Kevin viajando al pasado

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El cielo se abrió cuál fuera a caerse desbocado. Un az de luz iluminó la perpetua y calma oscuridad de la profunda noche de la ciudad de Guadalajara; un hombre de cabellos negros y ojos color selva miraba con asombro y una maníaca sonrisa de orgullo la máquina frente a él.

Los botones tintineaban como pedazos de cielo y una sinfonía de alarmas anunciaba que había emprendido marcha; lo había logrado, después de décadas construyendo su sueño, por fin lograría romper cualquier lógica sobre espacio-tiempo, logrando rebobinar y caminar a paso firme hacia el pasado.

Los destellos de luz plateada iluminaban los polvorientos marcos donde títulos universitarios consagrados para un licenciado, maestro y doctor se preservaban inertes en la pared, abandonados por su dueño que había bocado su vida a trabajar en la creación que le quemaba las córneas frente a él.

Kevin se acercó hacia la máquina del tiempo que tenía sobre su escritorio a medio despedazar; la madera estaba vieja y roída, producto de la letanía que había aguantado en aquel laboratorio. Sus trémulas manos se posaron sobre la superficie de aluminio y una fuerte corriente eléctrica le cruzó todo el esqueleto como si quisiera arrancarle la carne, más él, decidido a concretar su mayor obra, cerró los puños sobre los mangos de metal, presionando sus dientes para soportar el escocer de los rayos viajando como caballos de carrera sobre sus huesos, músculos y piel.

El mundo dio una vuelta, se derritió y voló frente a sus ojos; mantuvo sus orbes marrones fijas en las imágenes perturbadoras que le azotaban una tras otra; contuvo la respiración cuando la electricidad se convirtió en un fuerte hielo que le mantuvo rígido en su agarre. Fueron quizá segundos, minutos u horas, o quizá jamás existieron aquellas medidas en ese extraño limbo, pero cuando el cielo volvió a abrirse, no encontró ni su laboratorio, ni las cuatro paredes mohosas, ni la mesa a medio perecer, ni siquiera su tan amada creación. Soltó un suspiro nervioso al sentir la humedad del césped sobre sus ropas y en su nuca, llevándose una mano rápidamente a la cabeza al sentir aún el mareo del viaje que acababa de ser partícipe.

Se sentó casi en un brinco, mirando a su al rededor totalmente desorientado. No estaba en su casa, ni en su colonia, mucho menos quizá en su país. No había calles empedradas, abarroteras o algún indicio que pudiera ponerle los pies sobre la tierra; sus ojos inyectados en sangre vagaron por la colina donde se encontraba, pasándose los rastros de rocío de las hojas del pasto por la cara, intentando volver a la normalidad, salir de su estado de shock. Se puso en pie lentamente y a trastabillas, sintiendo su corazón desbocado hundirse en su pecho ante la imagen frente a él: a tan solo unos kilómetros de distancia, dos hermosas torres que brillaban egocéntricas como la más preciosa maravilla de la ciudad.

— No… No es cierto. — dijo sacando el aire de sus pulmones en un extraño ruido que pretendió ser una risa, pero se convirtió más bien en un sollozo. Se tiró de rodillas de nuevo al suelo, buscando en los bolsos de su bata su teléfono, pero no lo encontró.

Su corazón latiente y nervioso le dio una orden que no dudó un segundo en acatar, se puso en pie y corrió como un maniaco hacia la ciudad, buscando algo que pudiera indicarle una fecha o una hora, saber qué tan cerca estaba de ocurrir aquel desastre que le había incitado a emprender la aventura de descubrir cómo modificar el tiempo. Se encontró dentro de minutos reposando jadeante y sediento contra la pared de un callejón, mirando personas hablando animadamente o correr con maletines esperando llegar a tiempo a su trabajo. Se acercó a una tienda de electrodomésticos, encontrando en uno de ellos un noticiario; el hombre de pelo cano dentro de la caja decía “hoy es un día nublado…", no puedo evitar sentir pena, pues al mirar al reloj en la parte inferior izquierda de la pantalla cuadrada, encontró un pequeño "11 de septiembre de 2001".

Se apresuró a correr por las calles, buscando algún lugar donde pudiera advertir sin que le tacharan de loco, y no fue sino hasta entonces que advirtió su mayor error: jamás ideó un plan de que haría en caso de lograr su cometido y viajar al pasado. Sollozó con policías, guardias y civiles, todos huyeron horrorizados o asqueados de él, tomándolo por demente. Un hombre de musculatura formidable y uniforme antibalas lo tomó por el brazo, diciéndole que estaba perturbando la paz y si continuaba así se vería en la necesidad de esposarlo.

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⏰ Última actualización: 10 hours ago ⏰

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