desahogo

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Contenido sensible: Esta narración contiene temas de abuso sexual, violencia física y psicológica, y podría resultar perturbadora para algunos lectores. Se recomienda discreción.

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La noche había caído sobre el paddock, dejando una quietud extraña en el ambiente. El día había sido agotador, no solo por el trabajo habitual de una carrera, sino por el peso emocional que cargaba desde el altercado de Max. Toto miraba el reloj mientras se paseaba por la habitación del motorhome, preocupado. Había enfrentado a Jos, le había dejado claro que no se acercara más, pero eso no arreglaba todo. No podía simplemente golpear al problema y hacerlo desaparecer. Sabía que el verdadero desafío estaba justo ahí, con Max.

Max estaba sentado en el sillón, las piernas recogidas, mirando la pared como si estuviera a millones de kilómetros de allí. No se había movido mucho desde el incidente. Había hablado poco, apenas lo necesario para comunicar que quería estar solo, pero Toto sabía que tarde o temprano, las palabras, las emociones reprimidas durante años, tendrían que salir.

El silencio en la habitación era espeso. Max, por su parte, se veía diferente a cualquier otra versión de sí mismo que Toto hubiera conocido. Era una figura endurecida por la vida, un hombre que había aprendido a construir muros tan altos que apenas dejaba ver lo que había dentro. Y sin embargo, ahí estaba, sentado en la penumbra, con el rostro surcado de una angustia que ni la más dura carrera podría haberle provocado.

Toto, finalmente, se sentó frente a él, en el borde de la mesa baja, manteniendo la distancia suficiente para no invadir su espacio, pero lo bastante cerca como para que Max supiera que estaba ahí. En silencio, esperando.

—Max… —susurró Toto, con la voz más suave de lo que jamás había usado con él en todo el tiempo que llevaban juntos—. No tienes que decir nada si no quieres, pero estoy aquí. No voy a irme.

Max no lo miró al principio. Sus ojos seguían clavados en un punto vacío de la habitación, su cuerpo parecía congelado, atrapado en esa pose tensa, como si estuviera conteniendo algo inmenso que no sabía cómo soltar. Toto sabía que no debía presionar, pero cada segundo que pasaba hacía que su corazón doliera un poco más por él.

Finalmente, Max exhaló, pero fue más como un suspiro roto, una especie de liberación a medias. Sus labios se movieron, pero las palabras no salían al principio. Pasaron unos minutos más hasta que, casi en un susurro, comenzó a hablar.

—No… no recuerdo exactamente lo que pasó —dijo Max, la voz ronca, como si le costara cada palabra—. Sé lo que pasó, pero no los detalles. Es como si… partes de mi vida estuvieran borradas, o como si mi mente hubiera decidido bloquearlas. Pero hay cosas… cosas que siento, que están ahí y no puedo deshacerme de ellas.

Toto lo escuchaba con el corazón en un puño. No quería interrumpir, no quería que el flujo de las palabras se detuviera. Sabía que lo que estaba diciendo Max era algo que llevaba años encerrado, algo que lo había estado carcomiendo desde dentro.

—Cuando era niño —Max siguió, su mirada aún perdida en el vacío—, mi padre… Jos… siempre fue duro conmigo, ¿sabes? Pero eso ya lo sabes tú. Todo el mundo lo sabe. La presión, los gritos, los golpes cuando no hacía algo perfecto. Desde pequeño supe que no podía fallar. Y si fallaba, sabía lo que me esperaba.

Max tragó saliva, como si esas palabras le quemaran la garganta al salir. Toto asintió, aunque Max no lo estuviera mirando.

—Lo que nadie sabe… —Max se detuvo, y su respiración se volvió más entrecortada. Sus manos se apretaron sobre sus rodillas—. Es que había momentos… momentos en los que no era solo gritarme. O pegarme. Era… algo peor.

El aire en la habitación se volvió insoportablemente denso, como si el propio espacio se contrajera alrededor de ellos. Max estaba temblando ligeramente, pero seguía sin poder mirar a Toto a los ojos.

