la perrera

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La tarde había comenzado normal. El paddock estaba lleno de movimiento como siempre, los ingenieros corrían de un lado a otro, los mecánicos ajustaban las últimas piezas, y los pilotos charlaban entre ellos o con la prensa. Todo seguía su curso habitual en la previa de una carrera, pero lo que nadie veía venir era el caos que desataría una simple provocación.

Max Verstappen, híbrido de león, siempre había sido un punto de controversia. No solo por su habilidad sobre el coche, sino porque su naturaleza felina lo hacía distinto, impredecible para algunos, peligroso para otros. Desde pequeño, había aprendido a controlar su temperamento, pero no siempre era fácil. Su padre, Jos, también un híbrido de león, le había enseñado a defenderse cuando fuera necesario, pero esa línea fina entre la defensa y el instinto animal siempre estaba allí, a punto de ser cruzada.

Toto Wolff lo sabía mejor que nadie. Vivir con Max no era tarea sencilla. Lo amaba, profundamente, pero en su naturaleza había algo que ni siquiera él podía controlar. Aquella tarde, sin embargo, lo que sucedió escapaba a todo lo que Toto había temido.

Todo comenzó con un comentario. Un mecánico, de esos viejos lobos del equipo, se había cruzado en el camino de Max. Era un tipo duro, anti-híbrido, siempre murmurando cosas desagradables cuando creía que nadie lo escuchaba. Esa tarde, había decidido dejar de murmurar y pasar a los gritos.

"¡Bestia! ¡Eso es lo que eres! ¡Una jodida bestia que no debería estar aquí, corriendo entre nosotros! Deberían haberte metido en una jaula desde el principio, como hacen con los demás de tu clase", escupió el mecánico, acercándose demasiado.

Max intentó ignorarlo al principio. No era la primera vez que alguien lo llamaba así. Pero aquel hombre no se detuvo. Lo siguió, insistente, lanzando insultos y palabras llenas de odio. Hasta que tocó algo en lo más profundo de Max, algo que normalmente mantenía enterrado bajo control. Era como si el rugido de un león resonara en su mente, una sombra que se alzaba y crecía.

Cuando el mecánico se acercó demasiado, Max giró bruscamente, sus ojos brillando con una furia animal que ni siquiera él pudo contener.

"¿Qué dijiste?" preguntó, su voz baja, casi ronca.

El hombre sonrió, sabiendo que había tocado una fibra sensible. "Que no deberías estar aquí. Eres solo un monstruo, y todos lo sabemos. Eres peligroso. Te deberían tratar como el animal que eres."

Fue entonces cuando sucedió. Max perdió el control. Sus manos, que en un segundo eran solo manos, se transformaron en garras. En un solo movimiento, se abalanzó sobre el hombre, arañándole la cara con una fuerza que ninguno de los presentes esperaba. La sangre comenzó a brotar, y los gritos del mecánico resonaron en el paddock. En cuestión de segundos, los guardias estaban sobre Max, tratando de someterlo.

Toto había estado hablando con algunos ingenieros a unos metros de distancia cuando escuchó el alboroto. Al girarse, lo que vio lo dejó helado: Max, atrapado entre varios guardias, con un bozal de metal colocado apresuradamente en su rostro. Sus ojos, antes brillantes de furia, ahora estaban llenos de lágrimas. La imagen de su pareja, el hombre al que amaba, reducido a una criatura atrapada, lo hizo sentir impotente como nunca antes.

“¡Max!” gritó Toto, corriendo hacia ellos. Pero antes de que pudiera llegar, los guardias ya lo estaban subiendo a un vehículo. Lo estaban sacando del circuito, como si fuera un criminal.

Max se resistía, su cuerpo entero tenso bajo el peso de los hombres que lo sujetaban. Pero lo que más dolía a Toto era la mirada de Max. Una mezcla de confusión, dolor y traición. No entendía por qué lo estaban llevando. No entendía por qué Toto no podía detenerlos. Y en el fondo de esos ojos, había algo más: miedo.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora