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Parte 1



En el vasto Imperio de Solaria, la primavera parecía eterna. Los campos florecían bajo un sol siempre cálido, las festividades llenaban los días de risas, y la paz reinaba. Solaria se había consolidado no solo como una potencia económica y militar, sino también como un faro de magia y ciencia, destacando por sus avances en las artes místicas y en los saberes más complejos. Sus habitantes, orgullosos, solían decir que vivían en el mejor de los reinos. Sin embargo, a pesar de su prosperidad, había un rival al que Solaria no podía ignorar: el Imperio de Kristalia.

Kristalia, al contrario de Solaria, estaba envuelto en un manto de invierno perpetuo. La mayor parte del año, la nieve cubría el paisaje y las tormentas azotaban las tierras con tal furia que pocos se aventuraban a salir de sus hogares. Sin embargo, esa frialdad no debilitaba a su gente; eran reconocidos por su destreza en combate y por las valiosas piedras preciosas que extraían de las profundidades de sus montañas, las mismas que Solaria repartía con orgullo a otras naciones.

Ambos imperios mantenían una relación ambigua. Aunque colaboraban en cuestiones esenciales para sus respectivos pueblos, en el fondo existía una tensión constante. Era un equilibrio frágil entre la amistad y el resentimiento, que permeaba no solo a los habitantes, sino también a los gobernantes. Los emperadores de ambas tierras no se soportaban, y no era para menos. La historia entre ellos había sido de traiciones y ambiciones. En otro tiempo, fueron amigos cercanos, pero cuando el emperador de Solaria consolidó su poder, la envidia del emperador de Kristalia se desbordó. Viendo crecer a su rival, decidió huir y fundar su propio imperio en las tierras heladas, lo que selló su enemistad. Esa rivalidad se transmitió de generación en generación, marcando a sus hijos.

Tú, como la hija del emperador de Solaria, no eras ajena a esta hostilidad. Aunque criada en un ambiente de opulencia y privilegios, sentías el peso de ser mujer en una sociedad que solo te permitiría el trono como consorte de un rey. A pesar de tus habilidades, eras relegada a un papel secundario. Ese destino te frustraba. Un día, impulsada por el deseo de libertad, intentaste escapar hacia alguna de las naciones vecinas, pero tus planes fracasaron y fuiste castigada, encerrada en tu habitación durante veinte lunas. Desde entonces, la libertad parecía cada vez más inalcanzable.

El día de la gran reunión entre los imperios amaneció radiante. Los sirvientes del palacio de Solaria iban y venían, preparando todo con meticulosa diligencia. Después de años de tensión, los gobernantes de Solaria y Kristalia, junto a representantes de otras naciones, se reunirían para discutir asuntos importantes: la economía, la seguridad, y, como era habitual, para mostrar sus respectivas riquezas.

Para ti, la reunión era un martirio. El protocolo dictaba que debías sentarte junto a tu padre y escuchar interminables discursos de reyes y nobles que solo hablaban para mostrar su poder. Mientras las horas pasaban, tus pensamientos vagaban, y el aburrimiento comenzó a apoderarse de ti. Decidiste abrir el libro que habías llevado en secreto para distraerte de la tediosa conversación.

Entonces, algo inesperado llamó tu atención. Mirando de reojo, viste a Ben, el hijo del emperador de Kristalia, sacando un libro de su propio abrigo. Para tu sorpresa, era el mismo libro que tú tenías en las manos. Compartiste una mirada con él, y en ese momento, ambos sonrieron en silencio, sorprendidos por la coincidencia. Esa pequeña conexión pareció romper el hielo que los había separado durante tanto tiempo.

La reunión continuaba, pero tu mente ya no estaba en la mesa. Observaste cómo Ben, con la misma discreción, se levantaba y se dirigía hacia el balcón. Decidiste seguirlo, sin pensar demasiado en las posibles consecuencias. Una vez afuera, el aire fresco te golpeó el rostro, y te encontraste a solas con él, lejos de los ojos vigilantes de los demás.

-Es curioso que ambos trajéramos el mismo libro -comentó Ben con una sonrisa torcida, dejando de lado cualquier formalidad.

-Quizá compartimos más de lo que imaginamos -respondiste, sorprendida por lo natural que te sentías en su presencia. La hostilidad que siempre habías sentido hacia Kristalia parecía desvanecerse en ese momento.

Ambos comenzaron a hablar, primero de banalidades, pero luego la conversación se tornó más profunda. Hablasteis de la presión de vuestros respectivos imperios, del peso de las expectativas. Y sin quererlo, mencionaste aquel día de vuestra infancia, cuando, durante una visita diplomática, Ben te había salvado del ataque de un lobo. Recordabas cómo, a pesar de sus heridas, él había protegido tu vida sin dudar.

-Aún tengo la cicatriz -dijo Ben, levantando ligeramente la manga de su túnica para mostrarte la marca en su brazo. Esa pequeña cicatriz era un recordatorio de que, incluso en medio de la rivalidad entre vuestros imperios, había momentos de conexión genuina.

-Y yo todavía recuerdo cómo me miraste ese día -dijiste, sintiendo un nudo en la garganta- Pensé que después de aquello, seríamos amigos, pero tal vez no estaba escrito.

Ben asintió. Ambos sabíais lo que había pasado: las tensiones políticas, la rivalidad de vuestros padres, el odio inculcado desde pequeños. Sin embargo, en ese balcón, todo eso parecía insignificante.

-Quizá podríamos cambiar las cosas -sugirió Ben, y por un momento, te atreviste a creer que era posible.

-¿Cómo?

-Reunámonos de nuevo, en la frontera del bosque. ¿Recuerdas la cascada que solíamos visitar? -asentiste dudosa por lo que planeaba -Nos veremos allí otra vez

-¿Lo prometes?

-Lo prometo -te dijo mientras sostenía tu mano reafirmando su promesa

La frontera que dividía vuestros reinos era un lugar peligroso, pero en medio de sus bosques y cascadas, se encontraba su refugio secreto. Aquel lugar que solo ustedes dos conocían y que guardaban memorias, allí, entre la naturaleza salvaje, os reencontrasteis como lo que realmente erais: dos almas atrapadas en las expectativas de sus imperios.

Pasaron horas juntos, recordando vuestra infancia, riendo de las pequeñas peleas que habíais tenido y rememorando los momentos en los que, a pesar de todo, os habíais ayudado mutuamente.

Mientras el sol se ocultaba, la noche los envolvió en su manto, y en ese instante, antes de despediros, lo abrazaste, como la ultima vez que estuvieron allí. Fue un abrazo que ambos necesitaban, aunque ninguno lo hubiera admitido antes.

Sabías que ese encuentro clandestino no sería el último, y que, de alguna manera, lo que estaba naciendo entre vosotros podría ser la clave para cambiar el destino de vuestros imperios, y tal vez cambiar sus vidas también.

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♡ᴡɪᴛʜ ʏᴏᴜ...ɪɴ ᴀɴᴏᴛʜᴇʀ ʟɪғᴇ°࿐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora