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—Che, ayúdame un toque acá. —Pide por favor Leandro. Paulo lo había cargado con muchísimas bolsas, mientras él hacía anda a saber qué en el auto.

—Me dijiste que podías. —Dice el otro, apurándose y ayudando al de Boca a cargar un par de bolsas.

—Me equivoque.

—Y te quiero igual. —Responde, acercándose para darle un beso en la mejilla e irse caminando.

Lean se queda parado en el lugar, su boca levemente abierta mientras mira como el otro se aleja de él. Le cuesta un poco volver a hacer funcionar sus piernas, pero cuando lo logra, termina por ir atrás de Paulo.

Lo había dicho de una manera tan casual que lo hizo sentir medio raro. Se sentía verdadero y genuino; como si fueran una pareja casada de hace ochenta años, le gustaba.

Da, para que mentir, estaba re enamorado. Pero apurarse no era lo que necesitaban en el momento, y con Paulo él quería hacerlo bien. No como con otras personas en su pasado, con las que la avaricia se había apoderado de él y hacía sentir al momento menos especial.

No significaba que no podían seguir con su dinámica de ser tiernos y tener momentos lindos uno con el otro, pero el llevar esos momentos más allá podría cambiar todo. A Leandro le gustaba el proceso que llevaban en el momento.

—¿Dónde es?

—Por acá, vení, vamos. —El cordobés hace un gesto con la cabeza.

Leandro lo persigue. Ya había venido al departamento a pasarlo a buscar, y también había estado adentro alguna que otra vez, pero jamás se había percatado de la parte de atrás del edificio.

No solo había una pileta—que por ahora estaba vacía, porque hacía frío y era invierno—, pero también había un sum* gigante, que tenía parrilla en la parte de afuera, toda una cocina adentro y jueguitos, como el metegol, una mesa de pool, ping pong y más.

*en Argentina, un sum es un salón para alquilar y hacer eventos.

En el lugar para entrar, las paredes eran ventanas de vidrio, cosa que daban lugar para ver toda la cocina, y también había una mesa para juntadas grandes—como la suya.

—Fua, no me imaginaba que tenía esto.

Paulo hace un círculo con su hombro, sin poder ver al contrario porque está muy ocupado yendo de camino hacía el sum.

—Mis viejos piensan en todo. Les gusta hacerme las cosas fácil, que no salga tanto, que no me pase nada.

—Te cuidan, decís.

—Ponele.

Lean no le respondió a eso, y cuando llegan a la entrada, Paulo abre con una llave específica que le dieron. Le deja la puerta abierta al contrario con el pie, y una vez pasan, dejan todo sobre la mesada de la cocina.

Se ponen a guardar las cosas que compraron. Una vez el de ojos verdes termina, se da una vuelta por el sum y vé que no hay nada raro, y después termina por volver con Leandro, que sigue guardando lo que le queda.

—Tenemos un rato... —Dice Paulo con cierto tono travieso. Se acerca hacía el contrario, que sigue sacando cosas de las bolsas y guardandolas en la heladera o freezer.

Leandro no responde, y esto se le hace raro al cordobés. Normalmente, le respondería por lo menos, ahora ni siquiera hace eso.

—Eu. —Le llama la atención, agarrándolo de la mano. —¿Todo bien?

Leandro se gira a verlo y le sonríe. Su rostro no refleja una mentira, pero hay algo que no lo hace sentir demasiado correcto.

—Sí, todo bien. —Le respondé, y por un momento, deja de organizar lo de las bolsas y se acerca para abrazarlo. Paulo le devuelve el gesto, pero sin terminar de comprender la situación.

CARREFOUR ~ julienzo auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora