Odaxelagnia

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Era una tarde tranquila en el paddock, el sol brillaba con fuerza y una suave brisa movía las banderas de los equipos. La mayoría de los pilotos estaban ocupados con entrevistas y sesiones de entrenamiento, pero en una esquina del garaje de Mercedes, Lewis Hamilton y Max Verstappen estaban envueltos en una pelea juguetona. Sin embargo, esta no era una pelea normal. Los dos estaban inmersos en un juego de mordiscos, riendo y disfrutando del momento.

—¡Vamos, Max! ¡Eso no fue nada! —se burló Lewis, sus ojos brillando con desafío.

Max, que estaba a punto de morder el hombro de Lewis, hizo una pausa y sonrió de lado.

—¿Crees que puedes morder más fuerte? ¡Intenta hacerlo de nuevo!

Lewis, con una mueca traviesa, lanzó una mordida rápida en el brazo de Max, dejando una marca roja que rápidamente se convertía en un moretón.

—Oh, eso dolió —se quejó Max, frotándose el brazo como si realmente le doliera, pero sus ojos estaban llenos de diversión—. A ver si puedes hacerlo mejor.

Lewis le sonrió y se lanzó hacia Max, atrapándolo y mordiendo su cuello juguetonamente.

—¡Eso es trampa! —exclamó Max entre risas, empujando a Lewis hacia atrás.

—¡No hay trampas en el amor y la guerra! —gritó Lewis, mientras se lanzaba de nuevo sobre Max, quien le devolvió el favor con un mordisco en la mejilla. El sonido de las risas y los pequeños gritos de sorpresa llenaban el aire, pero no estaban solos.

Toto Wolff, el temido jefe de Mercedes, apareció en el garaje, justo a tiempo para ver la escena. Se detuvo en seco, mirando a los dos pilotos con una mezcla de incredulidad y desaprobación. Sus brazos se cruzaron sobre el pecho, y su expresión se oscureció.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Toto, su voz sonando como un trueno en medio de la risa.

Lewis se detuvo, pero Max, en su momento de travesura, rápidamente se abalanzó sobre Lewis y le dio un mordisco en el hombro.

—Solo estamos jugando, Toto —dijo Lewis, tratando de sonar inocente.

Toto frunció el ceño, sus ojos observando los moretones que ya comenzaban a aparecer en el brazo de Max.

—Jugando, ¿eh? Parecen más bien dos gatos peleando —replicó, con un tono que dejaba claro que no estaba contento.

Max se rió, ignorando el reproche de Toto. Se giró hacia él, con una sonrisa desafiante.

—No te preocupes, Toto. Son solo un par de mordiscos. ¡Mira lo divertido que es!

Antes de que Toto pudiera responder, Lewis lanzó un ataque sorpresa, mordiendo la parte posterior de la pierna de Max.

—¡Ah! —gritó Max, saltando un poco hacia adelante—. Eso fue inesperado.

Toto sintió que la frustración crecía dentro de él. Sabía que Max disfrutaba de este tipo de juego, pero no podía soportar la idea de que Lewis estuviera dejando marcas en su compañero. Se acercó, y con una sonrisa provocadora, le dijo:

—Si te gustan tanto las mordidas, tal vez deberías probar con el jefe.

Max lo miró confundido, pero Toto, rápidamente, se acercó a Lewis y le dio un mordisco en el brazo.

—¡Hey! —exclamó Lewis, girando hacia Toto con los ojos muy abiertos—. ¡Eso no vale!

Max, viendo la escena, soltó una risa descontrolada. La idea de que Toto, normalmente tan serio y profesional, estuviera involucrado en su juego de mordiscos era demasiado divertida.

—¡Eso es! ¡Ahora sí está bien! —gritó Max, alzando los brazos en celebración.

—¿Crees que esto es un juego? —dijo Toto, alisándose la camisa—. Esto es un paddock de Fórmula 1, no un campo de batalla de mordiscos.

—¡Pero es tan divertido! —respondió Max, aún riéndose.

Lewis, aún sintiendo el picor de la mordida de Toto, trató de recuperar el control de la situación.

—De acuerdo, de acuerdo, juguemos todos —dijo, recuperando la compostura—. Pero prometan no dejarse llevar.

Toto alzó una ceja, curioso. Max sonrió de manera pícara, como si estuviera tramando algo.

—¿Qué tal si hacemos esto más interesante? —sugirió Max, mirándolos a ambos—. Cada mordisco cuenta como un punto. El que tenga más puntos al final, gana.

Lewis y Toto intercambiaron miradas, y Toto, aún con cierta reticencia, asintió.

—Está bien, pero si veo que esto se sale de control, detendré el juego.

Max asintió, pero ya estaba pensando en el caos que podrían crear. Se abalanzó sobre Lewis, mordiendo su brazo una vez más, con un poco más de fuerza.

—¡Uno para mí!

Lewis, entre risas y un poco sorprendido, devolvió el mordisco en el cuello de Max.

—¡Y uno para mí! —gritó Lewis, disfrutando de la emoción.

Toto, que estaba un poco más reticente, decidió unirse a la acción. Se acercó a Lewis, apretando su brazo antes de darle un mordisco en la mejilla.

—¡Uno para mí también! —exclamó Toto, sintiéndose un poco más relajado.

El juego se volvió más intenso. Max mordía a Lewis en los brazos, luego Lewis a Max en el cuello, y Toto se unía de vez en cuando, haciendo que los otros dos se quejaran entre risas.

Max disfrutaba de cada mordida, la sensación de la piel de Lewis bajo sus dientes. A pesar de que se estaba llenando de moretones, no podía evitar sentirse emocionado. Cada pequeño mordisco era un recordatorio de que había una conexión entre ellos, un vínculo que iba más allá de la competencia en la pista.

Finalmente, después de un rato, todos estaban riendo, sus cuerpos llenos de marcas que contarían historias de una tarde divertida.

—Esto es absurdo —dijo Toto, su voz un poco más relajada—. Pero debo admitir que me estoy divirtiendo.

—¡Lo sabía! —gritó Max, sintiéndose victorioso—. ¡Morder es la mejor forma de construir relaciones!

Lewis se rió, levantando una ceja.

—Y lo mejor de todo es que, al menos en este momento, no estamos hablando de carreras.

Toto miró a ambos, sonriendo a pesar de su exasperación. Era bueno ver a los chicos relajados y divirtiéndose, incluso si eso significaba mordiscos y moretones.

—Está bien, solo esta vez. Pero no quiero ver esto convertido en una costumbre —dijo Toto, mientras se alejaba un poco—. Ahora, ¿podrían limpiar esto antes de que llegue alguien más?

Max y Lewis intercambiaron miradas cómplices y asintieron. El juego de mordiscos había terminado, pero la sensación de camaradería y diversión quedó en el aire. Sabían que, al final del día, eran un equipo, y estas pequeñas locuras solo fortalecían su vínculo.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, los tres se sentaron en una mesa, riendo sobre sus marcas y disfrutando de la compañía mutua. Al final, no importaba quién había ganado o perdido en el juego de mordiscos; lo que realmente importaba era el momento compartido

A year in Mercedes WOLFFTAPPEN Donde viven las historias. Descúbrelo ahora