Capitulo 41

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Entre tu boca y mis ganas, la distancia no encaja.

Uno no se da cuenta cuando empieza a olvidar a quien amó. El dolor es una presencia constante que, cuando se disipa, lo hace despacio, muy muy despacio. Y entonces, un día, despiertas y las sábanas están limpias. Dejaste de sangrar. 

Esta mañana, en un giro inusual, me senté a desayunar en la mesa y después lavé los platos. Lo que para muchos es un acto cotidiano, para mí se transformó en una verdadera hazaña. Por primera vez en mucho tiempo no opté por una sopa instantánea, ni dejé los recipientes acumulándose en un rincón de mi habitación, desprendiendo el nauseabundo aroma del abandono, ese mismo que impregna mi alma y que cualquiera podría percibir si se acercase lo suficiente. 

Ordeno el departamento, me enfrento al espejo y las palabras de Daniel resuenan en mi mente. Definitivamente, tiene razón. Mi piel muestra el desgaste que ha sufrido mi alma desde que se llevaron la colección de Aurea Mediocritas y a Marta con ella. 

Y por primera vez desde que empezó esto me planteo colocar el punto final antes de terminar la historia; Algunas secuelas nunca deberían salir de la imaginación del autor. 

Me quedo contemplando mi motocicleta durante un buen rato, permitiéndome sumergirme en una fantasía donde retrocedo, enciendo la laptop, busco una nueva ciudad perfecta para mí, con lagos y montañas. Reúno el dinero que he ahorrado, empaco lo esencial en una mochila y tomo un camino diferente. Demasiado lejos de clínicas de salud mental, sectas y escritoras… 

Pero no se puede huir de lo que uno lleva dentro. 

La herida que Marta me causó dejó de sangrar, pero quedó incrustada una pequeña espina. Y de eso, me temo, nunca lograré liberarme completamente. 

Por eso, cuando arranco la motocicleta, tomo una ruta que me lleva al último lugar donde estuve con ella. No a Aurea Mediocritas, sino a la oficina de Animus. Porque a nosotras los libros nos conectan de una manera que va más allá del tacto. 

Es su olor. Su mensaje.  

El mensaje es el libro en sí. 

Begoña tiene razón, ahora lo entiendo perfectamente. 

¿Qué ves? 

—Que sigues aquí —murmuro girando sobre la oscuridad. 

Marta de la Reina está cerca, y esta es su venganza; ahora, la que no puede ver soy yo. 

Mi corazón empieza a latir desenfrenado, anticipando lo que está por venir. Avanzo hasta el escritorio y tomo asiento. El ambiente está saturado por el aroma acre de los cigarrillos. Cierro los ojos, dejándome atrapar por el recuerdo de la firmeza de sus manos. 

 
Flashback 

—¿Puedo poner mis manos sobre tu cintura? 

No. 

—Sí —y creo que mi corazón se detiene cuando las manos de de la Reina se aferran a mi cadera. 

—Respira de nuevo. No pretendo hacer nada inapropiado, mis amantes deben cumplir con criterios muy específicos. 

Blanqueo los ojos. 

—Si pudieras ver me encontrarías irresistible. 

Hace un sonido de incredulidad y yo me río. Al menos conseguimos que desaparezca la tensión. 

—No te distraigas. 

Su voz suena más relajada, como si esto le divirtiera, pero divertirla en serio, sin burlarse de algo o de mí, mejor dicho. 

MAFIN: <<Tus Ojos>>Donde viven las historias. Descúbrelo ahora