Nueve meses habían pasado desde aquella conversación que cambió sus vidas. La habitación de Max, que una vez fue un refugio, ahora se había transformado en un nido acogedor, lleno de mantas suaves y almohadas, todo cuidadosamente dispuesto para recibir al pequeño que estaba por nacer.
Max respiró profundamente, sintiendo la mezcla de ansiedad y emoción. Las contracciones eran más frecuentes, y a pesar de que Toto le había insistido en que fuera al hospital, Max se negaba rotundamente.
—¡No! —exclamó, mirando a Toto con determinación—. Este es el lugar donde mi pequeño debe nacer.
Toto se sentó a su lado, acariciando su espalda. Su presencia siempre le daba un sentido de calma.
—Max, entiendo lo que sientes, pero la seguridad es lo primero. Lo que más quiero es que estés bien, y que el bebé también lo esté.
—Lo sé, pero he estado preparándome para esto. Este nido es perfecto. —Max miró alrededor, su corazón latiendo con fuerza—. Aquí es donde quiero dar la bienvenida a nuestro cachorro.
Toto suspiró, aunque su mirada mostraba comprensión. Había aprendido a confiar en la intuición de Max, sabiendo que su pareja tenía un instinto fuerte y protector.
—De acuerdo, pero al menos permíteme llamar a la partera, solo por si acaso —dijo Toto, tratando de mantener la calma.
Max asintió, aunque su mente estaba más centrada en el momento que estaba por llegar. El tiempo pasó lentamente, cada contracción traía una mezcla de dolor y expectativa. Finalmente, cuando sintió que estaba listo, miró a Toto con determinación.
—Creo que es hora.
Toto se puso de pie, su rostro se iluminó con una mezcla de orgullo y emoción.
—Voy a hacer todo lo que pueda para que estés cómodo. Solo concéntrate en lo que tienes que hacer, ¿de acuerdo?
Max se acomodó en su nido, sintiendo el calor de las mantas a su alrededor. Cerró los ojos y respiró profundamente, sintiendo cómo las contracciones se volvían más intensas.
—Toto, ayúdame a respirar.
—Claro, amor. Respira hondo, como te enseñaron. Inhala... exhala... —Toto guiaba cada respiración con suavidad, sintiéndose más que un simple espectador.
Con cada contracción, Max sentía que el mundo se contraía y expandía a su alrededor. En su mente, solo había espacio para el momento presente, la llegada de su pequeño.
La puerta se abrió suavemente y la partera entró, con una sonrisa cálida que transmitía confianza.
—Hola, Max. Estoy aquí para ayudarte. ¿Listo para conocer a tu bebé?
Max asintió, su cuerpo temblando de anticipación. La partera se acercó, examinando rápidamente la situación.
—Bien, vamos a hacer esto. Recuerda, escucha a tu cuerpo.
Mientras las contracciones se intensificaban, Max se dio cuenta de que el apoyo de Toto era esencial. Su pareja no solo estaba allí físicamente, sino que era su ancla emocional.
—Eres increíble, Max. Lo estás haciendo muy bien. Estoy aquí, siempre contigo.
Con cada empujón, el nido se llenaba de energía, de amor y de esfuerzo compartido. Max cerró los ojos, concentrándose en la voz de Toto y el apoyo firme de la partera. Después de lo que pareció una eternidad, sintió una liberación.
Un llanto pequeño y agudo llenó la habitación, y Max abrió los ojos de par en par.
—¡Lo hiciste, amor! —gritó Toto, sus ojos llenos de lágrimas de felicidad. La partera sostuvo al pequeño entre sus brazos, mientras Max sentía que su corazón se desbordaba de amor.
—¿Es un... gato? —preguntó Max, asombrado.
—Sí, es un pequeño híbrido, como tú. —La partera sonrió, colocando al bebé en los brazos de Max—. Te presento a tu hijo.
Max miró a su pequeño, los ojos brillantes y curiosos, un pequeño gato humano que llenó su corazón de alegría. Toto se acercó, sus manos temblorosas acariciando la cabecita del bebé.
—Es perfecto, Max. Lo logramos.
El nido, el dolor, las contracciones, todo había valido la pena. Max sonrió, sintiendo una conexión instantánea. El amor que compartían, ahora multiplicado en la forma de este pequeño ser, era algo que nunca había imaginado.
—¿Qué nombre le pondremos? —preguntó Toto, mirando a Max con amor.
—¿Qué te parece Leo? —sugirió Max, pensando en la fuerza y la ternura que quería que su hijo llevara.
—Leo... me gusta. —Toto sonrió, mirando al pequeño en brazos de Max—. Bienvenido al mundo, Leo.
Mientras la luz del sol se filtraba por la ventana, Max se sintió completo. Había dado la bienvenida a su hijo en el lugar que había elegido, y sabía que con Toto a su lado, todo sería posible.
En ese momento, rodeados de amor y de esperanza, Max comprendió que su vida había comenzado de nuevo.
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A year in Mercedes WOLFFTAPPEN
Fiksi PenggemarPequeños one shots sin seguimiento (algunos) de este ship todo esquizofrénico