Era un día gris en el circuito de Monza. Las nubes bajas cubrían el cielo, como si el mundo estuviera preparándose para una tormenta, tanto literal como metafórica. Max Verstappen estaba a punto de enfrentar una de sus prácticas más cruciales, y la presión en el paddock era palpable. Sin embargo, para Max, el desafío más grande no eran los rivales en la pista, sino la lucha constante con un mundo que no siempre entendía sus necesidades.
A medida que Max se preparaba en su garaje de Mercedes, rodeado por el estruendo familiar de motores y el murmullo de los ingenieros, sus manos temblaban ligeramente.
A pesar de sus guantes especiales que amortiguaban la hipersensibilidad, el ruido constante siempre le resultaba abrumador. Había aprendido a lidiar con la cacofonía utilizando sus audífonos canceladores de sonido, una herramienta esencial que le permitía encontrar calma en medio del caos.
Daniel Ricciardo, conocido por su carácter bromista y a veces cruel, se acercó con una sonrisa traviesa en el rostro. Mientras Max estaba distraído revisando su equipo, Daniel, en un momento de impiedad, decidió tomar los audífonos de Max y esconderlos en su taquilla.
"¡Oye, Max!" llamó Daniel desde el otro lado del garaje, su voz llena de sarcasmo. "Creo que se te olvidó algo."
Max se giró, y su expresión cambió de curiosidad a preocupación cuando se dio cuenta de que sus audífonos no estaban en su lugar habitual.
Su mente comenzó a acelerarse, el ruido del garaje se volvió más intenso y sus movimientos más agitados. Era como si todo el entorno se hubiera convertido en un laberinto abrumador.
Toto Wolff, que había estado observando desde la distancia, notó de inmediato el cambio en Max. Se acercó con paso firme, su presencia imponente siempre calmante para el piloto.
"Max, ¿qué pasa?" preguntó Toto con una voz suave pero firme, intentando penetrar la tormenta de ansiedad que se apoderaba de Max.
"Mis audífonos... no están," respondió Max, con la voz temblorosa y los ojos buscando desesperadamente alrededor. El desasosiego era evidente en su rostro; el ruido de los motores y los comentarios de los otros pilotos se convirtieron en un fondo ensordecedor.
Toto, sin perder la calma, tomó la mano de Max. "Vamos a encontrarlos. No te preocupes, te tengo." Su tono era firme y tranquilizador, un ancla en medio de la tormenta de Max.
El dúo se dirigió rápidamente hacia la taquilla de Daniel. Toto, con una mirada severa, se dirigió a Daniel que estaba en medio de una conversación animada con algunos de los otros pilotos.
"Daniel," dijo Toto, su voz cargada de una mezcla de reproche y autoridad, "¿qué has hecho con los audífonos de Max?"
Daniel, que había estado disfrutando de su pequeña broma, sintió el peso de la mirada de Toto y se encogió un poco. "Ah, bueno, los escondí un poco. Pensé que... sólo era una broma."
Toto frunció el ceño y cruzó los brazos, su rostro mostrando una mezcla de preocupación y desaprobación. "¿No ves que esto no es una broma para Max? Necesita esos audífonos para concentrarse y calmarse."
Finalmente, después de unos momentos tensos, Daniel sacó los audífonos de su escondite, devolviéndolos a Max. Toto tomó los audífonos y se los entregó a Max, su mirada suave y alentadora.
Max, ahora con sus audífonos de nuevo en su lugar, pudo sentir la diferencia de inmediato. La presión en su pecho comenzó a aliviarse y la tormenta interna se disipó, aunque el dolor de la burla aún permanecía.
En medio de su alivio, Max miró a Toto con gratitud. Su rostro estaba menos tenso, y sus ojos reflejaban una profunda emoción.
"Gracias, Toto," dijo Max, su voz llena de sinceridad y vulnerabilidad. Sin pensarlo demasiado, se acercó a Toto y, en un gesto inesperado, le dio un suave beso en la mejilla. Toto, sorprendido por el gesto, sintió una oleada de emoción recorrerlo. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se quedó en silencio, conmocionado por la simple pero significativa expresión de gratitud y afecto de Max.
"Max, no tienes que agradecerme," dijo Toto finalmente, su voz temblando ligeramente. "Estoy aquí para apoyarte, siempre."
Max asintió, su mirada era de agradecimiento genuino. "Lo sé. Pero… significas mucho para mí. No siempre es fácil, pero tú entiendes."
Toto abrazó a Max con ternura, un gesto que no solo ofrecía consuelo, sino también un refugio seguro en medio del caos. "Y tú eres importante para mí también, Max. Vamos a superar esto juntos."
La tarde continuó, y a pesar de los desafíos que enfrentaron, el vínculo entre Max y Toto se había fortalecido aún más.
En el bullicio de la pista, entre las risas despectivas y las miradas críticas, Max encontró en Toto un refugio inquebrantable. En el mundo del automovilismo, donde las competiciones eran despiadadas y las pruebas interminables, Toto era la constante que Max necesitaba para seguir adelante.
El circuito de Monza ya no era solo un lugar de carreras para Max. Se había convertido en un campo de batalla donde luchaba por su lugar y por su paz mental. Pero, mientras Toto estuviera a su lado, Max sabía que podía enfrentar cualquier cosa, sin importar cuán tormentoso o ruidoso fuera el día.
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A year in Mercedes WOLFFTAPPEN
FanfictionPequeños one shots sin seguimiento (algunos) de este ship todo esquizofrénico