emilian

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Era una tarde común en la casa de Max Verstappen y Toto Wolff, aunque la tranquilidad del hogar se vería interrumpida por un evento inesperado. El pequeño Emilian, a sus ocho años, había tenido un altercado en la escuela y había sido suspendido por pelear con otro niño, nada menos que el hijo del director.

Max estaba en el gimnasio, sudando y concentrado en su entrenamiento cuando recibió la llamada. “Max Verstappen, por favor, venga a recoger a su hijo. Ha tenido un incidente en la escuela,” decía la voz al otro lado de la línea.

Max sintió un nudo en el estómago. Dejó de lado las pesas y se dirigió rápidamente al coche. El tráfico parecía más pesado de lo habitual, y su mente no podía dejar de pensar en Emilian. Llegó a la escuela en un torbellino de pensamientos, su corazón palpitaba con una mezcla de ansiedad y frustración.

En la oficina del director, el hombre de cabello canoso y expresión severa lo esperaba. “Señor Verstappen, gracias por venir. Emilian ha estado involucrado en una pelea con mi hijo,” dijo el director, con una mirada que no dejaba lugar a dudas sobre su descontento.

Max sintió un escalofrío al escuchar eso. “¿Qué pasó exactamente?” preguntó, intentando mantener la calma.

El director le explicó que la pelea comenzó por un desacuerdo menor en el recreo y que rápidamente se salió de control. “Lo peor de todo es que Emilian se peleó con mi hijo, y como comprenderá, eso complica las cosas,” dijo el director, claramente frustrado.

Max agradeció al director y recogió a Emilian, quien estaba sentado en la sala de espera, con la cabeza agachada y la mirada fija en el suelo. El niño no dijo una palabra mientras Max lo llevaba hacia el coche. La atmósfera en el vehículo era tensa y cargada.

Al llegar a casa, Max no pudo contener su frustración. “¡Emilian! ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué te metes en peleas en la escuela?” gritó, su voz resonando por toda la casa.

Emilian, con los ojos llenos de lágrimas, intentó defenderse. “¡No fue mi culpa! El hijo del director empezó la pelea…”

“¡Eso no importa!” Max interrumpió. “Yo no quiero que te comportes como un peleador de ring. Yo te he dado todo para que tengas una vida mejor que la que yo tuve, y esto es lo que haces. ¿Te imaginas lo que dirán de nosotros? ¿De tu madre y de mí?”

Las palabras de Max eran un eco de los gritos y reprimendas que había recibido de su propio padre cuando era pequeño. Las palabras que nunca pensó que diría a su propio hijo, pero que, en su frustración y enojo, salieron sin piedad.

Emilian no pudo contenerse más y estalló en llanto. “Eres igual que mi abuelo,” sollozó, su voz temblando. “Siempre gritas y dices cosas feas.”

Max se quedó helado. Las palabras de su hijo le atravesaron el corazón como una daga afilada. Emilian corrió a su habitación, golpeando la puerta tras de sí. Max, paralizado por la culpa y la tristeza, se hundió en el sofá del salón y lloró sin parar. Las lágrimas corrían por su rostro, su mente atormentada por recuerdos dolorosos y el miedo de haber fallado como padre.

Horas después, Toto Wolff llegó a casa después de una reunión con los jefes de equipo. Al entrar, se encontró con Max dormido en el sofá, aún con las marcas de lágrimas en su rostro. Toto se acercó silenciosamente, lo cubrió con una manta que encontró por ahí y luego subió a la habitación de Emilian.

El niño estaba acurrucado en la esquina de su cama, aún llorando. Toto se sentó a su lado y lo abrazó suavemente. “Emilian, cariño, ¿qué pasó?” preguntó Toto con ternura.

El pequeño miró a Toto con los ojos hinchados y rojos. “Papá Max me gritó… dijo cosas horribles… como las que yo oigo en la escuela. Dijo que soy un peleador, que no sirvo para nada…”

Toto respiró hondo, sintiendo el peso de las palabras de su hijo. “Escucha, Emilian,” dijo con voz suave, “lo que tu papá dijo no es verdad. Su infancia fue muy difícil. Su propio padre no le mostró amor y se lo demostró a través de gritos y golpes. Max está luchando con sus propios demonios, y a veces eso hace que no se dé cuenta de lo que está diciendo.”

Emilian escuchó atentamente, absorbiendo cada palabra. “Entonces, ¿papá Max no es malo?”

“No, no es malo,” respondió Toto. “Simplemente está tratando de ser una mejor persona y un mejor padre, pero a veces esos viejos miedos y frustraciones resurgen. Tu papá te quiere mucho, pero a veces no sabe cómo demostrarlo.”

Cuando Max despertó más tarde, se encontró solo en el sofá. Sintió un peso en el pecho al recordar lo que había pasado. Se levantó y fue a la habitación de Emilian. Toto estaba allí, abrazando al niño mientras lo consolaba.

“Max,” dijo Toto, dándose cuenta de su presencia, “Emilian y yo estábamos hablando sobre lo que pasó.”

Max se arrodilló junto a la cama de Emilian, con lágrimas aún en los ojos. “Lo siento mucho, Emilian,” dijo, su voz quebrada por la culpa. “No debí gritarte. No quiero ser como mi padre. Lo que te dije no es cierto, y te pido perdón.”

Emilian levantó la vista, sus lágrimas aún frescas. “¿De verdad no quieres ser como tu papá?” preguntó con voz temblorosa.

“No,” respondió Max, abrazando al niño con fuerza. “Quiero ser un buen padre para ti. Te quiero más de lo que las palabras pueden decir.”

Emilian se aferró a Max, sintiendo el consuelo en el abrazo de su padre. “Te quiero también, papá,” dijo, sus lágrimas cesando lentamente.

Toto observó la escena con una mezcla de tristeza y alivio. Sabía que las palabras de Max y la difícil conversación que tuvieron eran un paso importante en el proceso de sanación. Al final, se dio cuenta de que, a pesar de los errores y las dificultades, el amor y la comunicación eran las claves para construir una familia fuerte y unida.

Max y Emilian pasaron el resto de la noche juntos, hablando y reconciliándose, mientras Toto vigilaba con una sonrisa esperanzada en el rostro. Aunque el camino hacia la comprensión y el perdón no sería fácil, sabían que lo recorrerían juntos, aprendiendo y creciendo como familia.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora