-Lo que no logró
comprender es porque
no dices nada. J*der, Rodrigo. Acabo de
decirte que me gustas y tú
estas como un tonto
sonriendo.
-Si prefieres me quedo
callado
-No, haber, al menos responde.
Que me siento como un idiota
-Vale, pues no re...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Al día siguiente, me desperté antes que Pablo. Estaba abrazado a mí, con su brazo pesado sobre mi cintura y su rostro hundido en mi cuello. Sonreí para mí mismo, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío. Me encantaba despertarme así, con su respiración tranquila acariciando mi piel.
Me quedé un rato quieto, disfrutando de la sensación de seguridad que me daba, hasta que sentí a Matías moverse en su cuna a lo lejos.
Con cuidado, aparté el brazo de Pablo y me levanté, caminando descalzo hasta la habitación de nuestro hijo. Cuando llegué, lo encontré despierto, con los ojitos aún pesados de sueño pero con una sonrisa enorme al verme.
—¡Buenos días, campeón! —susurré, agachándome para cogerlo en brazos.
Matías se acurrucó contra mí, todavía medio dormido, y lo mecí suavemente mientras le daba besos en su cabecita despeinada. Me encantaba ese momento de la mañana, cuando todo estaba en calma y solo éramos él y yo.
Regresé a la habitación con él en brazos, y Pablo ya estaba despierto, apoyado en la cabecera de la cama, mirándonos con una sonrisa de esas que me derriten.
—Buenos días, mi amor —dijo con voz ronca por el sueño.
Me acerqué y me subí a la cama con Matías, que ya empezaba a jugar con los dedos de su papá. Pablo le hizo cosquillas en la barriguita y Matías soltó una risita contagiosa.
—Este enano es idéntico a ti —dije, riéndome.
—Menos mal, porque si se parecía a ti, íbamos a tener un problema con la cantidad de corazones que iba a romper —bromeó Pablo, guiñándome un ojo.
Rodé los ojos, pero no pude evitar sonreír. Acaricié la mejilla de Matías y luego miré a Pablo con amor.
—¿Quieres que preparemos el desayuno? —pregunté.
—Solo si después me das un beso.
—Tonto —dije, acercándome a besar sus labios suavemente.
Así era nuestra vida. Entre risas, amor y pequeños momentos de felicidad que lo eran todo para mí.
—¿Saco a pasear a Thiago? —pregunta Pablo.
Me estiré un poco en la cama mientras Matías jugaba con las sábanas, completamente entretenido. Pablo me miraba esperando mi respuesta, con esa expresión tranquila que siempre tenía por las mañanas.
—Sí, amor, llévalo un rato —dije, revolviéndole el pelo—. Yo mientras le preparo el desayuno a Matías.
Pablo sonrió y se inclinó para besarme en la frente antes de levantarse de la cama.
—Vale, en un rato vuelvo.
Se puso una sudadera y unos pantalones cómodos antes de llamar a Thiago, que estaba echado en su camita pero en cuanto escuchó su nombre, saltó emocionado.
—Vamos, colega —le dijo Pablo, y el maltipoo salió corriendo detrás de él con la cola moviéndose sin parar.
Cuando se fueron, miré a Matías, que me miraba con esos ojitos curiosos.
—Venga, campeón, vamos a la cocina —le dije, levantándolo en brazos.
Fui con él hasta la cocina y lo senté en su trona mientras empezaba a preparar su desayuno. Le puse unas frutas cortadas y un poco de yogur, y él empezó a jugar con la comida antes de llevársela a la boca.
—Eres un desastre, Matías —me reí, limpiándole la mejilla con una servilleta—. Igualito a tu papá cuando come.
Pablo tardó unos veinte minutos en volver. Entró con Thiago detrás, que ya se veía más tranquilo después de su paseo. Se sacó la sudadera y se estiró con un suspiro.
—Este perro tiene más energía que nosotros juntos.
—Normal, tú solo corres en el campo, no paseando —me burlé, sirviéndome un café.
Pablo se acercó por detrás y me rodeó la cintura con los brazos, apoyando su barbilla en mi hombro.
—Eso es porque en el campo no me das besos para motivarme.
Me reí y giré la cabeza para darle un beso rápido en los labios.
—Anda, siéntate y desayuna antes de que Matías se coma también tu parte.
Nos sentamos juntos a la mesa, disfrutando de la calma de la mañana. Era uno de esos momentos que parecían simples, pero que en realidad lo significaban todo.
Pablo
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Me dejé caer en la silla junto a Rodrigo y observé cómo Matías intentaba comer solo con su cucharita, aunque más yogur terminaba en su cara que en su boca. Me reí bajo y le limpié con una servilleta mientras él soltaba una risita traviesa.
—Este niño cada día es más desastre —comenté, tomando un sorbo de café.
—Pues no sé a quién habrá salido —bromeó Rodrigo, mirándome con una ceja levantada.
—A ti, claramente.
Rodrigo puso cara de indignación y me empujó suavemente con el hombro.
—¡Mentira! Yo era un niño ordenadísimo.
—Sí, claro, y por eso el otro día casi te matas porque dejaste tus botas en medio del pasillo.
Rodrigo soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—No tienes pruebas.
—Tengo testigos.
Seguimos desayunando entre risas, disfrutando del momento. Rodrigo siempre conseguía hacerme sentir así: ligero, en casa, feliz. A veces, en medio de la rutina, me daba cuenta de lo increíble que era tener esta vida con él, con nuestro hijo, con nuestro perro… Todo era simplemente perfecto.
Cuando terminamos, limpiamos un poco la mesa y saqué a Matías de su trona, alzándolo en brazos mientras él se aferraba a mi cuello.
—¿Y qué plan tenemos para hoy? —pregunté, mirando a Rodrigo.
Él se apoyó en la encimera con los brazos cruzados, pensativo.
—Podemos llevar a Matías al parque, y luego podríamos ir a comer fuera. ¿Te apetece?
—Me parece perfecto.
Me acerqué a él y le di un beso suave en los labios.
—Te quiero.
Rodrigo sonrió contra mi boca y pasó sus brazos alrededor de mi cuello.
—Yo más, mi amor.
Thiago ladró llamando la atención, y Matías también empezó a reírse, como si entendiera lo que pasaba. Yo solo sonreí. Sí, definitivamente, no cambiaría esta vida por nada del mundo.