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El sol comenzaba a asomarse tímidamente, y sus primeros rayos se colaban por las rendijas de la ventana, llenando la habitación de un suave resplandor dorado. El aire era fresco y tranquilo, casi se podía sentir el susurro de la brisa que agitaba levemente las cortinas, moviéndolas en un vaivén pausado y armonioso.

El aroma a tierra húmeda y rocío llenaba el ambiente, ese olor limpio y puro que solo se percibe a primera hora. La luz seguía creciendo, y con ella, el calor que lentamente acariciaba cada rincón de la habitación.

Esa mañana te habías despertado con cansancio, a causa de dormir tarde anoche desvelándote leyendo, sin embargo te sorprendiste al ver que tu novio Ben, seguía dormido igualmente a tu lado, a pesar de haberse acostado temprano parecía realmente cansado. Te quedaste mirándolo un momento mientras dormía. La calma en su rostro, su respiración suave, el leve rastro de una sonrisa en sus labios, todo te hizo sentir un nudo de ternura. Él era un sueño vuelto realidad, alguien que jamás imaginaste encontrar, pero ahí estaba, durmiendo profundamente al otro lado de la cama. Sentiste una emoción cálida que te inundaba, y contuviste las ganas de despertarlo con un abrazo.

Te levantaste con cuidado, deseando no despertarlo. Caminaste descalza hasta la cocina, lista para preparar el desayuno. Querías sorprenderlo, hacerle algo especial; él siempre hacía pequeñas cosas para ti, esos detalles que te robaban una sonrisa, y hoy querías devolverle un poco de todo eso.

Sin embargo, tus planes fueron interrumpidos cuando lo escuchaste detrás de ti. Te volteaste y lo viste, aún medio adormilado, caminando hacia ti. Sonrió al verte y, sin decir nada, se acercó y te dio un beso en la frente.

—¿Crees que voy a dejar que te encargues de todo? Esto lo hacemos juntos —dijo, con esa sonrisa de lado que te volvía loca.

Lo miraste con dulzura, observaste sus movimientos rápidos y un poco torpes mientras sacaba cosas del refrigerador. Intentó encontrar los ingredientes para preparar panqueques, y aunque se notaba su esfuerzo, le costaba un poco recordar dónde guardabas cada cosa. Intentaste no reírte, pero él se dio cuenta y te lanzó una mirada divertida.

—¿Vas a ayudarme o solo vas a observar? —te preguntó, y sentiste que el corazón te latía aún más rápido al ver esa expresión suya, mitad picardía, mitad ternura.

Te uniste a él en la preparación, y pronto la cocina se llenó de aromas deliciosos y de risas. En un momento, él intentó voltear un panqueque en el aire, seguro de que podría hacerlo como en los videos que había visto. Pero el panqueque acabó estrellado contra el techo, dejando una pequeña mancha. Ambos se quedaron mirándolo, y luego, al ver sus ojos abiertos de par en par, no pudiste evitar soltar una carcajada.

Entre risas, tomaste un poco de harina y, en un acto impulsivo, le lanzaste una pizca. Él te miró con sorpresa fingida y, sin pensarlo dos veces, devolvió el gesto. Pronto, una guerra de harina y risas estalló en la cocina, y tú no podías dejar de reír. Las paredes, el suelo y ambos estaban cubiertos de harina, pero en ese instante, no te importaba nada más.

Cuando la guerra de harina terminó, ambos estaban agotados de tanto reír. Sentiste su mano en tu mejilla, limpiando suavemente un rastro de harina mientras sus ojos te miraban con una ternura que no necesitaba palabras.

—Eres un desastre —le susurraste entre risas, y él solo sonrió, bajando la mirada, como si en ese momento no pudiera creer su suerte por tenerte a su lado.

Finalmente, lograron terminar de preparar el desayuno. La cocina no estaba perfecta, pero en la mesa había una torre de panqueques, frutas frescas y tazas de café caliente. Te sentaste junto a él y, por un momento, ambos comieron en silencio, disfrutando de la calidez de ese pequeño momento compartido. Mientras lo observabas, él tomó tu mano sobre la mesa y la apretó ligeramente, un gesto que te hizo sentir segura, amada, como si todo en el mundo estuviera en su lugar.

Mientras bebías un sorbo de café, lo miraste a los ojos, captando esos detalles que tanto amabas. Observaste cómo sus ojos brillaban cuando te miraba, cómo sus manos se movían al hablar, y cómo, cada tanto, sonreía sin razón, como si tú fueras el secreto de su felicidad. Esa mañana, te diste cuenta de cuánto significaban esos momentos, esos instantes de paz compartida, de simple felicidad.

Después del desayuno, te levantaste para recoger los platos, pero él tomó tu mano y te detuvo.

—Déjalo —dijo, mirándote con una intensidad que te hizo estremecer —Solo quédate aquí, conmigo —Y tú, sin pensarlo dos veces, te sentaste de nuevo a su lado, dejando que el mundo se desvaneciera a su alrededor.

Te inclinaste hacia él, apoyaste tu cabeza en su hombro, y te quedaste ahí, sintiendo su calor, su presencia. Todo era tan sencillo y perfecto que te daba miedo que fuera un sueño, algo demasiado bonito para ser real. Pero él estaba ahí, contigo, y tú podías sentir el latido de su corazón.

Pasaron los minutos, y el sol se filtraba por la ventana, iluminando sus cabellos y dándole un brillo cálido que te hizo sonreír. Sin decir nada, él te abrazó, y tú cerraste los ojos, dejándote llevar por la paz de ese momento. Era un tipo de felicidad que no habías experimentado antes, una calma que te llenaba por completo y que solo podías encontrar en sus brazos.

Y entonces, susurró algo en tu oído, una promesa, palabras que no necesitabas escuchar, pero que siempre habías deseado.

—Siempre estaré aquí, contigo —dijo, y supiste que lo decía en serio, que cada palabra era verdadera.

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♡ᴡɪᴛʜ ʏᴏᴜ...ɪɴ ᴀɴᴏᴛʜᴇʀ ʟɪғᴇ°࿐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora