Capítulo 42: El Abismo Interior

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La atmósfera en la arena se volvía más pesada con cada segundo que pasaba. El poder oscuro de Creus era tangible, como si las mismas sombras cobraran vida y se estiraran hacia Gorak, ansiosas por devorar lo que quedaba de su furia primitiva. Mientras Creus avanzaba con su figura envuelta en la tenebrosa armadura de lobo, su paso lento y calculado anunciaba la inminente derrota de Gorak. El orco, tambaleante, herido y desorientado, sabía que estaba perdiendo.

Cada movimiento de Creus era más rápido, más certero que el anterior. Mientras Gorak lanzaba desesperados golpes con su maza, Creus esquivaba con una fluidez que desafiaba la lógica. Era como si hubiera trascendido las limitaciones de su cuerpo, utilizando las sombras como una extensión de su voluntad. Un golpe tras otro de Gorak fallaba, mientras Creus aparecía y desaparecía a su alrededor, dejando heridas profundas con cada embestida.

Gorak estaba perdiendo, y lo sabía. Su respiración se volvía más errática, sus movimientos más torpes. En un último esfuerzo por recuperar el control, Gorak rugió, con su voz resonando en todo el coliseo.

"¡¿Cómo puede alguien como tú derrotarme?!" gritó con furia. "¡Un esclavo sucio! ¡Eso es lo que eres!"

Las palabras de Gorak cayeron como un martillo sobre la arena, resonando en los oídos de todos los presentes. Creus se detuvo en seco. La intensidad de su mirada oscura no cambió, pero algo en su expresión reveló que aquellas palabras habían encontrado un objetivo doloroso.

Gorak, al darse cuenta de que había tocado un nervio, continuó con su diatriba llena de odio. "¡Lo supe desde que te vi pelear! ¡Esas cicatrices en tus muñecas y tobillos! ¡Eres un esclavo, y siempre lo serás!"

Las cicatrices que marcaban el pasado de Creus, que había llevado ocultas por tanto tiempo, fueron expuestas ante todos. El público, que hasta entonces había permanecido en silencio, comenzó a murmurar. Las miradas que antes admiraban su destreza en la batalla ahora lo observaban con curiosidad y desconcierto. El coliseo entero se llenó de susurros, como si un viento de juicio y duda recorriera cada rincón.

"¡Incluso tus padres fueron esclavos!" continuó Gorak, con una sonrisa maliciosa estirando su rostro deformado. "¡Y murieron como inútiles, porque no servían para nada! ¡Eso es todo lo que tú eres también, un pedazo de carne sin valor!"

En ese instante, la armadura de Creus, esa manifestación de su poder oscuro, comenzó a desmoronarse. Las sombras que lo habían envuelto hasta ese momento se disiparon en el aire, como si fueran meras cenizas llevadas por el viento. Su espada, antes una extensión de su voluntad, cayó al suelo con un sonido metálico que resonó en el silencio expectante de la multitud.

Los ojos de Creus perdieron la fiereza que habían mantenido durante la batalla. En su lugar, una expresión vacía y dolorosa se apoderó de su rostro. Era como si las palabras de Gorak hubieran perforado una barrera interna, despertando heridas que nunca habían cicatrizado del todo. El coliseo entero observaba, incrédulo, mientras la figura imponente de Creus parecía desmoronarse ante ellos.

Los susurros de la multitud se volvieron más fuertes, como un coro de juicios velados. Las miradas, que antes eran de admiración y respeto, ahora se llenaban de curiosidad morbosa y asombro. La revelación del pasado de Creus había alterado la percepción de todos. Era como si el héroe que habían estado observando no fuera más que una máscara rota.

Gorak, oliendo la vulnerabilidad, sonrió con una satisfacción cruel. Avanzó, preparando su maza para un golpe final, creyendo que la batalla estaba ganada. Pero antes de que pudiera actuar, Creus, todavía con la cabeza gacha, giró lentamente hacia el director que observaba desde lo alto de la arena.

"Director Blad…" murmuró Creus con una sonrisa grotesca en su rostro, una sonrisa tan exagerada que parecía que sus mejillas se iban a partir. La expresión distorsionada y casi diabólica de Creus hizo que el director diera un paso atrás instintivamente, percibiendo que algo estaba a punto de suceder.

El director Blad, quien había visto a Creus crecer y había sido testigo de su evolución, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Sabía lo que venía. "Creus, no lo hagas..." murmuró, pero sus palabras se perdieron en el viento.

La sonrisa de Creus se volvió aún más perturbadora, su mirada fija en el director como si no quedara rastro de cordura en él. "Esta basura tocó una fibra sensible mía, y eso es algo que no puedo dejar pasar." Su voz era baja, pero lo suficientemente fuerte como para que todo el coliseo la escuchara. Los murmullos de la multitud se detuvieron de golpe.

Gorak, viendo la aparente debilidad de Creus, aprovechó la oportunidad. Con un rugido de victoria, levantó su maza y cargó hacia él con toda la fuerza que le quedaba. La velocidad de su ataque parecía asegurada; iba a aplastar a Creus antes de que pudiera reaccionar.

"¡NO LO HAGAS, CREUS!" gritó el director Blad desde las gradas, su voz cargada de desesperación.

Pero fue demasiado tarde.

Creus, con una risa horrenda que resonaba como una pesadilla, respondió: "Es demasiado tarde."

En ese instante, algo indescriptible sucedió.

Gorak, en medio de su embestida, se detuvo abruptamente. Su cuerpo, a punto de impactar contra Creus, quedó inmóvil en el aire, como si alguna fuerza invisible lo hubiera atrapado. La multitud miraba atónita, sin comprender qué estaba pasando. Y entonces, con un chasquido espantoso, el cuerpo de Gorak se partió en dos.

De un momento a otro, la gigantesca figura del orco se dividió verticalmente desde la cabeza hasta el abdomen, como si una cuchilla invisible lo hubiera cortado con precisión quirúrgica. La sangre brotó en todas direcciones, empapando la arena y dejando una escena tan grotesca que muchos de los espectadores gritaron en horror.

El cuerpo de Gorak cayó en dos mitades, inerte, su maza cayendo junto a él con un estruendo sordo. La vida se desvaneció de sus ojos antes de que pudiera siquiera comprender lo que había ocurrido.

El coliseo quedó sumido en un silencio absoluto. Nadie podía moverse. Nadie podía hablar. La brutalidad del acto había dejado a todos petrificados. Lo que acababan de presenciar no era una simple muerte en combate; era una ejecución. Una que no solo mostraba la fuerza devastadora de Creus, sino algo mucho más oscuro, algo mucho más aterrador.

Creus, de pie en medio de la escena macabra, levantó su mirada hacia el director Blad, su sonrisa ahora completamente desaparecida. Las sombras a su alrededor se agitaban, y la oscuridad parecía consumir no solo su entorno, sino también lo que quedaba de su humanidad.

Two Coins And One SideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora