Ave madrugadora

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¿Cuántas veces habré pasado ya las mismas calles? Tantos nombres, mismo pavimento. Mismo sentimiento de familiaridad que no resulte acogedor, sino asfixiante. Resulta asfixiante conocer de nueva cuenta los mismos pavimentos, subir las mismas escaleras, tomar los mismos camiones (al punto que uno reconoce ya sus rostros escocidos por la costumbre y la rutina); se acostumbra uno a decir las mismas palabras, "presente" en la toma de lista, "buenos días" al guardia de seguridad, "con su permiso", al director.

Uno cae en la inmundicia de la sociedad, en su rutina, en sus grises calendarios que jamás cambian, que nunca evolucionan ¿Cuándo será que al lado mío en el camión se sienten rostros alegres? No puedo quejarme, pues yo llevo la misma máscara.

7:00 de la mañana y ya me estoy quejando, ¿pero qué más me queda? Me siento atrapada en la plenitud de la ciudad que todos los días me cuenta los pasos, los olvida, los deshecha, y eso hará con todos los que venimos en este mismo camión.

Hay una mujer de mediana edad, cabellos rojos y labial cuál fuera una alfombra por la que caminaría Beyoncé, pero sobre esos labios carmín no hay menor seña de desear aparecer o esbozar una sonrisa cálida, solo hay cansancio.

Abajo, en los asientos, tantas personas conteniendo bostezos, probablemente habrán matado el sueño con un café o una bebida de esas que te dice tu abuela que no tomes porque te dará cáncer.

𝙄𝙉 𝙈𝙔 𝙃𝙀𝘼𝘿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora