Capitulo 37

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Ya he jugado con este fuego antes.

La tormenta termina. Pero el clima no mejora con los días, tampoco lo hace Esther.

No he vuelto a encontrarme con su mirada. Ya no es una diosa, pero, sigue siendo mi caos preferido. Me cuelo a su habitación cada noche, aunque la mayor parte del tiempo está dormida, y me consuela pensar que deambula en una realidad mejor que esta. Protagonizando el delirio de quienes la miran usando sus tacones de aguja y ese vestido rojo que le queda de muerte.

Nunca sale de su encierro. Es algo que averigüé charlando con Daniel, se le mantiene en aislamiento total. Cuando pregunté por qué se encogió de hombros y comentó, "Órdenes de su familia".

No indagué más para evitar cualquier sospecha, aunque tampoco puedo esperar que sea un informante confiable. Para Daniel el diagnóstico de todos es "locos" a menos que estén en el pabellón más pequeño, el padecimiento de aquellos es "zombis".

Y hablando de zombis, no he vuelto a ver a la emperatriz de los muertos vivientes.

Me alejé.

Cuando una escritora te dice que te alejes por el bien de tu corazón y tu cordura, debes hacerlo. No hay lugar para negociaciones.

Gertrude parece desconocer lo que realmente sucede en el pabellón de los zombis. Me había asegurado que los pacientes permanecen en sus dormitorios toda la noche, pero sospecho que, debido a la negligencia de Daniel, que pasa horas en su móvil, los pacientes deambulan libremente durante la madrugada.

Me los encuentro por los pasillos, tirados como cadáveres olvidados, susurrándole secretos a las paredes, o fijando su mirada en mí para luego seguirme. La primera vez que sucedió, salí corriendo aterrorizada, pero con el tiempo me di cuenta de que no buscan asesinarme, sino perturbarme.

Deslizo el trapeador sobre el suelo de concreto pulido y miro a los lados. Es curioso que eviten seguirme cuando estoy en este corredor. Una vez puede ser coincidencia, dos veces, casualidad... pero ya ha ocurrido más que eso. Ahora estoy convencida de ello. Los zombis le temen a Begoña, ¿por qué? Es otra pregunta más para añadir a la lista.

Tal vez debería interrogar a algunos de ellos. O tal vez me sacan los globos oculares con sus pulgares si me paso de curiosa.

-Usted no aprende, señorita Valero.

Llevo una mano al pecho y me giro rápidamente, topándome con Begoña. Su mirada es peculiar, una mezcla de burla y amenaza.

-No puedes estar fuera del dormitorio -me sorprende el sonido autoritario de mi propia voz.

Pero para ella, sueno como ese molesto grillo que se esconde en un rincón y perturba su sueño.

-¿Acaso aspiras a encontrarme indefensa en la cama?

Da un par de pasos hacia mí con tal firmeza que me hago a un lado automáticamente, sin que ella tenga que solicitarlo.

-Ya me dirás quién te encerró aquí.

-¿Has considerado que podría padecer del síndrome de Frégoli y que estás interfiriendo con mi tratamiento?

Hago una mirada estrecha.

-Por supuesto, estoy convencida de que tienes más de un padecimiento grave. Pero no estás aquí por ninguno de ellos.

-Escucho tus teorías -recarga su espalda en la puerta y se cruza de brazos.

-Sabes más de lo que deberías, igual que Esther cuando te buscaba. Esa es la razón por la que ambas están encerradas aquí.

-Algo como qué.

MAFIN: <<Tus Ojos>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora