado para el gran día con una intensidad que siempre dejaba a Max con la piel erizada, medio desmayado y temblando

Max había estado acostumbrado a la rutina, un ritual de atención meticulosa y una especie de juego de poder que Toto siempre ejecutaba con una precisión casi inquietante.

El objetivo era claro: Max debía estar en su mejor forma, no solo física, sino también mental. Esta vez, Toto había añadido un pequeño detalle extra que Max solo descubrió al final de la sesión La noche había sido una mezcla de disciplina y deseo, una combinación que dejaba a Max en un estado de anticipación y excitación constante.

Al amanecer, mientras el circuito empezaba a llenarse de aficionados y el bullicio de la jornada se hacía palpable, Max sintió una presión constante.

Era algo más que los nervios habituales antes de una carrera. Dentro de él, un pequeño aparato vibraba con una intensidad que no podía ignorar.

Cada vez que intentaba relajarse o simplemente sentarse, el aparato emitía una leve pero incesante vibración que lo mantenía en un estado de alerta.

Cada vez que se acercaba a uno de sus compañeros de equipo, Toto, que maniobraba desde su móvil ...con una sonrisa traviesa, activaba el aparato con un toque en la pantalla.

Max intentó concentrarse en la carrera, en el rugido de los motores, en la pista que se estiraba frente a él.

Sin embargo, la distracción constante de esa vibración lo hacía casi imposible. En los momentos más intensos de la carrera, cuando debía tomar decisiones rápidas y maniobrar con precisión, la sensación era aún más aguda, un recordatorio persistente de que Toto tenía el control en cada momento.

La carrera fue dura. Max luchó con todas sus fuerzas, pero el aparato y la presión constante lo afectaron más de lo que quería admitir.

Mientras los otros pilotos lo adelantaban y la meta se acercaba, Max sintió una oleada de derrota y frustración. Su mente estaba nublada por el cansancio y la distracción, y cuando finalmente cruzó la línea de meta, se dio cuenta de que había quedado en cuarto lugar.

No era el primer puesto que había soñado, y el dolor de la derrota se sintió más intenso por el esfuerzo que había puesto en cada vuelta.

Desesperado y abatido, Max salió de su monoplaza y se dirigió al garaje. Cada paso le parecía una carga mientras las lágrimas empezaban a correr por su rostro.

El sentimiento de derrota era más profundo de lo que había anticipado, y la sensación de que había fallado ante Toto, de que la presión había ganado esta vez, lo abrumaba. Toto, aún con su sonrisa tranquila, observaba desde una esquina, sabiendo que el castigo y el control que había ejercido sobre Max esa mañana habían sido efectivos.

.....

Max estaba tendido en el sofá, con el cuerpo rígido y la respiración entrecortada. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la tenue luz de las luces de la pista que se filtraban a través de las cortinas. El sudor le resbalaba por la frente, mezclado con la frustración que sentía en ese momento.

— Tranquilo, campeón — dijo Toto, su voz calmada pero firme. Se acercó con la seguridad que siempre lo caracterizaba. — No voy a vender tu simulador... solo si me prometes que no vas a ser un brat de nuevo. ¿Me escuchaste?

Max frunció el ceño y trató de mantener la compostura, aunque el aparato que Toto había colocado en su interior durante el último día ... no dejaba de vibrar.

Cada movimiento que hacía, cada palabra que pronunciaba, parecía intensificar la sensación que sentía. La presión se acumulaba en su interior, y su mente estaba saturada con la mezcla de deseo y humillación que eso conllevaba.

— Daddy, por favor, apágalo — Max suplicó, moviendo la pierna inquieto, intentando distraerse del constante zumbido que lo mantenía en un estado de excitación incómoda.

Toto lo observó con una mirada que mezclaba ternura y autoridad. Caminó lentamente hacia Max, sus pasos resonando en el silencio de la habitación. Se arrodilló junto al sofá y tomó la mano de Max con suavidad, sus dedos firmes pero gentiles.

— Lo haré, pero solo si escuchas lo que tengo que decir — dijo Toto, sus ojos fijos en los de Max. — Tú eres mi piloto, pero también eres mi responsabilidad. Quiero que sepas que todo lo que hago es para tu propio bien.

Max lo miró, con la respiración agitada y el cuerpo temblando ligeramente. El pequeño aparato seguía vibrando, y cada vez que Toto le daba una mirada más intensa, la presión en su interior parecía aumentar.

Max sabía que Toto tenía control absoluto sobre la situación, y aunque la humillación era palpable, también había una extraña necesidad de rendirse ante esa autoridad.

— No quiero que pierdas tu enfoque ni tu determinación, Max. Eso es todo — continuó Toto, acariciando la mano de Max con un toque reconfortante. — Pero para que eso funcione, necesito que sigas las reglas. Sin más desafíos, sin más actitudes rebeldes.

Max asintió lentamente, su orgullo herido pero su deseo de complacer a Toto superando cualquier resistencia interna. La sensación de estar a merced de Toto, de saber que cada movimiento era monitoreado y controlado, era abrumadora. Toto se inclinó hacia adelante, su rostro a unos centímetros del de Max.

— ¿Lo prometes? — preguntó Toto, su voz baja y persuasiva. — Porque si no lo haces, entonces este aparato seguirá funcionando hasta que aprendas a comportarte.

Max tragó saliva y miró a Toto con una mezcla de sumisión y ansias. La presión del aparato, la promesa de alivio, y el deseo de cumplir las expectativas de Toto lo mantenían en una lucha interna. Finalmente, con voz temblorosa, Max respondió:

— Lo prometo, Daddy. Solo... apágalo, por favor.

Toto esbozó una sonrisa satisfecha y se inclinó para apagar el aparato. El zumbido cesó de inmediato, y Max sintió una ola de alivio que le permitió relajarse por fin. Toto se levantó y se acomodó en el sillón al lado de Max, dándole una palmadita en la cabeza.

— Bien hecho. Ahora, relájate. Vamos a trabajar en eso juntos.

Max cerró los ojos, sintiendo una mezcla de alivio y sumisión mientras Toto lo abrazaba con un gesto de ternura y autoridad.

La noche continuó en un ambiente de calma y obediencia, con Max comprendiendo que las reglas de Toto no solo eran para su propio bien

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora