Capitulo 5

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Somos letras perdidas sobre un pedazo de papel.



Con todo es más fácil cruzar a nado el atlántico que conseguir que Marta responda cuando le hablo desde el corredor. 

—Apagó el altavoz —me quejo con Digna, una anciana que cuida la casa.  

—No es común que lo haga —dice poniéndome enfrente una canasta con galletas de mantequilla.  

—Pues ahora lo hizo. Llevo días intentando hablar con ella y no responde. Ni siquiera para mandarme al diablo.  

—Debes ser paciente, no es fácil dejar que entre a tu vida una persona que no podrás conocer jamás —explica con voz cansina— ella no sabe de qué color son tus ojos, tus expresiones al hablar y no sabrá cómo encontrarte si luego te marchas. 

—¿Cuánto tiempo te tomó a ti?  

—Bueno —ordena sobre una bandeja la merienda que llevará a la oficina —yo la cuido desde que tiene 15, no fue un problema para ella adaptarse a mí.  

—¿Esther también estaba aquí antes, supongo? —pregunto, tan frustrada que estoy a punto de tirarme de los pelos. 

Me mira a los ojos. Esther es la única que se encierra por horas con Marta, pero no es un tema que se comente dentro de esta casa y por la expresión de Digna pienso que fue mala idea nombrarla.  

—Eso debes hablarlo con ella —responde manteniendo su habitual tono amable— no sería correcto que yo te proporcione esa información.  

Me encojo de hombros, tiene razón. No todas las empleadas son unas chismosas y Digna es la prueba de ello. Se encarga de que la casa esté impecable, vigila hasta el último detalle y atiende a Marta con amor maternal. Pero no interfiere, ni juzga sus decisiones. 

—Solo no me gusta estar sin hacer nada —me quejo— al menos puedo intentar cocinar.  

—¿Qué no estás en la universidad?  

—Sí —me froto la nariz— pero ahora estoy aquí.  

—Deberías estudiar —sugiere— a Marta no le gustará que pierdas el tiempo cocinando —termina de poner todo sobre la bandeja— y es exigente con sus alimentos. 

Blanqueo los ojos y suelto un fuerte suspiro. 

—¿Hay algo con lo que no sea exigente? —ironizo, yendo detrás de Digna— ¿puedo llevarlo yo?  

—Buen intento —sube las escaleras.  

—¿Puedo colarme contigo?  

—No. —se ríe.  

—¿Puedes darle un mensaje? 

—No.  

Suelto un bufido.  

—¿Al menos leerle una nota? 

Duda. 

—Si la tienes lista antes de que entre, tal vez…  

Regreso corriendo a la cocina y reviso todo buscando lápiz y papel, cuando alcanzo a Digna ya está frente a la puerta y lanzo una hoja sobre la bandeja antes de verla desaparecer en esa oscura oficina.  

Cruzo los brazos y me recargo en el impenetrable muro que separa a Marta de la Reina del resto del mundo. Creo que es la mujer más interesante que conozco y no está dispuesta a dedicarme ni un saludo cordial. Se ha condenado a la soledad por el resto de su vida y no es justo que yo esté aquí sin poder hacer algo por ella. 

MAFIN: <<Tus Ojos>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora