Capítulo 62

56 10 4
                                    

Rodrigo

Mi móvil no dejaba de pitar una y otra vez, sabía que estaban escribiendo del grupo del Atlético de Madrid, pero no tenía ánimo para mirar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi móvil no dejaba de pitar una y otra vez, sabía que estaban escribiendo del grupo del Atlético de Madrid, pero no tenía ánimo para mirar. No tenía ganas de enfrentarme a nada ni a nadie.

—¡Rodrigo! ¡Por el amor de Dios, apaga eso ya! —mi hermano irrumpió en mi habitación con una mano en la frente, claramente molesto—. ¿No tienes respeto por los que intentamos dormir un poco más?

—Pues imagínate lo que me molesta a mí, así que fuera —gruñí, apuntando hacia la puerta con un gesto exagerado.

Justo cuando Javi iba a responder, mi móvil sonó otra vez. Gruñí, cogí el teléfono de mala gana y desbloqueé la pantalla. No esperaba nada interesante, pero lo que vi me dejó paralizado por un segundo.

Había decenas de mensajes en el grupo, todos hablando sobre el partido de la noche anterior, pero lo que me llamó la atención eran los dos mensajes privados de Pablo. Una foto. Un texto.

Pablo: Ha enviado una imagen.

Pablo: ¿Sabes que para esto necesito ayuda, no?

Abrí la foto por inercia, y mis ojos se abrieron como platos. Pablo estaba en su cama, con la mano rodeando su polla, claramente en movimiento. ¿Qué demonios hacía enviándome algo así? ¿A las 9 de la mañana?

Escribí rápido, todavía desconcertado:

Yo: ¿Qué haces?

La respuesta llegó casi al instante, como si estuviera esperando que contestara.

Pablo: Pensar en ti mientras empiezo el día con alegría.

Me quedé mirando el mensaje, sin saber si reírme, llorarñ o matarle. Mi cerebro estaba procesando demasiado lento, intentando decidir qué parte de esto era en serio y qué parte era otra de sus bromas extrañas.

Yo: Joder, no debería haber preguntado.

Pablo no tardó en volver a la carga:

Pablo: ¿Piensas ayudarme?

“¿Ayudarte?” repetí en mi cabeza, todavía tratando de asimilar lo que estaba pasando. ¿Ayudarle con qué?

Mi hermano, que seguía merodeando por la habitación como un mosquito molesto, frunció el ceño al verme con la cara roja.

—¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara? —preguntó, curioso.

—Nada que te importe. Fuera —le espeté, echándolo con la mirada.

Cuando volvió a cerrar la puerta, respiré hondo y volví a mirar la pantalla. Algo dentro de mí me decía que lo ignorara, que no siguiera el juego, pero otra parte —una más pequeña, pero insistente— no podía evitar responder.

Yo: ¿Qué se supone que necesitas de mí?

La respuesta llegó de inmediato, casi como si estuviera preparado.

El efecto [Pablo Barrios X Rodrigo Riquelme]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora