Capítulo 41: El Rugido de la Bestia

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"Ahora empieza la verdadera batalla", repitió Creus, su voz cortante como el filo de una espada. Las sombras que lo rodeaban parecían reaccionar a sus palabras, remolinándose y estirándose hacia los cielos oscuros como criaturas vivientes. La armadura de lobo que lo envolvía se volvía más tangible, más sólida, hasta parecer una extensión de su propio cuerpo. Las volutas de oscuridad bailaban en torno a él como un halo sombrío, envolviéndolo en un manto de misterio y peligro.

El viento cargado de tensión recorrió la arena, azotando los rostros de los espectadores, que apenas podían respirar ante la magnitud de lo que presenciaban. Gorak, humillado por las palabras de Creus, sintió cómo la furia brotaba dentro de él como un volcán a punto de estallar. Sus ojos, dos pozos encendidos en un odio incontrolable, parecían desprender chispas rojas, cada una representando una promesa de muerte. La sombra que lo envolvía se volvía más densa, casi impenetrable, como si el poder oscuro dentro de él fuera a desbordarse en cualquier instante.

El cuerpo de Gorak se tensó, liberándose de las sombras que lo mantenían sujeto con una violencia que sorprendió incluso a Creus. "¡NO ME HUMILLARÁS!" rugió Gorak, su voz reverberando por todo el estadio como un trueno. La tierra bajo sus pies tembló cuando el orco rompió las cadenas de oscuridad con sus garras y, sin pensarlo dos veces, se lanzó en una carrera descomunal hacia su maza.

Su velocidad era aterradora. El aire parecía desgarrarse a su paso mientras su enorme cuerpo, cubierto de músculos hinchados y deformados por la oscuridad, se movía con una rapidez antinatural. Creus, en un instante de puro instinto, comprendió lo que pretendía y, aunque su cuerpo aún estaba entumecido por el reciente uso del poder, se lanzó tras él. Las sombras respondieron a su llamado, moviéndose como una segunda piel, pero incluso con ese poder, Gorak era más rápido.

El orco alcanzó su maza, un arma de tamaño colosal que ningún ser humano podría haber empuñado. La levantó como si fuera una pluma y se giró hacia Creus, sus ojos llenos de una salvaje satisfacción. Sin dejar que pasara un segundo más, Gorak balanceó la maza con toda la fuerza de su descomunal cuerpo, enviándola directamente hacia el torso de Creus.

El impacto fue catastrófico.

La maza chocó contra la armadura de sombras de Creus con un estruendo que sacudió todo el coliseo. El poder del golpe lo lanzó volando por los aires, su cuerpo atravesando el espacio como un proyectil antes de estrellarse violentamente contra la pared opuesta de la arena. El muro de piedra se agrietó y se desmoronó en pedazos bajo la fuerza de la colisión, y Creus quedó incrustado en él, como si la misma roca lo hubiese devorado.

El silencio que siguió era casi tan pesado como la oscuridad misma. Los espectadores, que momentos antes habían estado conteniendo el aliento, ahora ni siquiera se atrevían a parpadear. Todo el estadio se había congelado en una especie de trance mortal. Algunos incluso se inclinaban hacia adelante, esperando ver si había alguna señal de vida en Creus.

Gorak, por su parte, se quedó inmóvil, respirando con dificultad, pero con una sonrisa malévola dibujada en su rostro. Aún empuñaba la maza con ambas manos, la sangre latiendo en sus sienes mientras esperaba para ver los frutos de su golpe.

Pero entonces, algo rompió el silencio.

Desde la grieta en la pared, una risa baja y macabra comenzó a escucharse. Al principio, era solo un murmullo, como el sonido distante de una pesadilla, pero lentamente, fue creciendo en intensidad. La risa resonaba con una malicia oscura, envolviendo la arena en una atmósfera más inquietante que antes.

Gorak frunció el ceño. Algo no iba bien.

"¿Eso es todo?" La voz de Creus surgió de entre las sombras, más afilada que una daga. "¿Eso es todo, sucia bestia?"

El estadio entero contuvo la respiración. Creus comenzó a moverse. Desde las sombras que lo envolvían, su cuerpo se deslizó fuera del agujero en la pared, aterrizando de pie en la arena como si el golpe no hubiera sido más que un simple empujón. Las sombras se arremolinaban a su alrededor con más fuerza, más oscuras que nunca. Su armadura de lobo parecía relucir con una intensidad aterradora, y sus ojos, brillando como faros en medio de la oscuridad, se clavaron en Gorak con una intensidad fría y calculada.

"No has visto nada aún", murmuró Creus, su voz impregnada de poder. "Ahora... es cuando realmente comienza."

La multitud miraba con incredulidad mientras Creus se erguía. El poder en su interior era palpable, una fuerza que no tenía igual. Las sombras que lo rodeaban parecían cobrar vida propia, deslizándose por la arena como serpientes, invadiendo cada rincón del coliseo. El aire se volvió más denso, casi irrespirable, y un frío antinatural empezó a apoderarse de todos los presentes.

Gorak, lleno de ira y confusión, no pudo contenerse más. Con un rugido ensordecedor, se lanzó hacia Creus, balanceando su maza con una furia desmedida. La arena tembló bajo el peso de sus pasos, pero Creus no se movió. En el último segundo, cuando el golpe de Gorak estuvo a punto de impactarlo, Creus desapareció en una nube de sombras.

El orco, desconcertado, frenó en seco. Miró a su alrededor, pero no vio a Creus en ningún lugar. Todo lo que quedaba era la oscuridad envolviendo la arena. Entonces, de repente, las sombras a sus pies se alzaron. Creus surgió desde la propia oscuridad, apareciendo justo detrás de Gorak con una velocidad y precisión imposibles.

"Te has dejado llevar por la oscuridad..." dijo Creus, su voz resonando en el oído de Gorak. "Pero la oscuridad tiene reglas... y tú no las entiendes."

Con un movimiento rápido, Creus desenvainó su espada oscura, cargada con el poder de las sombras, y la hundió profundamente en el costado de Gorak. El orco gruñó de dolor, su maza cayendo de sus manos mientras intentaba girarse para enfrentarlo. Pero antes de que pudiera reaccionar, Creus ya había desaparecido de nuevo en las sombras, reapareciendo a varios metros de distancia, su figura envuelta en el manto oscuro que lo hacía parecer una bestia imparable.

"Esta es la diferencia entre tú y yo, Gorak," continuó Creus. "Tú eres un esclavo de la oscuridad... yo soy su maestro."

Gorak, ahora herido y debilitado, se tambaleó, tratando de contener la sangre que fluía por su costado. Su mirada, una mezcla de odio y miedo, buscaba a Creus en la negrura de la arena. Pero todo lo que encontró fue la sombra.

Creus avanzó lentamente, su figura rodeada por las volutas de oscuridad, cada paso un presagio de la inminente derrota de Gorak.

Two Coins And One SideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora