lenguetazo en el bache

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El ambiente entre ellos se había vuelto extraño desde aquella primera vez. Max trataba de actuar como si nada, pero la tensión se sentía en cada rincón de la casa. Toto había dejado el tema en paz, pero Max sabía que algo se estaba cocinando debajo de la superficie. Había noches en las que sentía la mirada de Toto sobre él, aunque cuando se volteaba, Toto ya estaba haciendo otra cosa.

Esa tensión, ese constante juego del gato y el ratón, sólo encendía más las ganas en Max. Y aunque sabía que era peligroso, el riesgo solo lo hacía desearlo más. Así que, una vez más, se encontró frente al espejo del baño, el mismo escenario de la última vez. Tenía el vibrador en una mano, y con la otra trataba de desabrocharse los pantalones lo más rápido posible. Su respiración ya estaba agitada, y ni siquiera había empezado.

Esta vez, decidió ser más audaz. No sólo el vibrador sería suficiente. Quería más, necesitaba más. Se había comprado una correa, algo que había visto en otro video y que no pudo sacarse de la cabeza. Sabía que si Toto lo descubriese esta vez, no sería tan indulgente. Pero esa posibilidad solo hacía que todo fuera aún más emocionante.

Max comenzó con el vibrador, empujándolo adentro lentamente mientras encendía la vibración. El placer lo recorrió como un rayo, haciendo que todo su cuerpo se estremeciera. Mordió su labio para no hacer ruido, sabiendo que Toto estaba en la casa. Luego, se colocó la correa alrededor del cuello, apretándola lo suficiente para que sintiera la presión, pero no tanto como para asfixiarse.

Comenzó a moverse, empujando el vibrador con sus caderas mientras jalaba la correa. La mezcla de placer y la falta de aire lo hacía sentir como si estuviera en otro mundo. Se perdía en la sensación, en el zumbido constante y en la presión alrededor de su cuello. Todo lo demás se desvanecía, hasta que escuchó un ruido. La puerta del baño se abrió de golpe, y Max congeló, su corazón latiendo con fuerza en sus oídos.

Toto estaba en la puerta, mirándolo con una expresión indescifrable. Max sabía que estaba atrapado, no había manera de salir de esta. Trató de soltar la correa y apagar el vibrador, pero sus manos temblaban tanto que se le cayó al suelo. El ruido del vibrador golpeando el piso resonó en el baño, y el zumbido continuó llenando el silencio incómodo entre ellos.

—Max… —La voz de Toto era baja, pero había una firmeza en ella que hizo que Max se estremeciera. No había duda, Toto estaba furioso. Pero también había algo más en su voz, algo que Max no pudo identificar de inmediato.

Max intentó decir algo, pero las palabras no salían. Su mente estaba en blanco, y sólo podía mirar a Toto con ojos grandes y aterrorizados. Sabía que no había excusa que pudiera darle, nada que justificara lo que estaba haciendo.

Toto dio un paso hacia él, y Max retrocedió instintivamente, tropezando con el borde de la bañera y cayendo de espaldas. Toto lo alcanzó antes de que pudiera levantarse, su mano firme agarrando la correa alrededor del cuello de Max. Con un tirón rápido, lo levantó del suelo, haciendo que Max jadeara al sentir la presión en su garganta.

—¿Te gusta esto, Max? —preguntó Toto, su voz un susurro áspero en el oído de Max.

Max trató de responder, pero sólo pudo soltar un gemido ahogado. El placer y el miedo se mezclaban en su cuerpo, haciendo que cada nervio se encendiera.

—Si te gusta tanto… ¿por qué no me lo dijiste? —Toto aflojó un poco la correa, permitiendo que Max respirara con más facilidad. Pero no lo soltó. Sus ojos estaban fijos en los de Max, esperando una respuesta.

—Yo… yo… —Max intentaba formular una frase coherente, pero su mente estaba nublada por el placer que aún pulsaba en su cuerpo y por la vergüenza de haber sido descubierto de esa manera.

—¿Te gusta jugar solo? —La voz de Toto se tornó más oscura, un tono que Max nunca había escuchado antes. Era una mezcla de enojo, curiosidad, y algo más… algo que hizo que el estómago de Max se retorciera en anticipación.

Max asintió débilmente, sabiendo que no tenía sentido mentir ahora. Toto ya lo había visto todo.

—Eso está mal, Max. —Toto lo miró con severidad—. Muy mal. Si querías esto, deberías haberme lo dicho. No necesitas esconderte… ¿entiendes?

Max apenas pudo asentir de nuevo. Toto finalmente soltó la correa y se agachó para recoger el vibrador del suelo, apagándolo con un clic rápido. Max se quedó allí, sentado en el suelo, respirando con dificultad mientras miraba a Toto con una mezcla de miedo y deseo.

—Voy a enseñarte una lección que no olvidarás —dijo Toto, su voz más suave ahora, pero con una firmeza que no admitía discusión.

Max no tuvo tiempo de procesar lo que Toto había dicho antes de que lo levantara del suelo y lo arrastrara hacia la habitación. Toto lo empujó contra la cama, manteniéndolo boca abajo mientras sus manos lo inmovilizaban.

—No te muevas, Max —ordenó Toto, su voz firme.

Max obedeció, su cuerpo temblando bajo el peso de Toto. Sabía que había cruzado una línea, pero no pudo evitar sentir una oleada de excitación recorrer su cuerpo. Toto comenzó a desabrocharle los pantalones, tirándolos al suelo junto con su ropa interior. Max sintió el frío del aire en su piel expuesta, haciéndolo estremecerse.

—Ahora… vamos a ver cuánto te gusta esto en realidad —susurró Toto antes de inclinarse sobre él.

Max sintió un escalofrío recorrer su cuerpo cuando Toto bajó la cabeza, su aliento cálido rozando la piel de Max. Luego, sintió los labios de Toto en su piel, un toque suave que contrastaba con la rudeza de sus movimientos anteriores. Max no pudo evitar soltar un gemido cuando Toto comenzó a besarle lentamente, bajando por su espalda hasta llegar a su trasero.

Toto no perdió tiempo, separándole las nalgas con las manos mientras bajaba más. Max sintió un calor familiar acumulándose en su abdomen cuando la lengua de Toto hizo contacto. Era un contraste tan marcado con lo que había esperado que no pudo evitar arquear la espalda y soltar un gemido más alto, el sonido resonando en la habitación.

Toto fue lento, meticuloso, explorando cada rincón con su lengua. Max estaba tan perdido en la sensación que apenas podía pensar en otra cosa. Todo lo que podía hacer era aferrarse a las sábanas con fuerza, intentando contener los gemidos que luchaban por salir de su garganta. Pero Toto no se lo permitió, empujando más con su lengua, su boca haciendo cosas que Max jamás había imaginado.

—Dilo —ordenó Toto, su voz un susurro peligroso mientras se detenía por un momento, sus dedos rozando la entrada de Max, tentándolo—. Dime cuánto te gusta esto.

—Me… me encanta —gimió Max, su voz rota por el placer—. Por favor, Toto, no pares…

Toto sonrió contra la piel de Max, satisfecho con la respuesta.

No hubo más advertencias después de eso. Toto no solo siguió con la boca, sino que también introdujo un par de dedos con la misma rudeza controlada que había prometido antes. Max gritó al sentir la doble estimulación, sus caderas moviéndose instintivamente hacia atrás, buscando más.

El cuarto se llenó con los sonidos húmedos y los gemidos incontrolables de Max. Toto mantenía un ritmo que lo volvía loco, alternando entre la lengua y los dedos, llevándolo al borde del abismo una y otra vez sin dejar que cayera del todo.

Max se sintió morir cuando finalmente Toto le dejó llegar al clímax, su cuerpo temblando incontrolablemente mientras liberaba todo lo que había estado reprimiendo. Su mente se quedó en blanco, y todo lo que pudo hacer fue dejarse llevar por la marea de sensaciones.

Cuando todo terminó, Max yacía boca abajo en la cama, respirando con dificultad, su cuerpo agotado y su mente nublada. Toto se levantó lentamente, mirándolo con una expresión que no pudo descifrar del todo.

—La próxima vez, no lo hagas solo —dijo Toto finalmente, su voz baja pero firme—. Si quieres jugar, lo hacemos juntos. ¿Entendido?

Max asintió débilmente, todavía recuperándose de la experiencia. Sabía que nunca olvidaría esa lección, y mientras miraba a Toto, entendió que las reglas habían cambiado para siempre.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora