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Para Rodrigo, la música siempre había sido su forma de comunicarse.
De alguna forma, las letras de una canción podrían convertirse en lo que sentía, en lo que quería expresar tan profundamente.
Ese año, el último del secundario, había sido el más feliz y más triste de su vida. Todo al mismo tiempo.
En un momento, creyó que jamás iba a tener una mejor vida. Le confió todo a una persona que le confió todo también, se entregaron mutuamente, y Rodrigo no sintió nada mejor después de ese día durante el viaje de egresados en Bariloche. Incluso si volvió a suceder, nada iba a superar la primera vez.
Pero después la bola de nieve que se había empezado a formar durante el invierno, terminó por destruir cualquier refugio que él consideraba suyo.
Tumbado en la cama, de noche, miraba al techo mientras sentía las lágrimas derramarse lentamente por sus mejillas. Sus oídos eran ahogados por el CD que hace meses lo hizo el más feliz—porque lo había compilado con el amor de su vida—, pero que hoy en día le estrujaba el corazón y le generaba un nudo que lo único que hacía era ahogarlo a él.
Sabía que no le quedaba otra. Al día siguiente, tendría que ver a Leandro en la secundaria y cortarle.
Era algo que venía pasando hace meses. Rodrigo se hacía el ciego ante todas las veces que Leandro le mentía, tomaba, fumaba, y se iba de fiesta con sus amigos y chicas. Rodrigo, más de una vez, encontró vídeos de Instagram de su novio besando a otra, y si eso no terminó de reventarlo, fue porque se obligó a hacerse fuerte e intentar encararlo.
Pero nunca le salía.
Nunca fue capaz.
Pero sabía, que el día de mañana, a específicamente una semana del egreso, lo haría. Su relación no iba a ir más allá de la secundaria, eso era seguro, y Rodrigo pensaba que era mejor dejarlo ir... ya los cuernos no le dejaban pensar, y pesaban en su cabeza.
