-Lo que no logró
comprender es porque
no dices nada. J*der, Rodrigo. Acabo de
decirte que me gustas y tú
estas como un tonto
sonriendo.
-Si prefieres me quedo
callado
-No, haber, al menos responde.
Que me siento como un idiota
-Vale, pues no re...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Al día siguiente, me desperté temprano, como siempre, aunque el cansancio del día anterior seguía pesando sobre mis hombros. Miré a mi alrededor y vi a Rodrigo, aún dormido, en la cama. El bebé había dormido bien durante toda la noche, y esa paz en la casa era lo que más necesitaba después del caos y la emoción de las últimas horas.
Me levanté despacio, asegurándome de no hacer ruido, y me acerqué a la cama. Observé a Rodrigo, con el rostro relajado en el sueño, pero algo me llamó la atención. Su camiseta había subido ligeramente durante la noche, dejando su abdomen ligeramente descubierto. No había marcas visibles del parto. Ninguna cicatriz, ningún signo de lo que había pasado. Mi corazón dio un vuelco al pensar en todo lo que había experimentado, todo el dolor que había soportado, y ahora veía su cuerpo tan tranquilo, tan intacto.
Me incliné hacia él, acariciando suavemente su brazo para despertarlo. Cuando abrió los ojos, me miró con esa mirada que tanto amaba, una mezcla de amor y cansancio.
—¿Cómo te sientes? —le pregunté en voz baja, con una sonrisa tímida, mientras no podía dejar de observar su abdomen, tan normal, tan perfecto.
Rodrigo sonrió débilmente, su mano se estiró hacia mí, tocando mi rostro con ternura.
—Estoy bien, Pablo. Es... es todo tan surrealista. No siento nada. Ni siquiera parece que haya tenido un bebé.
Reí suavemente, sintiendo una profunda admiración por él. Era increíble cómo, a pesar de todo lo que había pasado, Rodrigo seguía siendo tan fuerte, tan sereno.
—Es que te ves increíble, amor —dije, acariciando su rostro con una sonrisa llena de cariño—. Todo pasó, y lo superamos. Y ahora, aquí estamos, con nuestro hijo.
Rodrigo me miró en silencio por un momento, y sus ojos se llenaron de gratitud y amor. No hizo falta decir nada más. Sabíamos lo que estábamos viviendo, lo que habíamos logrado juntos.
Nos quedamos en silencio, disfrutando de la tranquilidad del momento. Mientras miraba a Rodrigo, entendí que, aunque el camino había sido duro, no importaba cuán difícil fuera el futuro, juntos podríamos enfrentarlo todo.
—¿Y sabes que es lo mejor...? —dije, me asegure de bajarme lo suficiente los pantalones y bajárselos a él.
—¿Que hac...? —meti dos dedos dentro de él y él echó la cabeza hacia atrás.
—Dios, tan prieto... —el interior de Rodrigo estaba un poco apretado pero dilatado debido al parto.
—Eres un gilipollas... —murmura.
Iba a empezar con los movimientos pero el sollozo de nuestro hijo nos interrumpió.
—Joder. —dije frustrado—. Llevo sin tocarte desde que estuvimos en Manhattan.