vacuna (3/3)

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Max había estado inquieto toda la mañana. Desde que Toto mencionó la palabra “vacunación”, el chico-gato había comenzado a mostrar señales claras de que no tenía la más mínima intención de cooperar. Las orejas caídas, los movimientos nerviosos de la cola, y esos ojos verdes que lo miraban con una mezcla de desafío y miedo. Toto sabía que el día no iba a ser fácil, pero no había vuelta atrás. Las vacunas eran necesarias, y Max lo sabía, aunque eso no significaba que lo aceptara.

—No es para tanto, Max —dijo Toto con tono calmado, tratando de suavizar la situación mientras le lanzaba una mirada paciente desde el volante del coche—. Solo son unas inyecciones y luego podemos irnos a casa. Prometo que te compraré lo que quieras después.

Max bufó, cruzándose de brazos mientras hundía el cuerpo en el asiento, mirando por la ventana con una expresión que claramente decía: “No me importa lo que digas, no voy a cooperar”.

—No me gustan las agujas —murmuró, con la voz apenas audible, pero suficiente para que Toto lo escuchara.

—Nadie disfruta de las agujas, Max, pero es necesario —respondió Toto, manteniendo el tono suave—. Además, sé que has pasado por cosas mucho peores. Esto no es nada.

Max giró la cabeza rápidamente, fulminándolo con la mirada.

—Eso no cambia el hecho de que no quiero hacerlo, Toto. ¿No podemos saltarnos esto? Estoy bien, no necesito más vacunas —insistió, con la voz cargada de esperanza.

Toto negó con la cabeza, una sonrisa cansada en los labios.

—Lo siento, Max, pero no hay escapatoria esta vez. Es solo un momento, y luego te olvidarás de todo. Lo prometo.

Max resopló, volviendo a mirar por la ventana mientras su cola se movía de un lado a otro con irritación. Sabía que Toto no iba a ceder, pero eso no significaba que lo haría fácil. Si Toto pensaba que iba a sentarse y dejarse pinchar como un gato dócil, estaba muy equivocado.

El viaje al veterinario fue silencioso, con Max emanando una vibra de pura molestia que llenaba el coche. Toto, por su parte, se mantenía calmado, sabiendo que la verdadera batalla estaba por comenzar una vez llegaran a la clínica.

Cuando finalmente aparcaron, Max se quedó en su asiento, observando el edificio con una mezcla de curiosidad y desdén. No es que no hubiera estado antes en el veterinario, pero siempre había sido un problema. Esta vez, sin embargo, Toto había sido especialmente insistente, y eso no presagiaba nada bueno.

—Vamos, Max. Cuanto antes entremos, antes saldremos —dijo Toto, abriendo la puerta y saliendo del coche, esperando que Max lo siguiera.

Max no se movió. En su lugar, se acurrucó más en el asiento, como si pudiera desaparecer en él. Sabía que estaba actuando como un gato asustado, pero no le importaba. La idea de las agujas lo ponía de los nervios, y haría cualquier cosa para evitarlo.

—Max… —Toto usó su tono de advertencia, ese que solía funcionar la mayoría de las veces, pero Max no estaba de humor para obedecer.

—No voy a moverme, y no puedes obligarme —dijo Max, con un tono desafiante mientras entrecerraba los ojos, como si retara a Toto a intentarlo.

Toto soltó un suspiro pesado, sabiendo que la diplomacia había terminado.

—Muy bien, si así lo quieres… —murmuró, antes de inclinarse y prácticamente arrastrar a Max fuera del coche, a pesar de los protestas y manotazos.

—¡Suéltame, Toto! —protestó Max, forcejeando, pero Toto no cedió, tirando de él con una mezcla de paciencia y determinación.

Entraron en la clínica veterinaria con Max arrastrando los pies y Toto prácticamente empujándolo hacia la recepción. El ambiente estaba tranquilo, con un par de personas esperando con sus mascotas, que observaban a Max con curiosidad mientras este bufaba de manera audible.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora