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Era una tarde perfecta, de esas en las que el sol no quema pero acaricia, y las hojas de los árboles se mecían suavemente con el viento. Tú y Ben caminaban de la mano por el parque que solían visitar cada semana. Tenía un encanto especial, uno de esos lugares que, sin importar cuántas veces visitaras, siempre lograba sorprenderte.

Al llegar al corazón del parque, vieron la fuente. El agua caía en cascadas delicadas, creando un sonido relajante que parecía invitarles a detenerse por un momento. Las pequeñas gotas reflejaban la luz del sol, como si la fuente guardara un secreto luminoso en su interior. Ben te apretó la mano y sonrió.

—¿Te acuerdas la primera vez que vinimos aquí? —preguntó, con esa mirada que mezclaba diversión y ternura.

Tú asentiste. Claro que lo recordabas. Ese había sido su primer paseo como pareja, y desde entonces, el parque y su fuente se convirtieron en un símbolo de ustedes dos, un espacio compartido lleno de momentos, risas y silencios cómplices.

—Parece que fue hace siglos, pero también como si fuera ayer —respondiste, sonriendo.

Caminando más allá de la fuente, llegaron a la zona de los columpios. Un par de niños reían mientras volaban por los aires, impulsados por el vaivén de los asientos de madera. Los miraste con nostalgia, recordando tus propias tardes de infancia en un parque similar. Ben te soltó la mano y, con esa chispa juguetona en sus ojos, corrió hacia uno de los columpios vacíos.

—Vamos, súbete —dijo, empujando uno de los columpios hacia ti.

—¿Estás bromeando? —preguntaste entre risas.

—Ni de broma. Vuelve a ser niña por un rato —te insistió, sonriendo.

Sin poder resistirte a su entusiasmo, te sentaste en el columpio, sintiendo el frío de la madera bajo tus piernas. Ben comenzó a empujarte suavemente, y poco a poco te encontraste balanceándote cada vez más alto. El aire rozaba tu cara, y con cada impulso, reías como si no hubiera preocupaciones en el mundo. Ben se unió en el columpio de al lado, y pronto los dos estaban compitiendo para ver quién llegaba más alto.

—¡Te gano! —gritó él.

—¡Ni lo sueñes! —le respondiste, empujando tus pies contra el suelo para alcanzar más altura. Después de un rato, cuando las fuerzas empezaban a flaquear y la risa no cesaba, Ben se detuvo primero, observándote mientras te mecías lentamente de vuelta a la realidad.

—¿Sabes? Me encanta verte así —dijo, con una voz más suave—. Tan feliz, tan libre.

Bajaste del columpio, un poco mareada pero con el corazón ligero. Ben te extendió la mano una vez más, y juntos caminaron hacia una pequeña explanada donde, sorprendentemente, había música. Una pareja de bailarines estaba ofreciendo un espectáculo improvisado, danzando al ritmo de una melodía suave y romántica. Se movían con tanta gracia y armonía que todo a su alrededor parecía detenerse.

Ben te miró de reojo, y sabías exactamente lo que estaba pensando. Sin decir una palabra, te tomó de la cintura y comenzó a moverse contigo, imitando los pasos de la pareja. Era una danza improvisada, con movimientos torpes y risas intercaladas, pero para ti, era perfecta. Bailar con él en medio de un parque, bajo el cielo abierto, mientras la música llenaba el aire, se sentía como un sueño hecho realidad.

—¿Sabes bailar, o solo estás improvisando? —le susurraste con una sonrisa, mientras te movías a su ritmo.

—¿Qué crees tú? —respondió él, acercándose un poco más.

—Que eres mejor de lo que aparentas —dijiste, riendo.

El tiempo se desvaneció en ese baile improvisado. No importaba si los pasos eran correctos o no. Lo que importaba era la conexión que sentías en ese momento, como si cada movimiento los acercara aún más, como si la música no solo guiara sus pies, sino también sus corazones.

Cuando la música terminó, ambos se detuvieron, mirándose con sonrisas cómplices. Ben inclinó su frente hacia la tuya, y por un momento todo lo demás desapareció. El parque, la fuente, los columpios, el mundo entero se desdibujaron hasta quedar solo ustedes dos.

—Me gusta esta versión de nosotros —dijo Ben, casi en un susurro.

—A mí también —respondiste, mientras te dejabas llevar por la paz de ese instante.

Ambos continuaron caminando de la mano, recorriendo los senderos del parque. Cada rincón parecía tener una historia propia: la fuente que les había visto reír tantas veces, los columpios donde habían sido niños por un rato, y ahora, esa improvisada danza que se sumaba a su colección de recuerdos.

Finalmente, llegaron a una pequeña colina desde la cual podían ver todo el parque. Te sentaste en el césped, y Ben se tumbó a tu lado, observando las nubes que se movían lentamente por el cielo.

—Podría quedarme aquí para siempre —murmuraste, cerrando los ojos y dejando que la tranquilidad te envolviera.

Ben te miró de lado, su mano la entrelazo con la tuya.

—Yo también —respondió— Pero solo si es contigo.

Lo miraste sonriendo, mientras respondías —Créeme que así sera.

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♡ᴡɪᴛʜ ʏᴏᴜ...ɪɴ ᴀɴᴏᴛʜᴇʀ ʟɪғᴇ°࿐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora