Capítulo 40: Recuerdos en la Oscuridad

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La sombra se extendía como un manto que lo envolvía. Creus sentía su poder crecer, pero también cómo la oscuridad se infiltraba en cada rincón de su mente. Sus músculos se tensaron, y por un instante, el dolor de las heridas en su cuerpo desapareció. Solo quedaba el poder oscuro, tentador, que lo llamaba a ceder.

Frente a él, Gorak se retorcía, deformado por la misma energía que amenazaba con consumir a Creus. El odio en los ojos del orco era palpable, pero su forma monstruosa ahora parecía parte de una pesadilla lejana. La batalla física era lo de menos. Era la sombra la que libraba la verdadera guerra.

"¡Creus!" La voz del director rompió el caos. Era un sonido distante, como si proviniera de otro mundo, pero sus palabras golpearon con fuerza. "¡Recuerda quién eres!"

Esas palabras perforaron la niebla oscura que lo envolvía. De pronto, Creus sintió un tirón, no físico, sino en su alma. Una memoria le atravesó la mente como un rayo: un niño pequeño, encadenado, con las muñecas ensangrentadas, en un campo de trabajo. Esa era su infancia. Su realidad.

Otro recuerdo: la primera vez que alzó una espada, apenas podía sostenerla, pero aun así se enfrentó a un guardia, sabiendo que perdería. Lo que no perdió fue su determinación. El dolor y la desesperación siempre lo habían acompañado, pero nunca lo definieron.

La oscuridad dentro de él pareció reaccionar, como si estuviera probando su fuerza de voluntad. Más recuerdos se arremolinaron en su mente: la sonrisa de un amigo caído en combate, el abrazo de una madre que nunca volvería a ver, la traición de un hombre al que consideraba un hermano. Todo lo que había vivido, todo lo que había perdido, lo habían convertido en quien era ahora.

**No eres un monstruo**, se dijo a sí mismo, repitiendo las palabras que el director le había inculcado años atrás. **Eres Creus.**

La sombra intentó tomar control de su mente, pero esta vez Creus la confrontó con sus recuerdos. La esclavitud, la traición, la pérdida, todo había sido un campo de batalla para él. Pero también había vivido momentos de luz, de valentía, y eso era lo que lo diferenciaba de Gorak, de la criatura deformada por la sombra.

Con un grito gutural, alzó su espada, y las sombras que lo envolvían comenzaron a disiparse lentamente, retrocediendo. No desaparecerían, porque siempre serían parte de él, pero ahora las dominaba, no al revés.

**Ahora empieza la verdadera batalla**, pensó, con una claridad renovada. Su poder oscuro, siempre presente, siempre temido, era ahora su aliado. Creus sabía que no podía combatir la oscuridad en su totalidad, pero sí podía controlarla, darle forma y propósito.

Sintió cómo su cuerpo cambiaba. De su piel comenzaron a brotar volutas de oscuridad, que se enroscaban en su carne como serpientes de humo. Cada respiración que tomaba las hacía crecer, expandiéndose desde sus pies hasta cubrir todo su torso. Sabía lo que venía a continuación, una habilidad que había dominado, pero que nunca había usado con esta intensidad.

La oscuridad siguió fluyendo, condensándose alrededor de su cuerpo, volviéndose más densa y tangible. Primero fue su piel la que se oscureció hasta parecer el abismo mismo, una negrura infinita. Luego, la sombra comenzó a tomar una forma definida: una armadura, gruesa y afilada, con un diseño que evocaba a un lobo. El yelmo que se formó sobre su cabeza cerró por completo su rostro, dejando solo sus ojos visibles, brillando con una luz oscura que reflejaba tanto su humanidad como la sombra que lo habitaba.

“Ahora empieza la verdadera batalla”, susurró, aunque su voz resonó con una fuerza casi sobrenatural.

Gorak, que hasta ese momento se regodeaba en su forma monstruosa, rugió con furia. Su poder era descontrolado, impulsado por la rabia y la desesperación. Sus garras crecían más, su cuerpo se hinchaba, pero en sus ojos solo había caos. No tenía el dominio que Creus había alcanzado. **El orco era una bestia desbocada**, mientras que Creus, en su armadura de sombras, se había convertido en algo mucho más temible: una fuerza consciente y controlada.

Con una rapidez imposible, Creus avanzó. Las volutas de oscuridad que lo envolvían se extendieron hacia Gorak, serpenteando por el aire. El orco lanzó un golpe con su enorme maza, pero Creus, en su nueva forma, lo esquivó con la gracia de un depredador. La batalla había cambiado de tono. Ya no era una pelea de fuerza bruta; ahora era un duelo de control sobre las sombras.

"¡Eres débil, Gorak!" bramó Creus desde detrás de su yelmo, su voz como un eco en las profundidades. "Tu poder no es nada comparado con el mío. Te has dejado consumir, mientras yo lo he dominado."

Las sombras a su alrededor respondieron a sus pensamientos. Se arremolinaron, creando espinas afiladas y látigos de oscuridad que atacaban a Gorak desde todos los ángulos. Cada golpe que el orco lanzaba se encontraba con una barrera de sombras, cada ataque de Creus era preciso, como el de un cazador que conoce bien a su presa.

Gorak, frustrado, lanzó un grito desesperado y cargó hacia Creus, su cuerpo temblando bajo el peso de su propio poder. Pero Creus no se movió. En el último instante, las sombras que lo rodeaban se condensaron, y el orco chocó contra una muralla de pura oscuridad.

"Esto es lo que significa controlar la oscuridad", dijo Creus, su voz firme pero serena. "No dejaré que me consuma, como lo ha hecho contigo."

Con un movimiento fluido, levantó su mano, y de su palma surgieron volutas de sombra que se enredaron en los brazos de Gorak, sujetándolo con una fuerza descomunal. El orco luchó, pero cada esfuerzo lo debilitaba más.

"Ahora empieza la verdadera batalla", repitió Creus, pero esta vez, sus palabras llevaban una sentencias

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