¿Qué ocurre? ¿Por qué de nuevo me llenan las ganas indestructibles y feroces de atrofiar mi rutina de sueño para escribir...? ¡Qué importa! Voy por mi café.
Mi poesía, la que se me ocurre en lo más profundo y oscuro de la madrugada.
• únicamente p...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
— ¿Sabes cuál es mi flor favorita? — le pregunté a Pedro con una risa inocente; su mirada divagó desde mis muslos hasta mi rostro, siguiendo esa delgada línea entre lo vergonzoso y el desazón.
— ¿Cuál? — me preguntó él con la voz trémula, como si me lo fuera a comer vivo.
— Las nubecitas. — se me llenó la cara con una sonrisa llena de ternura, como si estuviera hablando de mi tema favorito en el mundo. Él decía a menudo que yo adoptaba esa carita infantil cuando hablaba de tiburones, o de José Madero, o de José Saramago, y ahora también de nubecitas. Sin embargo su expresión me dictaba que él no estaba cómodo, y eso no podía importarme menos que una chingada.
Me levanté de golpe de la cama, dejando parte se mi alma en ella ahí al ladito de Pedro, tal parecía que mi fantasma se le hubiera metido por las grietas de su piel y le estuviera haciendo pole dance en la espina dorsal, pues yo veía de reojo como su cuerpo se estremecía cada tanto. Llegué a mi tocador, tomando con tanto cuidado y admiración ese ramito de flores tan precioso que en mi corazón aún guardaba su dulce aroma, aunque tenía años que ya no tenía fragancia alguna.
— Toda la gente se la pasa mamando con que las nubecitas son lindas, tiernas, elegantes y que le dan un toque a los ramos. — sonreí aún más, llevándome las flores a la cara, buscando ese perfume que me volvía loca. En mis recuerdos aún existía. — Pero, al final del día, cuando regalas un ramo de flores, nadie ve las putas nubecitas. Toda la atención siempre va para las rosas, las violetas, los claveles, los tulipanes… Las nubecitas solo llenan el vacío. — Se me escapó una pequeña risita estúpida al decir eso con tanta admiración, con tanto amor por el pequeñísimo ramo de flores frente a mí. Era un ramo entero de nubecitas que apenas y cabía en mis manos, eran diminutas, tan diminutas que de florero había pintado un vaso para bebé con pintura dorada, solo para que se vieran tan bonitas como eran.
Pedro me miraba ahora estupefacto, como si quisiera salir corriendo de mi casa. Yo no sé porqué no lo hacía, no es como si no fuera lo que siempre habían hecho él y toda su nefasta gente.
— Camila es… Como una rosa. — una lágrima me rodó por la mejilla, empapándose de ese carmesí tan precioso que me llenaba la cara hasta la boca. — Es tan elegante, tan descomunalmente bella, tan alegre. Es tan difícil ignorarla porque todo el mundo la ama. Vega es como una violeta. Las violetas nunca son las favoritas de nadie, pero aún así les dedican canciones y películas enteras, ¿has escuchado Ramito de Violetas?, ¿o has visto Perfume de Violetas? Dime que no y en serio te voy a decir que eres un pendejo sin cultura, Pedro. — solté una pequeña carcajada que quise matar en mi garganta. Pedro estaba ahí nomás, mudo como si yo misma le hubiese cortado la lengua. — Tú eres la perfecta definición de un clavel, Pedro. — ni bien mencioné su nombre, sus ojos subieron a los míos, buscándome desesperado. — Eres tan bonito, tan alegre, pero sobre todo una total mariposa social… Lo que yo nunca voy a poder ser. Tienes todo lo que este pinche mundo pide para ser aceptado: una familia que se ama, un poder adquisitivo mayor al promedio, una cara bonita y un cuerpo atlético ¡Y no hablemos de tu cerebro! Que ya ni para eso puedo destacar si te tengo al lado. Los claveles son tan frondosos que abarcan todo el ramo… Jacqui es como un tulipán, por más que jure que intenta pasar desapercibida nunca lo va a lograr, todos la van a voltear a ver por sus colores divinos y su ternura inigualable.
Saqué entonces una pequeña nubecita del ramo, apartándola de sus hermanas.
— Pero, las nubecitas… Las nubecitas valen verga, si tenemos toooodas esas flores juntas. Nadie va a ver a las mentadas nubecitas. — por primera vez en el día fui yo quien busqué tu mirada. — ¿Pero sabes qué me hace tan igual a las nubecitas? — te vi negar, haciendo que mi sonrisa se ensanchara. — Que no importa si les pasa un tornado encima, aunque ya estén muertas, siguen bonitas, míralas. — jugueteé con la flor en mis manos, toda seca y muerta. — Éstas llevan dos años y pico conmigo, y al menos un año sin una gota de agua. Están secas, muertas. Si les aplico un poquito de fuerza se van a hacer polvo… Pero siguen bonitas, como si estuvieran vivas.
¿Pedro?
Cierto, lo estaba imaginando. Estoy sola, con las piernas jodidas de tantos cortes, hablándole a la pared en una crisis de ansiedad, con las nubecitas que me dio mi mejor amiga un mes antes de morirse en la mano, escribiendo esto intentando convencerme de que no estoy loca, solo muy drogada.
Odio este florero podrido que llaman ellos "amistad".