Capitulo 21

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Gritaron fuego y salté a las llamas.


Si grazna como un pato, camina como un pato y se comporta como un pato, entonces, ¡seguramente es un pato! 

¿Por qué no estoy corriendo? 

Esther me trajo aquí por una razón, y no me trago que sea para convertirme en la mejor amiga de de la Reina; Marta me quiere cerca y no es por las atrayentes conversaciones que tiene conmigo, ni me habla. 

Y Begoña. Esa estaba (¿está?) loca de remate. Seguramente una habitación de Animus lleva su nombre en la puerta. 

Begoña Montes, fue una antropóloga teológica de Porthfair, viajaba demasiado, por tanto, no me sorprende que se haya cruzado en el camino de Marta y Esther, hay artículos que la describen como brillante. Su problema fue obsesionarse con el mito bíblico de Enoc, particularmente con los demonios, escribió 30 libros de ciencias ocultas (demonología, nigromancia, brujería, alquimia). No conforme con eso creía que había encontrado una especie de acceso al infierno en un viejo internado de pijos. 

Pero nada de eso responde a mi duda principal, ¿qué estoy haciendo aquí?  

Pasar los días completos en Aurea Mediocritas me hace sentir que el mundo ha desaparecido. Como en uno de esos filmes postapocalípticos donde un grupo reducido de personas se refugian en una granja alejada de la ciudad.  

Pero afuera no hay zombis.  

Lo que amenaza mi vida duerme bajo el mismo techo. La rutina de de la Reina no es muy variada, se despierta a las 8, fuma; toma una ducha, fuma; se dirige a su despacho y a las 9 Digna me envía con el desayuno. Marta ignora cualquier cosa que le digo y su actitud es igual cuando le llevo el almuerzo. Alrededor de las 5 o 6, Digna prepara algo especial y sube a verla. Tampoco habla mucho con ella. 

Me es difícil imaginar la desdicha de un alma atrapada en una oficina y condenada a la oscuridad cada día de su vida.  

¿Qué estoy haciendo aquí? 

No conozco los planes de Esther, ni los motivos de de la Reina. De una cosa estoy segura, permanecer en Aurea Mediocritas es mi decisión. 

—¿Quieres escuchar un cuento? —pregunto acariciando la madera de su puerta. 

Sé que puedo invadir su oficina, ya tengo el acceso, sin embargo, soy incapaz de cruzar esta puerta sin su autorización. 

—No —responde después de un largo silencio, suena irritada.  

—Dentro de una esmeralda, de José Emilio Pacheco. 

—He sido clara, no me interesa. 

—Remota herencia y tradición familiar, allí estaba con sus aristas y sus planos.  

Su silencio me anima a continuar y recargo el peso de mi espalda contra la puerta para leer el breve relato que encontré en internet. 

—Imposible reducir mi tamaño, descender a su encuentro, escalar los muros y los farallones de roca verde —respiro y me humedezco los labios resecos— solo podía romper, hendir la esmeralda para rescatar a quien desesperadamente lo suplicaba. 

Decidí subir a compartirlo con ella porque también está prisionera y, no lo niego, porque cualquier excusa me vale para hablarle. 

—El tajo fue perfecto. No hubo sangre. Se escuchó el lamento más doloroso que se ha oído jamás. Entre llantos y gritos traté en vano de unir las dos mitades frágiles de la muchacha —se me hace un nudo en la garganta y trago saliva para poder seguir, pero de la Reina se me adelanta. 

MAFIN: <<Tus Ojos>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora