Max's Perspective
Me despierto como casi siempre lo hago últimamente: sintiendo una leve presión en el pecho, como si alguien me estuviera observando.
Y no falla. Al abrir los ojos, ahí está él, sentado en la esquina de la cama, con su eterna expresión seria, tan incómodamente apuesto como siempre. No es que lo mire mucho, claro. Bueno, quizás sí. Un poco.
—¿Qué hiciste esta vez? —su voz profunda, con ese toque de frialdad calculada que parece solo guardar para mí, retumba en la habitación.
Me revuelvo bajo las sábanas, intentando no parecer demasiado culpable, aunque ya sé por dónde viene la cosa. No es como si hubiera hecho algo malo. Al menos no esta vez.
—¿Yo? Nada —respondo, con esa sonrisa que sé que detesta y que uso con un poco más de frecuencia de lo que debería.
Toto frunce el ceño, claramente no impresionado. A veces pienso que disfruta de esta dinámica extraña que tenemos. O quizás solo le gusta llevarme la contraria. Aunque a veces creo que yo también se la llevo un poco a propósito. Solo para verlo reaccionar.
—Nada, ¿eh? —dice mientras se levanta de la cama, caminando por la habitación como un depredador que acecha a su presa, aunque ambos sabemos que, en este juego, él siempre tiene el control. O al menos le gusta pensar que lo tiene. Sus pasos resonantes en el piso de madera solo intensifican la tensión.
Lo observo de reojo, cómo su mandíbula se aprieta cuando está concentrado, cómo sus hombros anchos parecen llenar toda la habitación. Es intimidante, sí, pero también tiene algo que me hace querer provocarlo más. A veces pienso que simplemente disfruta de demostrarme que está por encima de mí, en más de un sentido.
—Escucha, no fue mi culpa... —intento justificarme antes de que vuelva a lanzar otra de sus críticas meticulosas, esas que siempre parecen encontrar el error exacto en todo lo que hago.
—Por supuesto que no lo fue —dice, su tono lleno de sarcasmo mientras se detiene frente a mí, mirándome desde arriba—. Porque tú nunca tienes la culpa de nada, ¿verdad?
Me cruzo de brazos, sentándome sobre las sábanas revueltas. Estoy acostumbrado a este tipo de interrogatorios, pero eso no significa que me gusten.
—¡Es que no la tuve! —respondo, un poco más irritado de lo que pretendía. Y entonces su sonrisa, esa sonrisa de medio lado que solo saca cuando siente que ha ganado una pequeña batalla, aparece. Odio que me saque de quicio con tanta facilidad.
—No deberías haberte arriesgado así. Lo sabes —me mira como si esperara que lo contradiga, pero me quedo callado—. ¿Sabes qué es lo que más me molesta? Que siempre terminas teniendo razón.
Lo dice con tanta frialdad que por un segundo casi me lo creo. Pero sé que no es verdad. No puede soportar cuando me adelanto a sus planes, cuando soy yo quien tiene el control, aunque sea por un momento.
—Entonces, si tengo razón, ¿cuál es el problema? —respondo, sabiendo que eso lo va a irritar aún más.
Se inclina hacia mí, y por un segundo siento cómo su aliento roza mi piel. Es intimidante, pero también excitante, en una forma que no quiero admitir, al menos no en voz alta.
—El problema —dice con una calma peligrosa— es que no es tu lugar. Yo tomo las decisiones. Yo llevo el control. Y tú deberías saberlo mejor que nadie.
—¿Ah, sí? —lo miro directamente a los ojos, desafiándolo. Algo en mi interior se revuelve, como una mezcla entre orgullo y deseo. No me gusta cuando intenta recordarme quién es el jefe, pero al mismo tiempo no puedo evitar sentirme atraído por esa seguridad abrumadora que emana de él—. Pues parece que hoy no.
La tensión entre nosotros es palpable, como si todo estuviera a punto de explotar. Y aunque sé que debería ceder, que debería simplemente aceptar su autoridad, no puedo evitar empujar un poco más.
—No entiendo por qué te molesta tanto que tenga razón de vez en cuando —añado, con ese tono que sé que lo irrita. Porque, al final, aunque él siempre diga que lleva el control, hay momentos, pequeños instantes en los que yo lo tengo. Y creo que eso es lo que realmente le molesta.
Sus ojos se entrecierran y sé que está evaluando qué decir a continuación. Toto no es de los que pierde la calma fácilmente. Siempre está en control, siempre tiene una estrategia. Pero yo también sé cómo sacarlo de su zona de confort.
—No es que tengas razón —responde finalmente, en un tono más bajo, pero no menos afilado—. Es que no sabes cuándo parar.
No puedo evitar sonreír. Quizás tiene razón. Pero eso no significa que vaya a admitirlo. Me levanto de la cama, acercándome a él, desafiándolo en su propio terreno.
—Tal vez no quiera parar —digo suavemente, sabiendo que estoy jugando con fuego.
Por un segundo, sus ojos destellan con algo más que irritación. Y entonces sucede algo inesperado. Sus manos, que normalmente están llenas de control y precisión, me toman por la cintura, tirando de mí hacia él. Mi corazón se acelera, pero mantengo la compostura. No puedo dejar que vea cuánto me afecta.
—Eres insoportable —murmura contra mi oído, pero hay un tono diferente en su voz, algo más suave, casi... vulnerable.
—Pero te gusta —susurro de vuelta, con una sonrisa que no puedo contener.
Él no responde. Al menos no con palabras. Pero el beso que sigue lo dice todo. No es suave, no es dulce. Es control, puro y absoluto. Y, por una vez, no me importa ceder.
Porque, aunque nunca lo admitirá, sé que le gusta cuando yo tengo la razón. Y quizás, solo quizás, le gusta más de lo que está dispuesto a admitir.
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A year in Mercedes WOLFFTAPPEN
FanficPequeños one shots sin seguimiento (algunos) de este ship todo esquizofrénico