—A veces… —Max cerró los ojos con fuerza, como si tratara de apartar las imágenes que venían a su mente—. A veces se ponía… raro. Como si no fuera mi padre, como si… —se le quebró la voz, y tuvo que hacer una pausa para respirar—. Yo no sabía qué pasaba. Era un niño. Pero… cuando… cuando intentaba enseñarme algo, o cuando estaba demasiado borracho, a veces… hacía cosas que no tenían sentido. Me tocaba de formas que no entendía, y me decía que si no hacía lo que me pedía, no sería el campeón que él quería.

Toto sintió que se le helaba la sangre al escuchar esas palabras. Sabía que había algo oscuro en la relación de Max con Jos, pero jamás imaginó hasta qué punto. Quería decir algo, pero no había palabras que pudieran suavizar lo que Max estaba tratando de decir.

—Lo peor es que no… no recuerdo bien esos momentos. A veces… a veces me despierto y ni siquiera sé si pasó de verdad, o si mi mente lo está inventando —Max se abrazó a sí mismo, como si el frío lo estuviera consumiendo—. Pero cada vez que alguien me toca de repente, o cuando… cuando alguien me agarra así, como hoy… mi cuerpo reacciona. Mi mente se va a esos momentos que no puedo recordar del todo, pero que siento. Y me da miedo, Toto… me da miedo no saber exactamente qué me pasó. Pero también me da miedo recordar.

El silencio que siguió fue devastador. Toto tenía los ojos vidriosos, pero sabía que no podía llorar. No delante de Max, no cuando el hombre al que amaba estaba abriéndose de esa manera tan dolorosa. Toto se acercó lentamente, cuidando cada movimiento, para no hacer que Max se sintiera más vulnerable. Se sentó a su lado, sin decir nada, simplemente permitiendo que su presencia fuera lo que Max necesitara.

—No tienes que recordarlo todo si no quieres —dijo finalmente Toto, con la voz baja, acariciándole el brazo suavemente—. No tienes que enfrentarlo solo. Estoy aquí. Siempre estaré aquí.

Max asintió, pero sus ojos seguían luchando contra algo que ni él mismo podía describir. La vulnerabilidad de ese momento era casi insoportable para él. No estaba acostumbrado a mostrarse débil, y mucho menos a dejar que alguien lo viera en ese estado. Pero ahí estaba Toto, sin juzgar, sin exigir respuestas. Solo estando ahí, incondicional.

—A veces me pregunto si soy la persona que debía ser… o si soy solo lo que quedó de lo que él destruyó —dijo Max, y esa confesión fue como un puñal en el pecho de Toto.

—Eres más fuerte de lo que crees, Max —respondió Toto, con firmeza, pero con ternura—. Todo lo que has pasado… todo lo que te hicieron, no define quién eres. Tú eres más que eso. Eres un luchador. Y no estás solo.

Por primera vez en horas, Max lo miró. Sus ojos, normalmente tan duros y llenos de determinación, estaban ahora llenos de una tristeza profunda, pero también de algo más. Algo que, quizás, era una chispa de esperanza. O tal vez, solo el deseo de que, por una vez en su vida, pudiera dejar de luchar contra el peso que cargaba solo.

Max se inclinó hacia Toto, apoyando la cabeza en su hombro, y por primera vez en mucho tiempo, dejó que alguien lo sostuviera. Las lágrimas comenzaron a caer, despacio, sin prisa, pero no había vergüenza en ellas. Toto lo abrazó con fuerza, protegiéndolo de un mundo que había sido demasiado cruel con él.

—No tienes que ser fuerte todo el tiempo —susurró Toto, besándole suavemente el cabello—. A veces, está bien no serlo.

Max no dijo nada, pero en ese momento, el simple acto de dejarse consolar fue suficiente. Por primera vez, estaba dejando que alguien entrara en ese espacio cerrado y oscuro que había guardado durante tantos años. Y en los brazos de Toto, sintió, por un breve instante, que tal vez… solo tal vez… podría encontrar paz algún día.

Y eso era lo único que necesitaba por ahora.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora