Capitulo 98

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Rodrigo

—¿No ha sido molestia, verdad, Alejandro? —pregunté mientras me inclinaba para acariciar a Thiago, que saltaba emocionado a mi pierna

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—¿No ha sido molestia, verdad, Alejandro? —pregunté mientras me inclinaba para acariciar a Thiago, que saltaba emocionado a mi pierna. Su energía era contagiosa, y por un momento me olvidé del cansancio del entrenamiento y de los nervios por dejar al bebé en casa.

Alejandro, mi hermano, me miró desde el sofá, donde estaba sentado con su novia. Él tenía esa sonrisa tranquila que siempre lograba calmarme.

—Para nada, Rodrigo. Ha sido un placer cuidar de Thiago y del pequeño. —Desvió la mirada hacia la cuna portátil junto al sofá—. Aunque creo que tu hijo es más tranquilo que este perro.

No pude evitar reírme, levantando a Thiago para que no siguiera insistiendo en treparme.

—Es que Thiago no puede quedarse quieto, siempre quiere ser el centro de atención.

—Bueno, al menos tienes práctica con eso, ¿no? —bromeó Alejandro, guiñándome un ojo.

—Muy gracioso —respondí, rodando los ojos mientras me acercaba a la cuna para comprobar que todo estaba en orden.

El bebé dormía profundamente, su pequeño pecho subiendo y bajando con un ritmo pausado. Sentí cómo la tensión de todo el día desaparecía al verlo tan tranquilo.

—¿Pablo está aparcando el coche? —preguntó la novia de Alejandro, mirándome con curiosidad.

—Sí, pero ya sube. Seguro viene con hambre. —Me giré hacia Alejandro con una sonrisa—. ¿Queda algo de la cena?

Alejandro se rió.

—Claro que sí. ¿Crees que íbamos a comerlo todo sin ti? Aunque, viendo lo que come Pablo, no estoy tan seguro.

—Eh, no le des ideas. Luego empieza con sus bromas de siempre.

En ese momento, Pablo entró por la puerta, con esa expresión relajada pero divertida que siempre traía después de entrenar. Me lanzó una mirada rápida antes de dirigirse hacia nosotros.

—¿Qué pasa, familia? —preguntó, dejándose caer en el sofá junto a Alejandro.

—Que eres un tragón, eso pasa —respondí, sonriendo mientras acomodaba la manta sobre la cuna.

Pablo rió, estirándose cómodamente.

—No hables de quién es más tragón porque menuda mamada me has hecho en el coc... —Pablo comenzó a decir, pero lo interrumpí rápidamente, consciente de la presencia de mi hermano y su novia en la habitación.

—¡Pablo! —exclamé, mirándolo con ojos muy abiertos y una sonrisa nerviosa, esperando que captara la indirecta.

Pablo se detuvo de inmediato, dándose cuenta de su desliz.

—Eh... quiero decir, menuda comida más deliciosa nos has preparado, Rodrigo. —Se corrigió, rascándose la nuca con una risa nerviosa.

Alejandro y su novia intercambiaron miradas, aparentemente ajenos a la situación, pero con una leve sonrisa en los labios.

—Sí, la cena estuvo genial. Gracias por invitarme, hermano. —Dijo Alejandro, levantando su vaso en señal de agradecimiento.

—De nada, me alegra que les haya gustado. —Respondí, tratando de mantener la compostura mientras sentía el calor subir a mis mejillas.

Pablo me lanzó una mirada de disculpa, y yo simplemente asentí, agradecido de que la situación no hubiera escalado más.

—Bueno, ¿qué les parece si ponemos una película? —Sugerí, intentando cambiar de tema y aliviar la tensión en el ambiente.

—¡Me parece una excelente idea! —Respondió la novia de Alejandro, sonriendo ampliamente.

Mientras todos se acomodaban en el sofá, Pablo se inclinó hacia mí y susurró:

—Lo siento, no debí decir eso.

—No te preocupes, solo... seamos más cuidadosos la próxima vez. —Le respondí en voz baja, dándole un suave apretón en la mano.

La noche continuó sin más incidentes, y aunque el momento incómodo quedó atrás, ambos sabíamos que debíamos ser más conscientes de nuestras palabras en el futuro.

Pablo

Cuando Alejandro y Josefina se fueron, el silencio volvió a la casa, pero no duró mucho

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Cuando Alejandro y Josefina se fueron, el silencio volvió a la casa, pero no duró mucho. Un olor fuerte llenó el ambiente, tan evidente que no podía ignorarlo. Fruncí el ceño mientras trataba de identificarlo, y entonces me di cuenta. Era un olor a celo, inconfundible y bastante intenso.

Miré a Rodrigo, quien estaba en la cocina recogiendo los platos con una expresión tranquila.

—¿Rodrigo? —lo llamé, cruzando los brazos mientras me apoyaba en el marco de la puerta—. ¿No hueles eso?

Él levantó la vista hacia mí, parpadeando un par de veces como si no entendiera de qué hablaba.

—¿Qué cosa? ¿El suavizante de ropa que usé esta mañana? —preguntó con tono despreocupado, pero su rubor lo delataba.

Caminé hacia él lentamente, estudiándolo.

—No. Esto es... otra cosa. Es... ¿estás en celo?

Rodrigo soltó una carcajada nerviosa y se llevó las manos a las caderas, desviando la mirada.

—¡Claro que no! ¿Por qué dices eso?

Me acerqué aún más, cerrando la distancia entre nosotros, y noté cómo su respiración se aceleraba ligeramente.

—Rodrigo... —susurré, inclinándome un poco hacia él—. Ese olor viene de ti.

El silencio que siguió fue más revelador que cualquier palabra. Rodrigo apretó los labios, evitando mi mirada, mientras un leve temblor recorría su cuerpo.

—No es lo que piensas —murmuró finalmente, su voz apenas un susurro.

Sonreí de lado, colocándome justo frente a él y apoyando una mano en la encimera, encerrándolo contra la pared.

—Entonces explícame qué es, porque... no estoy seguro de poder ignorarlo.

Rodrigo tragó saliva y alzó la mirada, enfrentándome con una mezcla de desafío y vergüenza.

—Pablo, por favor... —intentó decir, pero no llegó a terminar la frase.

El ambiente se cargó, el olor se hizo más intenso, y supe que esta conversación iba a ser todo menos sencilla.

—Ahora entiendo porque me has hecho la mamada en el coche.  —dije besandole suavemente.

Volvimos a hacer el amor como dos idiotas enamorados que éramos.

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El efecto [Pablo Barrios X Rodrigo Riquelme]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora