Capítulo 34

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"sera una gran amor hasta el  final, que nadie nunca podrá separar"

A la mañana siguiente, Ilay abrió los ojos con pesadez, intentando enfocar su vista en el techo blanco de la habitación. Sentía su cuerpo más ligero, aunque aún le dolían algunos músculos. Mientras parpadeaba varias veces para acostumbrarse a la luz, la puerta se abrió y el doctor entró con una carpeta en la mano.

Al verlo despierto, el médico detuvo su paso y esbozó una gran sonrisa.

—¡Qué alegría que hayas despertado! —dijo con entusiasmo—. Tus padres estaban muy preocupados por ti.

Ilay frunció el ceño ligeramente, confundido por las palabras del doctor. ¿Qué padres? se preguntó. Su mente aún estaba nublada, tratando de unir los fragmentos de recuerdos que tenía antes de despertar.

—¿Mis padres? —preguntó con voz baja, rasposa, como si apenas recordara cómo hablar.

El doctor asintió mientras se acercaba a la cama y revisaba los aparatos conectados al niño.

—Sí, han estado contigo desde que llegaste. No se han movido de tu lado ni un momento. Realmente tienes mucha suerte, pequeño.

Ilay lo miró fijamente, intentando procesar lo que escuchaba. Su primera reacción fue de incredulidad. ¿Quiénes serían esas personas? pensó. Durante años, había aprendido que nadie realmente se preocupaba por él, y la idea de tener "padres" le resultaba ajena.

Mientras tanto, el doctor continuó revisándolo con cuidado, notando su expresión de desconcierto.

—No te preocupes, pronto te sentirás mejor y podrás hablar con ellos. Por ahora, trata de descansar un poco más, ¿de acuerdo?

Ilay asintió débilmente, aunque sus pensamientos seguían revueltos. ¿Quiénes eran esas personas que el doctor llamaba mis padres? Su corazón estaba lleno de preguntas, pero el cansancio ganó la batalla, y cerró los ojos por un momento, intentando encontrar algo de calma en medio de su confusión.

Unos treinta minutos después, Ilay comenzó a moverse inquieto en la cama. El recuerdo de lo que había pasado antes de terminar en el hospital regresó a su mente como un golpe. Su corazón empezó a latir más rápido cuando una imagen clara apareció en su cabeza: Inti.

¿Dónde estaba Inti?

La preocupación lo invadió de inmediato. ¿Estaba bien? ¿Lo habían encontrado? ¿O lo había perdido para siempre? Estos pensamientos lo pusieron más nervioso de lo que ya estaba, y sentía que cada segundo que pasaba aumentaba su ansiedad.

Ilay intentó llamar a alguien. Su voz era todavía débil, pero hizo todo el esfuerzo que pudo.

—¡Oigan! ¡Alguien! ¡Necesito ayuda! —gritó con frustración.

Nadie parecía escucharlo o prestarle atención. La puerta estaba cerrada, y el pasillo fuera de su habitación parecía silencioso. Esto solo aumentó su enojo.

¿Me están ignorando? pensó Ilay, apretando los puños con fuerza sobre las sábanas. Odiaba cuando los adultos lo ignoraban, lo hacía sentir invisible, como si no importara. El enojo comenzó a arder dentro de él.

Con determinación, Ilay intentó moverse más en la cama, aunque su cuerpo todavía estaba adolorido. Su mirada se fijó en el botón para llamar a las enfermeras al lado de la cama. Lo apretó con insistencia varias veces, sin importarle si lo que hacía podría molestar a alguien.

—¡Alguien venga ahora! —gritó con la poca fuerza que tenía, su voz llena de rabia y desesperación.

No sabía cuánto más podría esperar sin saber qué había pasado con su mejor amigo, el único ser que siempre estaba a su lado. Tenía que encontrar respuestas. Y rápido.

Vuelvo a Casa.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora