Max había estado probando la paciencia de Toto todo el día. Había algo en el ambiente que lo hacía sentirse particularmente travieso, o quizás sólo estaba aburrido. Quién sabe.
Primero fue la cosa de tirar vasos, que aunque no eran importantes, hacían un ruido espantoso cuando estallaban en el suelo. Max los dejaba caer con un gesto despectivo, sus ojos felinos fijos en los de Toto, como desafiándolo a hacer algo al respecto. Toto le devolvía la mirada, más perplejo que molesto al principio, pero la gracia se le iba agotando.
—¿Vas a seguir con eso, Max? —preguntó Toto, cruzando los brazos.
Max bufó y se alejó, pero no sin antes darle un empujón leve a Toto en el costado. Era una provocación descarada, y lo peor era que lo sabía. Caminaba por la casa como si fuera el dueño del lugar, ignorando las advertencias y haciendo lo que le venía en gana.
Toto siempre había encontrado un encanto en la actitud felina de Max. La manera en que se estiraba perezosamente en el sofá, o cómo se enroscaba en su regazo sin previo aviso, ronroneando satisfecho. Pero hoy, esa actitud estaba llevándolo al límite.
Cada vez que Toto se acercaba para intentar calmarlo, Max respondía con otro bufido, seguido de un empujón más fuerte. A estas alturas, Toto ya estaba visiblemente molesto. Pero la situación escaló de verdad cuando Max, de alguna manera, logró trepar hasta la parte superior de un estante alto en el despacho de Toto.
—¿Max, qué estás haciendo allá arriba? —Toto alzó la voz, intentando sonar autoritario, pero había una clara nota de preocupación en su tono.
Max lo ignoró, haciéndose el desentendido. Estaba sentado en lo alto, mirando desde arriba con una expresión que decía "Aquí no puedes alcanzarme". Y entonces, con un gesto deliberado, extendió la pata y empujó un objeto que estaba cerca del borde.
Toto vio el trofeo caer en cámara lenta, como si el mundo se hubiera detenido. Era el primer trofeo de Fórmula 1 que había ganado. No tenía precio, no por su valor material, sino por lo que significaba para él. Cuando el trofeo se estrelló contra el suelo, partiendo en varios pedazos, algo se rompió dentro de Toto también.
Por un momento, todo quedó en silencio. Max seguía allá arriba, observando con esos ojos felinos, como si estuviera evaluando el daño. Pero la expresión de Toto cambió. Se había acabado la paciencia, la ternura, y todo lo demás que había estado sintiendo. Ahora, solo había una furia controlada.
—Bájate de ahí. Ahora —dijo Toto, su voz baja pero firme.
Max dudó por un momento, pero luego bajó de un salto, aterrizando grácilmente en el suelo, aunque no sin una pizca de arrogancia en su andar. Se acercó a Toto como si no hubiera hecho nada malo, pero la mirada en los ojos de Toto lo hizo detenerse.
—¿Sabes lo que acabas de hacer? —preguntó Toto, su voz aún contenida, pero había una dureza en ella que Max rara vez escuchaba.
Max se encogió de hombros, como si no le importara. Pero eso solo sirvió para que Toto tomara una decisión.
—Te he dejado pasar demasiadas cosas hoy, pero esto fue demasiado, Max. Necesitas aprender que hay límites, y los has cruzado todos.
Antes de que Max pudiera procesar lo que Toto decía, ya estaba siendo arrastrado hacia el sofá. Toto lo sentó con firmeza, sus manos fuertes y decididas. Max intentó forcejear, pero Toto lo mantuvo en su lugar con facilidad.
—No puedes hacer lo que te dé la gana y esperar que no haya consecuencias —dijo Toto, mientras empezaba a desabrochar el cinturón de sus pantalones. Max se quedó helado, dándose cuenta de lo que estaba por suceder.
—¡Espera! ¡Toto, no! —exclamó, intentando zafarse, pero Toto fue implacable. Max acabó boca abajo sobre el regazo de Toto, con las manos del hombre sujetándolo firmemente en su lugar.
—Tal vez esto te enseñe a pensar dos veces antes de actuar de manera tan impulsiva —dijo Toto, y entonces la primera nalgada cayó.
El sonido resonó en la habitación, y Max contuvo el aliento, más por el impacto que por el dolor. Pero Toto no se detuvo ahí. Las nalgadas continuaron, cada una más fuerte que la anterior. Max intentó mantener la compostura, pero pronto las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.
—¡Para, por favor! ¡Ya entendí, lo siento! —gritó Max, mientras las nalgadas seguían cayendo.
—No es suficiente con sentirlo, Max. Tienes que aprender a controlar tus impulsos —dijo Toto, sin detenerse. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad para Max, Toto se detuvo. Pero no lo soltó inmediatamente. En su lugar, lo mantuvo en su regazo, con una mano descansando en la parte baja de su espalda, como un recordatorio de su castigo.
—Ahora, vas a recoger los pedazos de ese trofeo y me vas a ayudar a arreglarlo —dijo Toto finalmente, su voz más suave, pero aún firme.
Max asintió, sollozando ligeramente. Toto lo dejó levantarse y lo observó mientras se dirigía al suelo, recogiendo los fragmentos del trofeo roto. Había aprendido su lección, al menos por hoy.
—Y Max —dijo Toto mientras Max empezaba a trabajar—. La próxima vez que te portes como un brat, te aseguro que el castigo será aún peor. Así que más te vale comportarte.
Max lo miró de reojo, aún secándose las lágrimas, pero asintió nuevamente. Había algo en la seriedad de Toto que le hizo entender que no era una amenaza vacía. Y aunque su orgullo estaba herido, sabía que había ido demasiado lejos esta vez.
Mientras trabajaban juntos para arreglar el trofeo, Max reflexionó en silencio. Toto lo había castigado, sí, pero también le había enseñado una valiosa lección sobre respeto y límites. Y aunque odiaba admitirlo, había una parte de él que apreciaba que Toto no lo dejara salirse con la suya. Después de todo, parte de él había estado buscando ese límite, y finalmente lo había encontrado.
El resto del día fue tranquilo. Max se mantuvo cerca de Toto, pero esta vez con una actitud más sumisa. Sabía que había cruzado la línea y, aunque no lo admitiría en voz alta, se sentía agradecido de que Toto estuviera allí para guiarlo, incluso si eso significaba recibir un castigo de vez en cuando.
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A year in Mercedes WOLFFTAPPEN
FanficPequeños one shots sin seguimiento (algunos) de este ship todo esquizofrénico