daddy issues

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Max  estaba allí, parado en lo más alto del podio, con el trofeo en sus manos, los fuegos artificiales iluminando el cielo y los aplausos del público rugiendo como una tormenta. Otro campeonato, otro título mundial. Era un momento para el que había trabajado durante años, pero mientras sonreía y levantaba el trofeo al cielo, la satisfacción no llenaba el vacío que sentía en el pecho.

Su padre estaba allí, por supuesto, Jos , esperando con los brazos abiertos. El mismo hombre que había pasado gran parte de su vida exigiéndole más, pidiéndole perfección. El hombre que le enseñó a correr, que lo empujó hasta el límite, pero que también lo dejó con una cicatriz profunda, una herida que nunca terminaba de sanar. Max lo vio desde el podio, con la mirada dura de siempre, pero esta vez con una pequeña sonrisa en los labios. Tal vez esperaba ese abrazo que nunca llegó antes, ese momento de redención.

Pero Max no lo sentía. No era allí donde quería estar.

En medio de los aplausos y el bullicio del equipo Mercedes, sus ojos buscaron algo más. Buscó a alguien más. Y lo encontró.

Toto , su jefe, su mentor, su pilar de apoyo. Un hombre que le había dado mucho más que instrucciones técnicas y estrategias de carrera. Toto lo había comprendido de una forma que nadie más lo hacía. No le pedía que fuera perfecto, no lo presionaba de la misma manera que su padre. Solo lo apoyaba, siempre.

Los gritos del equipo eran ensordecedores mientras Max bajaba del podio, pero él no los escuchaba. Su cuerpo estaba tenso, su respiración irregular, y cuando dio el primer paso hacia su padre, algo dentro de él se rompió. No podía hacerlo. No podía ir hacia Jos. No esta vez.

De repente, todo el peso de los años, las expectativas, las decepciones, se acumuló en su pecho. Se giró abruptamente y corrió, no hacia su padre, sino hacia Toto. Con cada paso, las lágrimas comenzaron a correr por su rostro. No podía contenerlas. Era demasiado.

—¡Max! —escuchó la voz de Jos, confundida, tal vez molesta, pero él no miró atrás.

Cuando finalmente alcanzó a Toto, lo vio abriendo los brazos. No dijo nada, no necesitaba decir nada. Max se lanzó hacia él, casi tropezando en el proceso, y lo abrazó con tanta fuerza que sintió como si nunca quisiera soltarlo. El llanto salió en fuertes sollozos, sus manos apretaban la chaqueta de Toto, su cabeza enterrada en su pecho.

—Shhh, buen chico, Max, buen chico —murmuró Toto, su voz baja y calmante, mientras acariciaba la parte trasera de la cabeza de Max, enredando sus dedos en el cabello empapado por el sudor y las lágrimas.

—Buen chico... buen chico... —Max repitió esas palabras entre hipidos, como si el simple hecho de decirlas pudiera calmar la tormenta dentro de él. Como si cada repetición lo acercara un poco más a esa paz que siempre había buscado y nunca encontrado.

El equipo Mercedes seguía celebrando a su alrededor, pero Max no los escuchaba. Solo escuchaba a Toto, su calma, su firmeza. Todo lo que había anhelado, todo lo que no había podido encontrar en los abrazos ausentes de su padre, lo encontraba allí, en los brazos de Toto.

El mundo exterior desapareció por un momento. No había cámaras, no había multitudes. Solo Toto, Max, y esas palabras.

—Buen chico... buen chico...

—Toto... —murmuró Max entre sollozos, sin levantar la cabeza—. No... no puedo... con él... no puedo... —Su voz temblaba, rota por la emoción.

Toto suspiró, pero no soltó a Max. Lo sostuvo con firmeza, como si estuviera dispuesto a cargar todo ese peso por él.

—No tienes que hacerlo —susurró Toto—. No tienes que complacer a nadie, Max. Has hecho lo que debías hacer. Y lo hiciste perfectamente.

Max se aferró aún más fuerte. Su cuerpo temblaba con cada respiración, pero Toto estaba allí, inamovible, como una roca.

—Estoy... estoy tan cansado, Toto —confesó Max con una voz tan baja que apenas fue un susurro—. Siempre tratando de... siempre... él nunca...

Toto lo abrazó más fuerte, inclinándose un poco para poder susurrar en su oído.

—No más, Max. No tienes que correr más para él. Ahora corres para ti. Y para nosotros.

Las lágrimas volvieron a salir con más fuerza. Todo ese control, todo ese orgullo que Max siempre había sostenido con tanta fuerza, se desmoronó en los brazos de Toto. Y él lo dejó ser, porque sabía que lo necesitaba.

Max no sabía cuánto tiempo pasó allí, aferrado a Toto como si fuera su ancla. Poco a poco, sus sollozos se fueron calmando, su respiración se estabilizó, pero no soltó a Toto. No quería soltarlo.

—Te amo... —murmuró Max de repente, con la voz ahogada por las emociones, como si fuera algo que no había planeado decir pero que simplemente salió.

Toto sonrió suavemente, inclinando la cabeza para que Max pudiera ver su rostro. Le pasó una mano por el cabello, calmándolo.

—Y yo a ti, Max. Eres mi Buen chico.

Max sonrió, apenas, pero fue una sonrisa sincera. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora