Capitulo 36

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Existen mejores formas de morir.

Animus me da la bienvenida con una tormenta. No, un auténtico diluvio. Estoy convencida de que el apocalipsis bíblico debió haberse manifestado de forma similar: nubes oscuras espiralando en el cielo, gotas de lluvia tan pesadas que al caer queman la piel, y relámpagos que proveen vida a los entes más siniestros de la ciudad. 

Supongo que si alguien ha creado una bestia inmortal uniendo partes de cadáveres lo sabremos pronto, Después de todo, un monstruo al estilo de Frankenstein difícilmente podría permanecer oculto. 

El temporal me obliga a dejar mi motocicleta en casa y recurrir al subterráneo como medio de transporte. Al encarar Animus me asalta una sospecha desconcertante: Tal vez la historia está siendo narrada por alguien más, solo soy un personaje que introdujeron para despertar la simpatía del lector y seré sacrificada más adelante. Naturalmente de un modo tan doloroso, sangriento y visceral como se pueda describir. 

Animus se presenta con una atmósfera dantesca que augura destinos fatales. El estallido de un rayo me advierte que no puedo quedarme contemplando el abismo del psiquiátrico por mucho tiempo y me apresuro en dirección a la entrada principal, sintiéndome igual que Alicia descendiendo al País de las Maravillas, aunque sin conejos parlantes. 

—Buenas noches —me acerco al guardia mostrándole mi identificación—Soy la nueva empleada de limpieza. 

—Ajá —responde con desgano, ni siquiera se molesta en ver el gafete. 

Comprendo su actitud; al fin y al cabo, su trabajo consiste en impedir que la gente salga, y si alguien está lo suficientemente loco como para intentar infiltrarse en Animus en plena madrugada, probablemente merece quedarse ahí. 

Pasa a la siguiente página de su cómic y pulsa un botón, autorizando mi entrada. Hago una pausa en la puerta, retorciendo mi blusa para exprimir el exceso de agua. ¿Una excusa para retrasar mi entrada al lúgubre edificio? Sí, probablemente.  

Nadie usaría el término valiente para describirme; ni siquiera me inscribí en voleibol para evitar ser blanco de balonazos, y aquí estoy, enfrentándome a mis miedos por una mujer. Al final, ¿hay acaso otra razón para mostrar valentía, si no es por el deseo de estar junto a una mujer?  

El guardia ha notado mi vacilación y lo demuestra con una sonrisa burlona. 

Aprieto los labios. "Es solo un hospital psiquiátrico", intento animarme, aunque la idea dista mucho de ser reconfortante. Un nudo se forma en mi garganta, dificultándome tragar. No se necesitan nueve novelas publicadas para anticipar el destino del personaje que entra a un sanatorio mental durante una tormenta. 

Esto va a ser jodidamente doloroso y traumático. 

«Ya es tarde para acobardarte, cenutria» 

Deberían comercializar opioides capaces de borrar el recuerdo de ciertas voces. 

—No es por ti, es por ella —me defiendo, levantando un muro de orgullo para proteger mi agrietado corazón. 

Es por ella. No importa si es un abismo, o el maldito edificio más embrujado del país. Seguiré adelante por Esther. 

Alguien tose, provocándome un sobresalto casi teatral. El vigilante se ríe de mí y al menos intenta disimularlo tosiendo más fuerte. 

No hablar sola en un hospital mental, regla número uno. 

Doy el primer paso. Rehago el camino que me mostró Gertrude para llegar al armario de limpieza. La tormenta suelta un bramido explosivo y profundo. Las luces del pasillo titilan, insinuando la posibilidad de sumirme en la oscuridad total. No creo que los pacientes sean capaces de dormir esta noche y eso eleva mi cobardía a un nuevo nivel. 

MAFIN: <<Tus Ojos>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora