piercing

144 15 0
                                    

Max siempre había sido un espíritu libre, rebelde, con una pizca de obstinación que lo hacía irresistible y, a veces, completamente desesperante. Toto lo había conocido lo suficiente como para saber que, a pesar de la madurez que venía con los 27 años, ese fuego indomable seguía ardiendo dentro de él. Y eso, por supuesto, era una fuente constante de fricción entre ellos. La mayoría de las veces, Toto lo dejaba ser, entendiendo que Max necesitaba su espacio, su independencia. Pero otras veces, ese mismo deseo de independencia se convertía en un juego peligroso de secretos y desafíos.

Era un martes, uno de esos días que parecían pasar sin mayor relevancia. Max había estado saliendo mucho últimamente, y Toto lo notaba, pero no hacía preguntas. En parte porque confiaba en él, y en parte porque no quería ser ese tipo de persona controladora. Pero había algo en la energía de Max que se sentía distinto, algo que Toto no podía precisar del todo.

La confirmación de sus sospechas llegó cuando su teléfono vibró con un mensaje inusual mientras revisaba unos informes en su oficina. “Tattoo & Piercing Studio” aparecía en la pantalla, y Toto frunció el ceño al abrir el mensaje.

*"Hola, Sr. Wolff. Solo queríamos confirmar si está permitido cargar el costo del piercing de Max a su tarjeta. Queremos asegurarnos antes de proceder. Gracias."*

Toto se quedó mirando el mensaje por un momento, dejando que la información se asentara en su mente. Un piercing. Max se había hecho un piercing, y ni siquiera había considerado decirle algo. Lo primero que sintió fue una leve irritación, una sensación de haber sido excluido, de que Max estaba manteniendo secretos innecesarios. Luego, esa irritación se convirtió en una calma calculadora. No iba a armar un escándalo, no todavía. Tenía una idea mejor.

Le contestó a la tatuadora, autorizando el cargo con una respuesta breve y cortante, antes de regresar a sus informes. A partir de ese momento, todo lo que quedaba por hacer era esperar.

Max llegó a casa esa tarde como si nada. Entró con su energía habitual, aunque con una ligera rigidez en su postura que no pasó desapercibida para Toto. Llevaba una camiseta un poco más holgada de lo habitual, algo que, en cualquier otro día, Toto habría ignorado. Pero hoy, con la información que tenía, esa camiseta se sentía como una bandera roja.

“¿Qué tal estuvo el día?” preguntó Toto, sin levantar la vista de su ordenador.

“Bien, nada fuera de lo normal,” respondió Max, quitándose los zapatos y caminando hacia la cocina. “Pasé por el estudio de tatuajes a ver unos diseños, pero nada interesante. Después, solo fui a entrenar un poco.”

La mentira se deslizó con facilidad, lo que hizo que Toto sintiera una punzada de irritación. Pero en lugar de confrontarlo, decidió seguir con su plan.

“Qué bueno,” respondió Toto, con una calma forzada. “Asegúrate de no sobrecargarte. Sabes que siempre puedes tomarte un día para descansar.”

Max asintió, sacando una botella de agua del refrigerador. “Sí, lo sé. Solo quería mantenerme ocupado, ya sabes.”

Toto se levantó de su escritorio, estirando los brazos como si se desentumeciera. Se acercó a Max, aparentemente para tomar un vaso de agua, y al hacerlo, dejó que su mano rozara el pecho de Max, justo por encima del pezón izquierdo. Fue un toque ligero, casi imperceptible, pero suficiente para que Max se tensara.

“Todo bien?” preguntó Toto, con una sonrisa inocente.

Max dio un paso atrás, tratando de mantener la compostura. “Sí, claro. ¿Por qué no lo estaría?”

Toto no respondió, solo dejó que el silencio se alargara un poco más de lo necesario antes de volver a la sala. “Solo me aseguraba,” murmuró, volviendo a su ordenador.

El resto de la tarde pasó sin incidentes, pero Toto notaba cada pequeño movimiento, cada gesto de Max. Cómo se sentaba con cuidado, cómo se inclinaba ligeramente hacia un lado. Todo le confirmaba lo que ya sabía: Max estaba incómodo, pero no diría nada hasta que no tuviera otra opción.

Esa opción llegó cuando Toto decidió que era hora de llevar las cosas al siguiente nivel.

Era tarde en la noche cuando Max se sentó en el sofá, aparentemente relajado, viendo la televisión. Toto entró en la sala, una taza de té en la mano. Se sentó al lado de Max, dejando la taza sobre la mesa y colocando su brazo alrededor de los hombros de Max. Durante unos minutos, no dijo nada, solo se quedó allí, en silencio, como si simplemente quisiera disfrutar de la compañía.

Max parecía empezar a relajarse también, hasta que Toto, sin previo aviso, dejó que su mano se deslizara hacia el pecho de Max, su dedo índice rozando ligeramente el pezón perforado.

Max saltó como si le hubieran dado una descarga eléctrica, soltando un jadeo de dolor. “¡Toto! ¿Qué haces?”

Toto lo miró con fingida sorpresa. “¿Hacer qué? Solo estoy aquí contigo, ¿por qué estás tan tenso?”

Max trató de disimular, pero el dolor en su expresión era evidente. “N-no es nada. Solo... me golpeaste en un lugar sensible.”

“¿Sensible? Hmm…” Toto repitió el movimiento, esta vez aplicando un poco más de presión, lo suficiente como para hacer que Max cerrara los ojos con fuerza, apretando los dientes para no gritar.

“¡Para! ¡Para, por favor!” Max se retorció, tratando de alejarse, pero Toto lo mantuvo firmemente en su lugar, sin dejar de observarlo con esa mirada penetrante que podía atravesar cualquier mentira.

“Max,” comenzó Toto, con una voz baja y autoritaria, “sabes que puedes contarme cualquier cosa. Entonces, ¿por qué no me dijiste que te hiciste un piercing?”

El silencio que siguió fue ensordecedor. Max abrió los ojos lentamente, mirando a Toto con una mezcla de sorpresa y miedo. “¿Cómo… cómo lo supiste?”

“¿En serio crees que no me enteraría?” respondió Toto, levantando una ceja. “La tatuadora me envió un mensaje, preguntando si estaba bien cargar el costo a mi tarjeta.”

Max tragó saliva, su rostro enrojeciendo de vergüenza. “No quería… no quería que te enojaras. Solo quería hacer algo por mi cuenta, algo que fuera mío.”

Toto lo observó por un momento, dejando que la tensión se mantuviera antes de finalmente soltar un suspiro. “Max, no estoy enojado porque te hayas hecho un piercing. Estoy molesto porque lo escondiste, porque sentiste que tenías que mentirme sobre algo así.”

Max bajó la cabeza, mordiéndose el labio. “Lo siento. No quise que lo descubrieras de esta manera.”

Toto lo miró, su expresión suavizándose un poco. “Lo sé. Pero tienes que entender que no tienes que esconder cosas de mí. Si quieres hacer algo, háblalo conmigo. No estoy aquí para controlarte, pero sí para asegurarte de que no te lastimes.”

Max asintió, sintiéndose pequeño y expuesto. “Entiendo. De verdad, lo siento.”

Toto soltó un suspiro y finalmente lo soltó, alejándose ligeramente para darle espacio. “Bueno, lo hecho, hecho está. Solo prométeme que cuidarás ese piercing y que, la próxima vez que quieras hacer algo así, me lo dirás.”

Max asintió de nuevo, esta vez con más convicción. “Lo prometo.”

Toto se levantó del sofá, dándole una última mirada antes de dirigirse hacia la cocina. “Bien. Ahora, ¿quieres que te traiga algo para el dolor?”

Max lo miró con una sonrisa débil, sintiendo el peso de la culpa levantarse un poco. “Sí, por favor.”

Toto le devolvió la sonrisa, y mientras se dirigía a buscar algo para aliviar el dolor de Max, sintió que, a pesar de todo, estaban bien. Habían pasado por mucho juntos, y esto era solo una prueba más de que, sin importar lo que sucediera, siempre encontrarían la manera de entenderse y seguir adelante.

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora