Escucha como la puerta de entrada suena.
Por medio segundo, se quiere matar a sí mismo, recién despertaba.
Pero después el recordar quién era lo tranquiliza, por así decirlo. Sabe que está en confianza y no tendría que tener problema... solo lo había invitado a desayunar, nada más.
—¡Dame un toque! —grita, y se va hasta el baño. Se mira en el espejo, lavándose la cara e intentando borrar la cara de recién levantado de la cama después de una hora viendo sus redes sociales.
Eran las diez de la mañana, persona promedio no estaría despertado a esa hora. Normalmente, incluso ignoraría el desayuno solo por seguir durmiendo. Pero él había quedado a la mañana, y así sería.
Se pasa una mano por el pelo, y suspira.
Corre hasta la puerta y la abre, encontrándose con una cara que ya tenía costumbre de ver últimamente.
—Hola. —Dice Lautaro, todavía sin invitarse a pasar.
Había pasado por su casa más o menos tres veces durante la semana, y siempre esperaba a una seña para dejarlo pasar.
Joaquín sonríe y le pide que pase. El de pelo oscuro lleva una caja de panadería que seguramente era del negocio de la madre de Cristian. Se acerca hasta la mesa y la apoya.
—Medio que me agarraste recién levantado.
—Como siempre. —Le responde el otro en joda. Pero era verdad, de las veces que había venido, la mitad lo encontraba con cara de cansado.
Sobre todo la primera vez, Joaquín se había olvidado completamente de que había invitado a Lautaro y se quiso pegar un tiro en la puerta cuando abrió y él ni se había ido a ver al baño.
—¿No hay nadie?
—No. —Dice en forma un poco cortante, como evitando el tema.
Se van hasta la cocina y apoyan todo en la mesada.
—Ya te dije que no hace falta que compres nada. —Le reprocha Joaquín. Se había hecho costumbre que venga con algo comprado.
—No te preocupes. Cuti me deja pagarle ochenta semanas tarde. Después se olvida, y no le pago. —Dice, una sonrisa pícara deslumbrándose en su rostro.
—Un piola bárbaro vos.
—Además, no sé qué pasa en esta casa, pero últimamente la heladera no está muy llena. —Continúa Lautaro, abriendo la caja de panadería para revelar lo que "compró."
Joaquín aprieta los dientes, ignorando el tema. Se apoya en la mesada, con los brazos sobre esta y mira al mármol. Lautaro nota el cambio, y por un segundo, teme haber ofendido al contrario. Pone una mano en su hombro y le llama la atención.
—Che, perdón... si lo que te dije estuvo mal. Quizás fui medio insensible.
El contrario niega con la cabeza, y se anima a afrontar la situación de mierda que viene llevando durante unas semanas en el departamento.
—Está todo hecho un quilombo, Lauti. No sé qué hacer. —Admite, apoyando la frente contra el mármol de la mesada. —No te voy a meter en este quilombo porque vos no te lo mereces, no tenés nada que ver.
—Pero vos sabés que yo puedo escucharte. Me encanta escucharte.
—Esté tema, no, haceme caso.
Lautaro asiente, y le pasa un brazo por los hombros. —Si en algún momento querés hablarlo yo te voy a escuchar, Joa. Incluso si es malo, así más o menos se forjan las relaciones, entendiendo lo bueno y lo malo de cada uno.