"Inicios de una unión"
La enfermera los condujo con pasos seguros, mientras Arián y Eros caminaban detrás de ella, apresurados y con el corazón latiendo con fuerza. La puerta con el letrero de "Cuidados Intensivos" se abrió ante ellos, y un aire frío y estéril golpeó sus rostros. Cada sonido, desde el leve zumbido de las máquinas hasta el eco de sus propios pasos, parecía amplificado por la tensión del momento.
Cuando llegaron al ventanal, sus miradas se encontraron con una escena que los dejó sin aliento. Ilay yacía en la cama, su cuerpo pequeño casi perdido entre las sábanas de un color celeste pálido. Estaba conectado a una infinidad de cables y monitores que registraban su débil estado. El sonido rítmico del monitor cardíaco era un recordatorio constante de lo delicada que era su situación.
Se veía tan pequeño, era una bebe como pudieron hacerle eso.
Arián sintió un nudo en la garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver el rostro golpeado y pálido del niño. "Es tan pequeño... demasiado frágil para todo lo que ha vivido", pensó mientras apretaba los puños, luchando contra las ganas de llorar.
Eros, a su lado, mantenía una expresión seria, pero su mirada estaba fija en Ilay, observando cada detalle como si quisiera memorizarlo todo.
Sus feromonas, normalmente calmantes, fluctuaban descontroladas, lo que no pasó desapercibido para Arián ni para la enfermera que estaba ahí, que tuvo que dar dos pasos a tras por toda ese presión.
—Es un milagro que siga luchando —murmuró Arián, finalmente rompiendo el silencio. Su voz era apenas un susurro, cargado de dolor.
Margaret y Richard, que también estaban detrás de ellos, intercambiaron miradas preocupadas. Richard se acercó y puso una mano en el hombro de su hijo.
—Está en buenas manos. Los médicos aquí son los mejores. Haremos todo lo posible para que salga adelante.
Arián asintió, aunque su mirada nunca abandonó a Ilay. Su lobo Ciro, rugían en su interior, instándolos a entrar, a estar cerca de su pequeño para protegerlo y llenarlo con sus feromonas. Pero sabían que no podían hacerlo. Las reglas del hospital eran claras, y cualquier error podría poner en riesgo la recuperación de SU bebe.
—Volverá a estar bien, Arián —dijo Eros con determinación, aunque sus propias palabras parecían dirigidas tanto a sí mismo como a su esposo—. Nosotros nos aseguraremos de eso.
Arián giró su rostro hacia él y vio la firmeza en sus ojos. Aunque su corazón estaba destrozado, supo en ese instante que no estaban solos. Iban a luchar por Ilay, por ese niño que sin saberlo ya había despertado un instinto protector tan profundo en ambos. Ahora, no quedaba ninguna duda: él era suyo, y harían todo por protegerlo.
Arián, sabía que si se ponía a pensar de manera racional, todo lo sucedido en esa semana, diría que es una locura, es imposible que un niño desconocido a ya aparecido así de repente en su vida, y le haga sentir tantas emociones que ni él creería tener, por que si nos ponemos a pesar esto es imposible, pero ya no puedo volver a tras, desde que vio a ese pequeño su vida cambio para siempre.
Las horas transcurrían lentamente en la sala de espera. Margaret y Richard, tras asegurarse de que todo estaba en orden, se despidieron prometiendo regresar más tarde. Eros y Arián decidieron quedarse, incapaces de alejarse del hospital mientras Ilay seguía luchando por su vida.
Arián no se movió de la silla frente al ventanal, observando al pequeño con los ojos llenos de preocupación. Sus manos jugaban nerviosamente con el borde de su chaqueta, mientras su lobo interno, Ciro, se mantenía alerta, gruñendo ocasionalmente, como si quisiera advertirle que algo podría pasar.
Eros, por su parte, permanecía de pie junto a Arián, con los brazos cruzados y la mirada fija en Ilay. Su mente trabajaba a mil por hora, considerando opciones, planes y cualquier recurso necesario para garantizar la recuperación del niño. Aunque su expresión era serena, el ligero temblor en sus dedos delataba la tormenta que se libraba dentro de él.
—¿Crees que estará bien? —preguntó Arián, rompiendo el silencio. Su voz era apenas un susurro, temeroso de la respuesta.
Eros colocó una mano firme pero cálida sobre el hombro de su esposo.
—Va a estar bien, Arián. Es fuerte. Más de lo que parece. Pero no vamos a dejarlo solo en esto.
El omega asintió, aunque su preocupación no desapareció. Sentía que algo más profundo lo conectaba con Ilay, algo que no podía explicar. Su instinto no dejaba de gritarle que ese niño estaba destinado a ser parte de sus vidas.
Mientras vigilaban, una enfermera pasó por el pasillo y les ofreció café. Eros lo aceptó, aunque no tocó la taza. Arián, por otro lado, se negó, sin poder apartar la mirada del ventanal.
—Deberías descansar un poco, aunque sea por unos minutos —sugirió Eros.
Arián negó con la cabeza, decidido.
—No puedo. No hasta que sepa que está fuera de peligro.
Eros suspiró, sabiendo que insistir sería inútil. En el fondo, compartía el mismo sentimiento. Mientras tanto, los sonidos del hospital continuaban a su alrededor: el murmullo de las enfermeras, el pitido lejano de las máquinas, y los pasos apresurados de los médicos.
Arián rompió el silencio, su voz cargada de una mezcla de desconcierto y emoción contenida.
—¿No te parece una locura todo esto? —preguntó mientras mantenía la mirada fija en el pequeño Ilay a través del cristal. Sus manos se entrelazaron en su regazo, apretándolas con fuerza—. Que nosotros sintamos estas emociones tan intensas por alguien que no conocemos.
Eros giró la cabeza hacia él, estudiando su perfil con detenimiento. Había algo en la manera en que Arián hablaba, como si tratara de poner en palabras un sentimiento que no entendía del todo, pero que tampoco podía ignorar.
—No es una locura —respondió Eros finalmente, con su tono calmado pero firme—. No creo en coincidencias, Arián. Hay algo en este niño... algo que va más allá de lo que podemos explicar.
Arián lo miró entonces, sus ojos brillando con la intensidad de la confusión y el dolor que sentía en su pecho.
—Pero es irracional, ¿no crees? —dijo con un susurro—. Lo vimos apenas unas horas, y desde entonces no puedo pensar en otra cosa. Es como si... como si algo dentro de mí supiera que lo conozco, aunque sé que no es posible.
Eros se inclinó hacia él, tomando su mano con suavidad.
—No creo que sea irracional. Yo siento lo mismo, Arián. Desde el momento en que lo vi, algo cambió dentro de mí. No puedo explicarlo, pero sé que debemos estar aquí para él.
Arián apretó la mano de Eros, encontrando en su toque el consuelo que tanto necesitaba. Sus ojos volvieron al pequeño Ilay, que seguía dormido, conectado a las máquinas que lo mantenían estable.
—Es como si estuviera destinado a ser parte de nuestras vidas —murmuró Arián—. Como si siempre hubiera estado ahí, esperándonos.
Eros asintió lentamente.
—Tal vez es porque lo estaba. A veces, las conexiones más fuertes no necesitan tiempo ni lógica para existir. Solo necesitan un momento para hacerse visibles.
Ambos permanecieron en silencio después de eso, unidos por el peso de una conexión inexplicable pero innegable. Sus lobos, inquietos y protectores, rugían en sus interiores, reforzando la sensación de que, de alguna manera, ese niño ya era suyo.
Pasaron las horas, pero para ellos, el tiempo parecía haberse detenido. Cada movimiento del pequeño, cada cambio en el monitor del cuarto, era observado con atención, como si sus propias vidas dependieran de ello.
[.......]
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Vuelvo a Casa.
WerewolfHace mucho, mucho para así decirlo en una cabaña en el medio del bosque nació, un pequeño cachorro, sus padres saltaba de felicidad y ventura asía su hijo recién nacido, este pequeño cachorro era el fruto de un amor tristemente prohibido. Este peque...